Corina Yoris-Villasana 16 de mayo de 2023
@yorisvillasana
En
Venezuela, desde hace unos cuantos años, la política ha estado divorciada de la
ciudadanía. Basta recordar los sucesos de 1989, en especial el «Caracazo»,
momento en el cual se hizo patente una aguda crisis que evidenció las serias
fisuras que había en el sistema democrático en el país, para comprender que
nuestro suelo político estaba siendo dinamitado.
En ese
crucial período político venezolano faltó una seria reflexión que analizara los
aciertos y los desaciertos de los distintos gobiernos que dirigieron a
Venezuela, no solo a partir de la caída de Pérez Jiménez, sino de la
trayectoria política que se había recorrido desde iniciado el siglo XX.
Obviamente hay serios estudios que marcan las excepciones, pero son voces que
han clamado en el desierto. Prueba de ello es la repetición de errores
políticos año tras año.
No voy a detenerme a hablar sobre los diversos y a veces engorrosos acontecimientos ocurridos durante ese largo período, porque me desviaría del objetivo de este escrito, dirigido a recordar que la Política es “el arte de vivir en sociedad”.
Jamás
saldaremos la inmensa deuda que tenemos con el pueblo griego. Las escalas del
pensamiento que aún nos pertenecen y determinan como Occidente fueron definidas
por esa Grecia. Al acercarse cualquier lector al fabuloso libro La
civilización griega. Las grandes civilizaciones, del insigne helenista,
François Chamoux (1915-2007), lo primero que nos llama la atención en la
«Introducción» es la concordancia que establece Chamoux entre las bondades del
entorno geográfico del Mediterráneo y el pueblo griego. Aclara, con mucha sabiduría,
que está “lejos de pensar como Taine, que todo se explica, casi todo, por la
influencia del cuadro natural o del clima. Son los hombres los que hacen la
historia (…) Pero no deja de ser cierto que esas condiciones facilitan más o
menos la tarea (…)”. Y, ciertamente, Grecia tiene un territorio favorable, pero
necesitó que el ser humano se hiciese digno de ese privilegio.
Y ese
ser humano, indispensable para hacer la historia, fue primero un soldado,
porque la “ciudad” (polis) lo requería; participó de la religión, porque la
“ciudad” paterna así lo solicitaba. Y, parafraseando a Chamoux, tal manera de
organizarse en sociedad fue el sello característico de lo que ellos
consideraron un «hombre civilizado». Tengo plena conciencia de lo impropio que
puede resultar la exclusión como ciudadanos de las mujeres, los metecos
(extranjeros), y, por supuesto, de los esclavos.
Como
era de esperarse, me voy a la Política de Aristóteles (Politiká podría
traducirse como Tratados de tema político, es decir, relacionados
con la polis) para citar una definición que resume lo que quiero
destacar: «el hombre es por naturaleza un animal social [zoon politikon],
y que el insocial por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser
superior al hombre. Como aquel a quien Homero vitupera: sin tribu, sin ley, sin
hogar (…)» (Política,
I. 1253a 2-8). Además, el Estagirita enfatiza que «la ciudad, que tiene ya, por
así decirlo, el nivel más alto de autosuficiencia (autarquía), que nació a
causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para el vivir bien».
La
noción de ciudad (polis) fue una innovación característica y sutil de
esa Grecia. Ha trascendido los siglos, fue y es el centro de su historia y su
filosofía. Fue legada a Roma, quien la ajusta y la desarrolla para sí, y, de
allí, fructifica en Europa. Es de esa concepción que nacerá otro principio
capital en nuestra Historia, el concepto moderno del Estado. ¡Y esto es decir
mucho sobre cuál es su importancia en la historia de nuestra civilización!
Más
allá de las diferentes concepciones atribuidas a polis, cuando un
escritor, historiador se refiere a esa idea está claramente hablando de
política. La trascendencia que le adjudica a polis es
evidente. Se está refiriendo a la unidad sociopolítica que sostuvo al universo
griego y que, juntamente con la singularidad de su lengua, marca la distancia
del llamado mundo bárbaro.
Es
común que muchos traduzcan Polis y civitas por
ciudad, dándole a ambos vocablos la denotación material. Ahora bien, polis
y civitas poseen un carácter incorpóreo. Por eso, se vuelve necesario
hacer un deslinde conceptual: «ciudad» puede representar la estructura, el
diseño arquitectónico, urbanístico; pero puede referirse a la espiritualidad de
la ciudad, entendiendo por ella aquella profundidad de las musculaturas del
bienestar del ser humano en su relación sociofamiliar y con su propio yo; de
esa relación brota la concordia entre las personas; ciudad puede representar
también la política, la filosofía que sostiene a esa sociedad.
Entonces, polis podría entenderse en el sentido de nomos,
una construcción social con dimensiones éticas, mientras que civitas al ius. Polis y civitas son
dos maneras diferentes de entender la avenencia y las relaciones sociales.
Nuestra
Venezuela repudió la política. Se empeñaron tirios y troyanos en romper la
dupla politiké y el zoon politikon. Se equiparó
Política, así, con mayúscula, con triquiñuelas, con politiquería. Y esta patria
desdibujada, mancillada, tiene posibilidades de recobrar su nobleza, su
hidalguía. Restablezcamos el nexo Política y Ciudadanía. Allí, en frente de nosotros,
hay una posibilidad. Difícil, sí, pero posible. No hagamos de la frase «la
unidad es la primaria» un cascarón vacuo. Al contrario, en medio de esta
destrucción de valores, desaparición de nuestro ethos, me parafraseo a mí
misma: ¡Ciudadanía y Política, volcadas en la Primaria, pueden constituir un
nuevo diapasón de la democracia!
Corina
Yoris-Villasana
@yorisvillasana
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