José Guerra 07 de diciembre de 2020
@JoseAGuerra
El
6 de diciembre el pueblo venezolano habló con su silencio, dejando solos los
centros electorales de la farsa convocada para elegir una nueva Asamblea
Nacional. Los números son contundentes: la participación verdadera fue cercana
al 25%, la más baja en la historia venezolana desde 1958. Aquel PSUV
envalentonado que llegó a obtener hasta 8.000.000 de votos en elecciones
previas, quedó reducido a cerca de 3.000.000 millones, no obstante la
aplicación de la Doctrina Cabello “Quien no vota no come” y de los
emplazamientos de gobernadores, alcaldes y repartidores de bolsas de comida
para que buscaran a la gente en sus casas para que fuesen a votar. El PSUV es
una maquinaria electoral oxidada, que carga sobre sus espaldas el peso muerto
del peor Gobierno que haya tenido Venezuela, el de Nicolás Maduro. Atrás quedó
la propaganda de las dos manitos que usaba Chávez cuando pedía 10.000.000 de
votos. Eso está cancelado definitivamente. Y Maduro en su caída está
arrastrando a la Fuerza Armada Nacional cuyos mandos optaron por echarse sobre
sus espaldas el peso muerto que representa Maduro.
Pero estos son los hechos. La política es otra cosa.
Ahora toca una tarea titánica: el rescate del voto como el instrumento más
eficaz mediante el cual se expresan los pueblos cuando quieren producir
cambios. Hay que dejar atrás la tesis del outsourcing político que ha planteado
un grupo de venezolanos que piensa que la mejor y única opción es poner el
destino de Venezuela en manos del Gobierno de Estados Unidos, como si
estuviésemos en la época de Theodor Roosevelt a comienzo del siglo XX con la
política del gran garrote, ignorando que en los propios Estados Unidos las
intervenciones extranjeras son altamente anti populares, salvo excepciones como
la del ataque a las Torres Gemelas o cualquier otra circunstancia que lo afecte
directamente. En un mundo global la política es igualmente global pero para
procurar salidas democráticas, negociadas y viables, que son las duraderas y
estables.
El chavismo se propuso liquidar el derecho al voto
como herramienta de cambio y para ello ha recurrido a los tribunales y a la
represión. Cuando perdían una elección de gobernador, colocaban un denominado
protector para que suplantara al gobernador electo. Cuando fueron derrotados en
las elecciones de la Asamblea Nacional de diciembre de 2015, el descaro fue tal
que ese mismo mes invalidaron tres diputados y en febrero de 2016 inventaron la
figura del desacato para debilitar al parlamento. A parte del nombramiento de
los rectores del CNE mediante fichas partidistas del PSUV, como fue el caso de la
impresentable Tibisay Lucena, todo lo cual fue erosionando la confianza en el
voto. Se trató de una política deliberada. Nuestro objetivo es claro: que la
consulta popular convocada a partir del 7 de diciembre de 2020 sea un
instrumento para que los venezolanos puedan reencontrase con su derecho a
elegir. Son tres preguntas que resumen una historia de lucha para alcanzar un
propósito preciso, el lograr un cambio que saque a Venezuela de la tragedia que
generó Nicolás Maduro. Por ello, la consulta es como una luz en medio de la
oscuridad en la cual el chavismo metió al país, para articular así una fuerza
que rescate el derecho a votar y a elegir.
José Guerra
@JoseAGuerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico