Por Hugo Prieto
No me voy a detener en
el crimen que se ha cometido con la obra de Carlos Raúl Villanueva, sometida a
la destrucción, al saqueo y al robo consuetudinario. En cambio, le he pedido a
Víctor Rago* que se detenga en el deterioro institucional, en el debilitamiento,
que a lo largo de estos años ha transitado la UCV. El Gobierno ha tenido
paciencia, visión estratégica, para explotar la disidencia interna y el
divorcio manifiesto que hay entre las autoridades y comunidad universitaria.
Simultáneamente, por vía de la asfixia presupuestaria, ha sometido a la
institución a un coma inducido. Sólo hace falta activar las cargas de
demolición para que el reloj de la Plaza del Rectorado implosione y deje a
oscuras lo que una vez fue el reducto del conocimiento y la civilidad en
Venezuela.
A la vista, la UCV
abandonada a su suerte, víctima de continuos robos, sin servicios públicos y
sometida a la asfixia presupuestaria. Le propongo entonces que vayamos al plano
institucional, en el cual hay desgaste y una inercia inquietante. ¿Cuál es el
papel que ha jugado el gobierno universitario?
Habría que comenzar
señalando que la situación de las autoridades rectorales y decanales, así como
en el caso de los representantes profesorales al Consejo Universitario, a los
Consejos de Facultad, de Escuela y de los Institutos es una situación
completamente anómala, por el hecho de que no se han renovado desde hace
bastante tiempo. A la hora de examinar cuál es la responsabilidad en medio de
la crisis, esa circunstancia es muy importante, porque su actuación depende, en
cierto modo, del grado de solidez que tengan su ejercicio, en el entendido de
que se están llevando a cabo en los lapsos que la ley establece. Ya sabemos
cuál es la razón por la cual no se han podido realizar nuevas elecciones en
diversas instancias (sentencia del TSJ), el empeño, la tenacidad con que el
Gobierno ha tratado de imponer el art. 34 de la Ley Orgánica de Educación que
es, claramente, violatorio de la autonomía universitaria. Ese artículo
determina nuevas condiciones para la realización, la organización y la elección
de nuevas autoridades. Dicho esto, en la medida en que las autoridades se han
mantenido en sus cargos, contraen inevitablemente una responsabilidad en el
funcionamiento de la institución. Esa circunstancia no deja de ser peculiar.
Por un lado, nos podríamos ver tentados de exculpar a las autoridades, de
exonerarlas, de algunas de sus responsabilidades, por el hecho de que están
ejerciendo sus cargos en las condiciones ya señaladas; pero, por otro lado, en la
medida en que siguen siendo las autoridades, deben asumir esa responsabilidad y
demostrarle a la comunidad universitaria qué es lo que están haciendo.
¿Qué papel ha jugado el
Gobierno?
Aparte de impedir la
realización de nuevas elecciones, el Gobierno ha desarrollado una política
deliberada de sofocamiento presupuestario de las universidades. Y la verdad es
que eso impone límites muy serios, impedimentos y obstáculos muy difíciles de
superar por las autoridades para el cumplimiento de sus actividades.
Quiérase o no, lo que
hemos visto es un desgaste en todos lo sentidos. Pero la pregunta es ¿qué
legitimidad tienen las autoridades en este momento?
Ésa es una pregunta muy
difícil de responder. Las autoridades siguen siendo autoridades en la medida en
que no han sido reemplazadas por ningún mecanismo de sustitución basado en las
leyes. Entonces, un ejercicio en condiciones tan dificultosas acarrea,
efectivamente, pérdida de legitimidad para las autoridades. En varias
oportunidades hemos señalado una crítica, porque las propias autoridades han
dejado de apoyarse en la propia comunidad universitaria, llevan a cabo un
ejercicio alejado de la vida universitaria concreta. Las autoridades
experimentan una sensación de indefensión y de soledad a la hora de ejercer sus
funciones y frente al Gobierno, pero subestiman el único modo que, a mi juicio,
existe para superar esa sensación de indefensión y de soledad, que no es otro
que la convocatoria a la comunidad universitaria para enfrentar los problemas.
Es decir, colocarse al frente y con el respaldo de esa comunidad, actuar. No es
lo mismo hacerlo al margen de la comunidad universitaria. Las autoridades
aducen que no pueden hacer lo que tienen que hacer, pero no se proveen, no se
dotan, del único medio capaz de proceder y otorgarle fortaleza que es apoyarse
en la comunidad universitaria y, muy particularmente, en la comunidad
académica, en la comunidad estudiantil y profesoral.
Víctor Rago retratado por Alfredo Lasry | RMTF.
Se ha dicho tantas
veces que la universidad es reflejo de lo que ocurre en el país, cuya
dirigencia política actúa desconectada del cuerpo social. Eso ha traído como
consecuencia la despolitización de la sociedad. ¿Cuál va a ser la manifestación
de esta conducta en la universidad?
Bueno, la desmovilización
de la comunidad universitaria. Esa falta de conexión real entre las autoridades
y los universitarios que no son, digamos, una masa manipulable ni muchísimo
menos, sino que se constituye en un cuerpo, más o menos estructurado, que tiene
conciencia de sí mismo y de la responsabilidad que tienen con la institución y,
en particular, con la crisis nacional. Hay, ciertamente, una fractura
importante entre la conducción institucional y lo que constituye -material e
intelectualmente- la institución, que son los universitarios.
En agosto del año
pasado se encendieron las alarmas, porque el TSJ estableció un plazo de seis
meses para que las autoridades resolvieran el tema de las elecciones con
arreglo a un nuevo reglamento electoral. Los estudiantes se movilizaron en
defensa de la autonomía. ¿Qué ocurrió finalmente?
Las autoridades dejaron
transcurrir esos seis meses sin hacer nada, sin proponerse hacer lo único que
cabe hacer en semejantes circunstancias, que no es otra cosa que decirle al
Gobierno: «Sí, queremos hacer las elecciones; estamos urgidos de realizar las
elecciones universitarias para que se renueven los cuadros directivos de la
institución, pero las vamos a hacer con arreglo a la ley de universidades
vigente». Eso sería un acto de reafirmación autonómica que requiere energía,
que requiere disposición, audacia y valentía, pero como la audacia en solitario
cuesta mucho, insisto en la idea de que las autoridades deberían apoyarse en la
gran colectividad que encabezan. En la medida que no lo hacen, las autoridades
se deslegitiman. Ellos tendrían que haber llamado a la celebración de
elecciones.
¿Así, sin más?
Está planteado un
debate sobre la democracia universitaria, porque podríamos pensar
razonablemente, e incluso desde una perspectiva política, que la participación
de la comunidad universitaria, lo que incluye a los estudiantes y a los
profesores, a los empleados y a los obreros, digamos, apunta a la constitución
de un frente unido para precaverse y para defenderse de las agresiones
gubernamentales. Eso plantea, sin duda, la adopción de nuevas prácticas
democráticas en la universidad. Muchos de esos sectores, incluido el de los
estudiantes que votan en esas elecciones, han reclamado históricamente un mayor
grado de participación en el valor de su voto para la elección de las
autoridades. Otros sectores de la comunidad universitaria han reclamado su
inclusión, porque sencillamente están excluidos. Sin duda alguna, la
universidad es una institución académica, no podría ser otra cosa. Pero eso no significa
que no puedan revisarse las normas universitarias vigentes, porque esas normas,
obviamente, son perfectibles.
En medio de esta
desconexión, mientras la crisis avanza y la universidad se sigue deteriorando,
¿cada quien está haciendo lo que puede o esto es un sálvese quien pueda?
Se están haciendo
esfuerzos, las propias autoridades hacen lo que pueden, pero en la universidad
hay grupos de opinión, hay grupos organizados del profesorado y del movimiento
estudiantil. Si bien la universidad enfrenta una situación muy difícil debido a
las políticas gubernamentales, que procuran su subordinación al proyecto
político del chavismo, también arrastra -desde hace tiempo- una profunda crisis
que reclama de sus miembros, y en particular del profesorado y de las autoridades
muy especialmente, un debate serio, una discusión sobre el sentido de la propia
institución. Ese debate incluye el tema de la democracia interna. Eso no se ha
hecho. Uno de los factores que la debilitan, precisamente, es el abandono en la
práctica del ejercicio deliberativo, aplicado sobre la propia institución, la
mirada sobre sí misma. Da la impresión de que quienes han tenido la
responsabilidad de dirigirla en los últimos años posponen los debates internos,
quizás tratando de defenderse de las agresiones externas. Pero una institución
debilitada tiene muy pocas probabilidades de salir airosa en una confrontación
con un enemigo tan poderoso como el propio Gobierno.
Si esa ha sido la
situación -inercia, debilidad y falta de deliberación-, ¿por qué otros
componentes de la comunidad universitaria -los profesores o los estudiantes- no
toman la iniciativa y exploran esa salida?
Antes de la pandemia,
algunos sectores universitarios se habían manifestado en ese sentido.
(Ucevistas por la unidad de las fuerzas democráticas, por ejemplo, es un grupo
que se ha pronunciado no una sino en tres ocasiones para abrir el debate, como
una forma de preservar la institución y defenderla de las agresiones
externas). Lo que ocurre es que se interpuso la pandemia y actualmente, la
palabra movilización hay que entenderla en el sentido electrónico. Ese grupo,
incluso, ha solicitado derecho de palabra ante el Consejo Universitario y no se
le ha concedido. Diría que en las circunstancias actuales es muy difícil
avanzar como pudiera esperarse.
Víctor Rago retratado por Alfredo Lasry | RMTF.
Tomada la Asamblea
Nacional y desmantelados los partidos políticos, el Gobierno viene por las
organizaciones de la sociedad civil. Parece que llegó la hora de ponerle la
mano a la UCV -y a las universidades autónomas-. Mejor imposible. Va a
encontrar a una institución debilitada y en crisis. ¿Cuál es la perspectiva que
vislumbra alrededor de este planteamiento?
Las expectativas son
gravísimas para la universidad. Son perfectamente previsibles los planes de
ejercer ahora un control efectivo sobre las universidades. El Gobierno ha
procurado -con éxito- debilitarlas a lo largo del tiempo. Ha actuado con visión
estratégica y con paciencia. No ha podido ganar elecciones de autoridades o
estudiantiles, ni obtener resultados satisfactorios para ellos. Sin embargo, el
Gobierno ha sabido esperar y durante estos años ha restado competencias a los
órganos de dirección universitaria y ha asumido funciones y atribuciones
propias de esos órganos de dirección, ha puesto condiciones y asigna
presupuestos ridículamente deficitarios. Ha permitido reiteradas agresiones.
Las universidades han sido saqueadas, robadas una y otra vez. Además, ha sabido
explotar las disensiones internas, entre otras, el divorcio entre las
autoridades y la comunidad universitaria. La comunidad siente que las
autoridades no cumplen con sus funciones, no han hecho lo suficiente y son
corresponsables del deterioro institucional. Los planes académicos,
prácticamente, han desaparecido. La institución se encuentra en un estado de
deterioro y de fragilidad enorme. No veo, excepto en algunos sectores
organizados, ninguna iniciativa vigorosa de defensa de la universidad ante un
horizonte de derrota institucional previsible, ahora que el Gobierno toma el
control de todos los resortes y de todas las palancas necesarias para la
gestión del país.
Su respuesta va más
allá del planteamiento que le hice anteriormente. Lo que está anunciando es un
puntillazo. La UCV está a punto de demolición, ¿es así?
Si la universidad no
reacciona, en forma masiva, en forma robusta, con autoridades resueltas y con
una comunidad académica movilizada, vamos a confrontar situaciones muy
difíciles. No quiero incurrir en dramatismos o pesimismos tremendistas, pero lo
cierto es que no hay ningún signo de que el Gobierno haya renunciado a su
propósito estratégico de tomar el control de las universidades autónomas. El
itinerario que las instituciones han descrito en los últimos años ha sido de
debilitamiento constante. Sí, las universidades corren serio peligro en el
futuro inmediato. El destino de la universidad se va a jugar a corto plazo. Si
eso no es entendido por las propias autoridades y no se incorpora como una
preocupación entrañable y básica en la comunidad universitaria, en la comunidad
académica, siempre insisto en eso, la institución no va a encontrar los medios
eficaces para defenderse, para reafirmarse como una institución vital y
necesaria para el país.
El punto es el
siguiente. El Gobierno tiene que demostrar que esto es una revolución y que las
disidencias no forman parte del ecosistema político. El fin último es la
unidimensionalidad, pensar en otra cosa sería ingenuo.
Sí, sería una verdadera
candidez. No hay duda de que el Gobierno no se va a contentar, únicamente, con
proclamar su carácter revolucionario, sino que va a tratar de concretarlo en
los hechos; y la universidad es, por definición, un espacio de disidencia. El
Gobierno no está dispuesto a tolerar la libre discusión. El riesgo real que corren
las universidades imana, justamente, de su propia condición. Es decir, de ser
espacios que reconocen la disidencia y el pensamiento plural. En un régimen de
orientación autocrática, en un gobierno claramente autoritario, la universidad
es una institución sumamente incómoda. En lo que sea posible, el Gobierno va a
adscribir a las universidades al proyecto político que impulsa. Mi preocupación
personal es ¿qué vamos a hacer los universitarios frente a un escenario de
semejante peligrosidad?
¿Cuál es el riesgo que
corre el país?
Nos movemos en el
terreno conjetural, aunque hay asuntos previsibles. Las instituciones existen
para crear nuevos conocimientos. ¿Cómo? Mediante su inserción compulsiva dentro
de los planes del Gobierno, incluido el plan de la patria. No es difícil
imaginar un escenario donde determinadas carreras, determinadas prácticas
profesionales resultaran en desventaja frente a las que el Gobierno considerara
prioritarias para su concepto del desarrollo nacional. En ese escenario, las
humanidades y las ciencias sociales independientes, reflexivas y libres serían
las primeras víctimas en una situación hipotética como la que estamos
examinado.
Es muy curioso. ¿No fue
eso lo que hizo Pinochet en Chile argumentando que las ciencias sociales eran
un semillero del marxismo?
Eso se inscribe dentro
de la mentalidad desarrollista. A mí no me parece tan curioso constatar esa
semejanza. En el fondo, todos los autoritarismos se parecen. La universidad es
la institución social, por antonomasia, que se opone diametralmente a la
conducción autoritaria de la vida nacional. Y eso es, al mismo tiempo, la
fortaleza y las desventajas de las universidades, y exige de los universitarios
un grado agudo de conciencia cuando la situación muestra signos de que puede ser
peligrosa para ella.
***
*Víctor Rago es
antropólogo por la Universidad Central de Venezuela y doctor en lingüística por
la Universidad de la Sorbonne-París IV. Profesor de la Escuela de Antropología
(de la cual fue director) y del doctorado en Ciencias Sociales de la UCV.
Exdecano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV.
13-12-20
https://prodavinci.com/victor-rago-el-destino-de-la-universidad-se-va-a-jugar-a-corto-plazo1/
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