Realmente, la noción del tiempo es engañosa. El pasado puede estar pisándole los talones al presente. Me he encontrado con un libro, cuyo autor es el escritor cubano Gustavo Pérez Firmat*. El título, Cincuenta lecciones de exilio y desexilio. De inmediato, pensé en lo obvio. En esas páginas podía encontrar respuestas a una característica que, por razones políticas, nos hermana a Cuba.
En Venezuela no hemos tenido tiempo de reflexionar sobre el significado de la diáspora, tampoco es algo que ha despertado nuestro interés o curiosidad. Diría que, como en otras tantas cosas, nos refugiamos en la evasión, en darle la vuelta, en hacernos los locos, en tirar tierrita y no juego más. Pero tarde o temprano, la realidad nos va a convocar. Siempre lo hace. No importa cuánto demores en hacerle frente.
Ahí van estas líneas, para quien se quiera ver en el espejo del éxodo cubano, ninguneado por los propagandistas de la izquierda progre.
La dialéctica del exilio: Estar, no estar; saber estar, saber no estar. Con Cuba, contra Cuba. ¿Existe un lugar para el exilio? ¿No es una reflexión más íntima, más elaborada o reflexionada sobre la diáspora?
Me parece que el concepto diáspora tiende a deshistorizar el exilio, que es algo más concreto porque tiene un reference: el país del que uno se ha ido. Mientras que la diáspora es esparcir, indeterminación. Es un término que se usaba antes, a propósito del pueblo judío, que estaba diseminado por todo el planeta. En Estados Unidos, en el ámbito académico —a comienzos de la década de 1990 y de este siglo—, la palabra diáspora empezó a reemplazar la palabra exilio. Yo me he resistido a eso en lo que escribo, entre otras cosas, porque no me considero un ente diaspórico. Si acaso, soy esporádico. Pero lo que soy es un cubano exiliado.
Al leer su libro, me pregunté si hay un lugar para el exilio. Tu arraigo, tu cultura, tus memorias no encuentran asidero. Entonces, toca atravesar algo parecido al limbo.
A medida que pasa el tiempo el exilio va cambiando. O, más bien, cambia la manera en que uno lo experimenta. Cuando yo salí de Cuba era un niño de 11 años, con mi familia, como tantos cubanos en la década de 1960, a Miami. En esa primera etapa, lo que siente el exiliado es expectación. Siente que, en cualquier momento, va a regresar a su patria. Eso era lo que sentíamos nosotros. En noche buena o fin de año, se hacía un brindis, que llegó a ser una fiesta muy popular, y el deseo que pedíamos los cubanos era: el año que viene estamos en Cuba. La sensación que uno tenía era que, en cualquier momento, la situación iba a cambiar y la dictadura iba a desaparecer; que a Fidel lo iban a tumbar y regresaríamos a Cuba. Pasan los años y eso no sucede. Entonces, lo que fue expectación o sensación de inminencia, se convierte en nostalgia. Nostalgia del país que uno abandonó hace ya bastantes años. Para los cubanos: la famosa Cuba de ayer; luego, la Cuba de anteayer y, después, la Cuba de nunca. La nostalgia es la segunda etapa del exilio. La tercera, en la cual me encuentro, me es difícil definirla, en el sentido de que es un exilio crónico. Yo sé que nunca voy a regresar a Cuba, porque ese país, donde nací y me crie, ya no existe. La emoción que prevalece es algo como la melancolía, según la definición de Freud: el objeto de la pérdida está en sí perdido. De ahí este exilio crónico, débil o de baja intensidad. En mi caso, la tercera etapa o edad del exilio, también es el exilio de la tercera edad.
¿Cómo es eso?
Ese es un elemento fundamental. Envejecer es un exilio. Cuando uno se hace viejo, como yo, hay un doble exilio. El del espacio, porque estoy en un país que no es el mío, pero también el exilio del tiempo; al sentirme exiliado, por ejemplo, de la gente joven, de mis hijos, de las generaciones más recientes. En la vejez siempre hay ese doble exilio… el del espacio y el del tiempo. Esa es una característica del exilio crónico, en el sentido más propio del término. Es decir, el exilio en el tiempo.
Justamente, ¿qué significado tiene el tiempo para el exiliado?
La idea de que la vejez es un exilio me vino durante un recital de poesía que hice en una especie de hospicio, en un hogar para ancianos. Los poemas que leí hablaban del exilio. Al final, se me acerca una viejita estadounidense y me dice: Yo he vivido aquí toda mi vida, en el estado de North Carolina, no sé español, sin embargo, entiendo perfectamente tus poemas, porque la vejez es un exilio, envejecer es un exilio. Me doy cuenta que esa viejita, rubia de pomo y vestida con un traje de tenis, tenía razón. Con los años, el exilio en el tiempo prima sobre el exilio político, sobre el exilio físico o en el espacio.
Se detiene en el tema del idioma. El idioma materno, el idioma adquirido. La necesidad de escribir en español o de escribir en inglés. Pasa de un idioma al otro porque se siente asfixiado, por uno o por otro. Y como dice en su libro, ¿uno puede atender al diccionario Webster o al diccionario Sopena? ¿Se puede atender a dos señores a la vez? ¿Se ha sentido atrapado en esa disyuntiva?
Es algo más personal. Tengo amigos bilingües, como yo, que no sienten el bilingüismo con dolor. A mí el bilingüismo me duele. Siempre digo que hubiera preferido no saber otro idioma o vivir en un solo idioma. Hay quienes se mueven, sin problemas, entre el inglés y el español, pero a mí me cuesta trabajo. Si estoy escribiendo en inglés y cambio al español, me tengo que preparar. Entonces, cambio los libros en mi despacho, me rodeo sólo de libros en español y escribo en español. Y viceversa, si es en inglés. Es una manía, una locura mía, pero me hace falta, de alguna manera, separar los dos idiomas para que no se contaminen demasiado. A otra gente, no le pasa igual. Por eso digo que es algo más personal.
¿Qué diría del lenguaje materno y el lenguaje adquirido?
El español para mí no es una lengua materna sino paterna. Es la lengua de mi padre. Cuando pienso en español, escucho la voz de mi padre. El inglés, en cambio, es mi lengua conyugal. Estoy casado con una americana que no habla español. Y también es una lengua filial, porque es la que utilizo para entenderme, malentenderme o desentenderme de o con mis hijos.
¿Esa separación entre una lengua y otra qué sensación le produce?
Malestar. Mal estar, en el sentido casi literal de la palabra. Que no estoy bien en ninguno de los dos idiomas. La fantasía, la iluminación, es una lengua perfecta, que sería una suma de ambos idiomas, pero no es así. El bilingüismo me provoca ansiedad y también inseguridad, porque no me siento seguro ni en mi lengua paterna ni en mi lengua alterna.
Su libro se depura, aunque no sé si esta es la palabra, en algo que lo desgarra a uno. Asumir o ver el exilio como un destino es una opción que nadie quisiera. Sin embargo, es algo que se vuelve inevitable o es lo único que queda.
El exilio empieza como desatino, pero con los años se convierte en destino. Ese libro lo escribí un verano, después de varios años de escribir en inglés. Creo que lo digo, pero no lo recuerdo, tampoco lo he releído, porque detesto leerme. Empecé a sentir una gran nostalgia, un gran deseo del español, de vivir en español. Me encerré en mi despacho, donde estoy ahora mismo, sentado en el mismo sillón en que estoy sentado ahora, lo reorganicé y me puse a reflexionar y a escribir en español. Algunas de esas lecturas aparecen en el libro, mediante citas y referencias. Esa fue mi manera de regresar… no lo sé. Yo, a veces, digo que el único regreso no es hacia atrás sino hacia adentro. Y ese libro representa un regreso al español que llevo dentro, al cubano que soy.
Quizás el bilingüismo nos convierte en un ser bicéfalo. Sería un hallazgo y una forma de clarificar las cosas. ¿Despierta esa idea una curiosidad en usted?
¿Clarificar en qué sentido?
Si somos bicéfalos tenemos un cerebro para el español y otro para el inglés.
En mi caso, es una buena manera de describir la situación. Me parece que mi yo, no es idéntico a mi I, el pronombre de la primera persona en inglés. En ambos idiomas, hasta cierto punto, soy una persona distinta, porque una lengua no es sólo un instrumento, también es una coacción. La lengua tiene sus moldes y sus módulos, su manera de decir las cosas, su manera de pensar y pensarse. Nosotros estamos obligados a usar esos moldes, esos módulos, esa manera de pensar. En ese sentido, es así. De hecho, hay palabras, en uno y otro idioma, que no son traducibles. En inglés y francés, por ejemplo, existe la palabra regret, que no existe en español, ahí tenemos remordimiento, tristeza, melancolía, que no es exactamente, en ese sentido, lo mismo que regret. Hasta me han dicho que mi voz suena distinta si hablo en español o si hablo en inglés.
¿Cuál sería la emoción que envuelve al exiliado? ¿Cuál es la que prevalece en el tiempo?
Depende del momento. Yo diría que al principio es expectativa, ilusión, esperanza. Después es nostalgia, que termina cuando te das cuenta de que no vas a volver. Entonces, viene el rencor. A veces contra ti mismo, por haberte ido, por tomar una decisión que te cambia la vida. Sucede que el exilio nos cambia, nos convierte en otras personas, que a veces no se nos parecen. Si me hubiese quedado en Cuba, dudo que mi destino habría sido el de escritor y profesor universitario; yo venía de una familia de tenderos, de inmigrantes gallegos, y soy el primero de mi familia en obtener un título universitario. Así que el exilio me ha convertido en alguien que no se me parece, que no soy quien hubiera sido. Entonces pienso que el exilio es una máscara que se me ha impuesto. Hace años tenía una pesadilla recurrente acerca del momento en que nos fuimos de Cuba. En el sueño yo estaba en el ferry, en el que tantas veces fuimos de vacaciones a Estados Unidos, un ferry que salía del puerto de La Habana y llegaba a Cayo Hueso, a primera hora de la mañana. Desde el ferry, yo veía a un niño en el muelle del puerto, un niño que tenía mi edad, que vestía igual que yo. Yo me estaba despidiendo de ese niño, que era yo. El exilio nos ha convertido en otras personas, en otra gente, muy distinta a la que nosotros fuimos, en nuestra patria, en nuestro país de origen.
Se ha dicho y se dice: Somos lo que comemos. Y, del mismo modo, podríamos decir: Somos lo que hablamos. En tiempos de Twitter o de X, como lo han rebautizado ahora, nos han impuesto un límite de 280 caracteres para un solo mensaje. ¿A dónde nos va a conducir este empobrecimiento del lenguaje?
Algún día nos estaremos comunicando mediante rebuznos o bufiodos. Es terrible. El tiempo que destinamos a poner atención en lo que estamos leyendo, se ha reducido notablemente. Antes, en mis cursos de literatura, les pedía a los estudiantes que leyeran novelas, se podían leer hasta Cien años de Soledad que es una novela larga, ¿No? O Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta que los estudiantes no podían leer novelas, que eran textos demasiado largos. Ahora leen cuentos y cuentos cortos. Han perdido el hábito de la lectura. El español —como lo hablamos antes de empezar la entrevista— ha perdido terreno frente al inglés, a pesar de que lo hablan más de 500 millones de personas. Uno pudiera pensar que los anglicismos penetren el español de los latinoamericanos y en particular el de los pueblos que están más cerca de Estados Unidos, pero en España sucede lo mismo. Por ejemplo, con las pruebas del Covid, en España no se dice prueba se dice test y la acción de quien se hace la prueba es testar. ¿Por qué? Porque test es un monosílabo, mientras que prueba son dos. O, por ejemplo, los españoles dicen look, ya no dicen la apariencia de una persona, sino el look. O team para referirse a un equipo, a una organización. Y son todas palabras monosílabas. Yo creo que el español es un idioma más lento, más solemne, que tiene una música más pausada. Es una bella música, pero es distinta a la música del inglés, cuya melodía es de gorja y rapidez como decía Martí en un poema de hace más de 130 años
¿Qué impacto ha tenido la larga dictadura comunista en las letras cubanas?
De pitonizo no tengo nada. Yo creo que hay muchos escritores cubanos frustrados por el exilio. No sólo en su vocación de escritores, sino por la falta de público. El lector natural de un escritor cubano; es un lector cubano. Pero un escritor cubano que vive en Noruega, que los hay, o inclusive que vive en España, ha perdido sus lectores naturales. Hay un artículo de costumbres de Mariano José de Larra, del siglo XIX, titulado Quién es el público y dónde se encuentra y ese es el dilema del escritor cubano en el exilio. Lo mismo le pasa al escritor cubano en Cuba, que ha perdido a todos esos lectores cubanos, que ya no están en Cuba. Ahora, el impacto de la dictadura castrista en la literatura… Who knows, como dicen los americanos.
Yo estaba pensando en Orígenes, en toda esa generación de los años 60 y 70, que renovó la literatura cubana.
Orígenes es más de los 40 y 50. No sé si se va a dar algo igual. De hecho, y estoy seguro, la literatura no va a tener la importancia que tuvo en el pasado, que tenía, en Cuba, en los años 40 y 50, a pesar de que había muy pocas facilidades para el escritor. Sin embargo, la escritura tenía cierto rango, cierto prestigio. Yo creo que la ciudad letrada de la que hablaba Ángel Rama está en ruinas.
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*Realizó sus estudios universitarios en Miami-Dade Junior College, la Universidad de Miami y la Universidad de Michigan, donde se doctoró con un título en Literatura comparada. Enseñó en Duke University, entre 1978 y 1999. A partir de ese año ocupó la cátedra David Feinson de Humanidades en Columbia University, de donde se jubiló en 2022. Ha publicado más de 150 ensayos y reseñas en revistas especializadas. Ha escrito numerosos libros y poemarios, tanto en inglés como en español.
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