Juan Guerrero 05 de diciembre de 2020
@camilodeasis
En las ya históricas protestas que se dieron en
Venezuela contra el gobierno autoritario de Chávez y después, contra el régimen
totalitario de Maduro, uno podía ver en medio de esas gigantescas
concentraciones, imágenes de vírgenes, santos, cruces y demás objetos de culto
religioso. Los adeptos estaban absolutamente convencidos de la inminencia de la
sentencia divina que recaería sobre los responsables del desastre humanitario
venezolano.
Pero no ocurrió nada. Tampoco en el otro año, ni en el
otro, ni el otro tampoco. Nada. Todo se esfumó y el autoritario presidente
murió por una enfermedad natural. No lo mató un rayo, no fue ni juzgado, ni
sentenciado, ni tampoco pagó condena alguna por sus muy posibles
responsabilidades al frente del gobierno.
Tampoco ocurre con Maduro. Tampoco ocurrió con Fidel
Castro, ni con el abuelo ni el padre del terrorífico dictador de Corea del
Norte, ni tampoco con los ayatolas iraníes. Han muerto de muerte natural, muy
pocos, escasos, han sido alcanzados por la justicia humana. El resto muere de
viejo, como Juan Vicente Gómez o Francisco Franco.
Creo que esos personajes los colocamos nosotros, por
variadas razones y estrategias, en el poder, para que despuésse rodeen de
miserables alimañas y diezmen toda una sociedad por años, mientras pasamos el
tiempo invocando a un Dios para que interceda y solucione nuestras
incapacidades e incompetencias políticas.
Leí hace unos días una confesión de un agnóstico
quien, de manera pública, declaraba que no quería justicia, ni divina ni
humana, para los responsables de la tragedia humanitaria venezolana. –¡Yo lo
que quiero es venganza! Lo declaraba abiertamente. Frente a todo lo evidenciado
contra la sociedad venezolana, dejada morir de hambre. Frente a la represión
masificada, la vejación, humillación, tortura, desaparición y asesinato de
inocentes sin mayor pudor, no puede clamarse justicia. Es necesario desencadenar
la venganza contra quienes han ejercido la violencia e irrespetado la condición
humana. Y su señalamiento iba, no sólo contra esos verdugos, sino también
contra toda su descendencia. Una especie de acto de venganza bíblica.
Es
que los rezos, las invocaciones a santos y clamar a Dios, lo que trae es una
entrega de nuestras responsabilidades políticas a una entelequia, una
abstracción que desgasta y a la vez, ‘suaviza’ nuestra amargura e incertidumbre
de una realidad que terminamos viviendo a través del velo de la sensiblería del
‘perdón y el amén’. Entregamos nuestra responsabilidad como ciudadanos para que
desde la Eternidad surja la solución para este ‘aquí y ahora’ que hace estragos
el estómago y desaparece toda fortaleza psicológica.
Como teoría de la conspiración, este ablandamiento
espiritual desarrollado por especialistas en guerras asimétricas, es de las más
efectivas. Ligar religión y aspectos de espiritualidad (Nueva Era) con
complejidades políticas, le ha dado al régimen del carnicero de Miraflores
grandesdividendos. Los ingenuos consumidores de este tipo de información
terminan convencidos que, ante la superioridad de su Dios, y, por lo tanto, de
las huestes de ángeles y arcángeles listos para el combate, no tienen por qué
generar mayores esfuerzos, ni de pensamiento ni menos físicos, para transformar
la realidad social ni política. Total, ‘algún día’sobrevendrá la justicia
divina.
Mientras esperamos por la justicia de Dios, el
carnicero sigue usurpando el poder, sus cercanos asistentes y asesores, junto
con sus familias y amigos, disfrutan y se burlan en nuestras propias narices.
El país se sigue derrumbando, fracturando, la población envejece
prematuramente, y la capacidad de sobrevivencia se desvanece mientras vemos desaparecer
diariamente, nuestra propia vida y la de nuestros seres queridos.
En lo personal no creo en ese tipo de religión ni Dios
del conformismo. Tampoco de una justicia del ‘ojo por ojo’ que nos ubique en la
miseria espiritual del círculo eterno de la venganza.
Pero es imperioso, urgente, establecer un sistema de
justicia ejemplarizante, incluso con sentencia de muerte, para quienes se les
demuestre actos terribles contra inocentes. Crímenes dantescos contra
venezolanos, como Franklin Brito, abandonado y dejado morir de hambre, el
crimen por torturas contra el capitán Arévalo, entre tantos otros, deben ser
juzgados y sus responsables, sentenciados. Es necesario modificar las leyes
venezolanas para introducir cambios e incluir, las penas de muerte, cadena
perpetua y trabajos forzados. Ampliar el tiempo de las sentencias, de un máximo
actual de 30 años, a 50, 80 y más años.
Pero sobre todo es oportuno iniciar las discusiones en
todas las áreas del pensamiento, para educar a la población sobre aquellas
teorías y estrategias políticas, como el ‘populismo’ y sus variantes
degeneradas, que terminan condenando al exterminio a extensas poblaciones
arruinando los países.
Sea de izquierda como de derecha, el populismo es una
aberración de la condición humana. Es una estrategia de la mentalidad marginal
que permite la aparición del facilismo, la corrupción, la amoralidad, el
fanatismo, la superstición y toda forma de pensamiento ordodoxo.
Juan Guerrero
@camilodeasis
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