Moisés Naím 16 de mayo de 2023
@MoisesNaim
Nuestro lenguaje sigue evolucionando y
esto sirve para expresar nuevos valores.
Los
nuevos tiempos les dan renovada presencia a algunas palabras mientras que
marginan a otras o les cambian el significado. “Plataforma” es un buen ejemplo
de esto. Antes, esta palabra se utilizaba primordialmente para referirse -según
el Diccionario de la Lengua Española- a “una superficie horizontal, descubierta
y elevada sobre el suelo donde se colocan personas o cosas”. Ya no. Ahora Twitter,
Instagram, YouTube o Facebook (que se cambió de nombre a Meta), son llamadas
“plataformas”. También lo son los miles de nuevos emprendedores que,
inevitablemente, describen su empresa como una “plataforma”.
Así es, las “plataformas” están in, y las empresas están un poco out. Pero resulta que las plataformas son empresas que prefieren maquillar -o borrar- su descripción como tales. La realidad es que detrás de la gran mayoría de las plataformas hay una empresa con fines de lucro.
Una de
las razones por la cual esta palabra es tan popular es que, con frecuencia, las
plataformas hacen dinero alterando drásticamente su forma de trabajar,
modificando los productos que venden, introduciendo nuevos productos o haciendo
más eficiente la forma de producirlos. Los teléfonos móviles e inteligentes son
un ejemplo de esta innovación disruptiva, ya que alteraron drásticamente la
industria de la telefonía y muchos otros “espacios adyacentes”. Claro que, por
cada éxito de esta envergadura, hay cientos de miles de plataformas basadas en
alguna presunta o real innovación disruptiva que fracasan.
Pero,
sin dudas, es un concepto exitoso que se ha hecho muy popular. Hoy en día, la
“innovación disruptiva” es un término que no puede faltar en cualquier
presentación que busque promover una inversión, reformar una organización,
adoptar una nueva tecnología, despedir empleados o lanzar un nuevo producto
-que claro, ya no se llama producto sino “solución”-. Estas soluciones son
preferiblemente “verdes”, y “sostenibles”, y operan dentro de un “espacio”
(antes conocido como “mercado”).
El
éxito de empresas que, a través de una “transformación digital” repotencian su
competitividad es explicado como el resultado de un crecimiento “orgánico”.
Esto suele significar el aumento de las ventas o una disminución de costos que
se originan desde adentro de la organización. Todo ello, por supuesto, ocurre
gracias al “equipo”, el grupo de personas que antes se conocía como “los
empleados”. Las noticias sobre cómo van las cosas en la plataforma -tanto las
buenas como las malas- suelen ser comunicadas en nombre del “equipo”. En
principio, el rol del jefe del equipo ya no es mandar sino evangelizar, educar,
persuadir, e incentivar al equipo para que sus integrantes estén “alineados”
con la plataforma. De hecho, hay directivos empresariales que reemplazan el
nombre de su cargo para referirse a sí mismos como “Evangelista en Jefe”. Según
indeed.com, una empresa que a través de internet busca conectar a empleados con
empleadores, los Evangelistas en Jefe “son activos embajadores de un negocio,
producto o servicio. Divulgan un mensaje positivo acerca de una marca y buscan
estimular a otros para que usen ese servicio o producto… Si bien los clientes
pueden ser efectivos evangelistas de una marca, contratar a alguien para que
haga este trabajo a tiempo completo puede generar más ventas. Por eso es mejor
que las marcas empleen a evangelistas dedicados a promover sus productos”.
Toda
esta actividad debe “generar sinergia”, “catalizar cambios” y “alinear” el tamaño
y cultura de la organización a su misión y a las realidades financieras de la
plataforma. También debe fomentar la resiliencia de la plataforma y de quienes
trabajan en ella. La resiliencia es la capacidad de recuperarse de una
desgracia y de ajustarse a la nueva situación. Algunos árboles que sobreviven
fuertes ráfagas de viento son un buen ejemplo de resiliencia. Se doblan, pero
no se rompen. De un tiempo a esta parte ha proliferado el uso de la resiliencia
para referirse a la capacidad de organizaciones y seres humanos para
recuperarse de eventos negativos.
Todo
lo anterior está fuertemente imbuido por el culto al cambio. Así, el cambio que
inspira y justifica todas las palabras anteriores debe ser inédito -o promovido
como tal-. Sabemos sin embargo que, con frecuencia, los cambios que no tienen
precedentes son poco frecuentes. Rose Bertin, la costurera de la reina María
Antonieta famosamente explicó en los años 1770 que “no hay nada nuevo, excepto
lo que se nos ha olvidado.”
Nuestro
lenguaje sigue evolucionando, como siempre lo ha hecho, y esto sirve para
expresar nuevos valores a través de otras frases y párrafos. Esto, por
supuesto, no tiene nada de nuevo. Hoy vemos como la alergia a la autoridad y a
la jerarquía nos lleva a esconder relaciones de poder detrás de una serie de
eufemismos que oscurecen más de lo que iluminan. Y seguirá siendo así, ¡hasta
que nos salve alguna nueva plataforma disruptiva en el espacio lingüístico
catalizada por un equipo resiliente que logre obtener sinergias orgánicas!
Moisés
Naím
@MoisesNaim
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