Opus Dei 16 de septiembre de 2023
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Evangelio del domingo 24º del Tiempo
Ordinario (Ciclo A) y comentario al evangelio de la Misa.
Evangelio
(Mt 18,21-35)
Entonces,
se acercó Pedro a preguntarle:
—
Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando peque contra mí?
¿Hasta siete?
Jesús
le respondió:
— No
te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino
de los Cielos viene a ser como un rey que quiso arreglar cuentas con sus
siervos. Puesto a hacer cuentas, le presentaron uno que le debía diez mil
talentos. Como no podía pagar, el señor mandó que fuese vendido él con su mujer
y sus hijos y todo lo que tenía, y que así pagase. Entonces el siervo se echó a
sus pies y le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te pagaré todo”. El señor,
compadecido de aquel siervo, lo mandó soltar y le perdonó la deuda. Al salir
aquel siervo, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y,
agarrándole, lo ahogaba y le decía: “Págame lo que me debes”. Su compañero, se
echó a sus pies y se puso a rogarle: “Ten paciencia conmigo y te pagaré”. Pero
él no quiso, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel, hasta que pagase la
deuda. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a
contar a su señor lo que había pasado. Entonces su señor lo mandó llamar y le
dijo: “Siervo malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has
suplicado. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he
tenido de ti?”. Y su señor, irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que
pagase toda la deuda. Del mismo modo hará con vosotros mi Padre celestial, si
cada uno no perdona de corazón a su hermano.
Comentario
La
pregunta de Pedro se refiere a un tema difícil y que a todos nos afecta: la
necesidad de perdonar. Esta cuestión se plantea con frecuencia ante los
inevitables roces de la vida diaria en la convivencia familiar, con los amigos
o en las relaciones profesionales. No es raro que nos sintamos dolidos pensando
que alguien nos ha ofendido, despreciado o perjudicado y no una sola vez sino
reiteradamente. Perdonar cuesta. Por eso, la pregunta de Pedro nos parece
razonable: ¿Tengo que perdonar siempre?
Benedicto
XVI invita a reflexionar acerca de lo que implica el perdón. “La ofensa –dice–
es una realidad, una fuerza objetiva que ha causado una destrucción que se ha
de remediar. Por eso el perdón debe ser algo más que ignorar, que tratar de
olvidar. La ofensa tiene que ser subsanada, reparada y, así, superada. El
perdón cuesta algo, ante todo al que perdona: tiene que superar en su interior
el daño recibido, debe como cauterizarlo dentro de sí, y con ello renovarse a
sí mismo, de modo que luego este proceso de transformación, de purificación
interior, alcance también al otro, al culpable, y así ambos, sufriendo hasta el
fondo el mal y superándolo, salgan renovados. En este punto nos encontramos con
el misterio de la cruz de Cristo”[1].
En
efecto, las dificultades que encontramos para perdonar no son tan grandes
comparadas con lo que ha hecho Jesucristo por cada uno de nosotros. En esta
parábola se expresa muy bien el contraste entre la actitud mezquina de los
hombres en perdonar con cálculo y la misericordia infinita de Dios. Un talento
equivalía a seis mil denarios y un denario era el jornal diario de un
trabajador. Diez mil talentos es una cantidad exorbitante que nos da idea del
valor inmenso que tiene el perdón que recibimos de Dios.
San
Josemaría nos hace caer en la cuenta de que “las circunstancias de aquel siervo
de la parábola, deudor de diez mil talentos, reflejan bien nuestra situación
delante de Dios: tampoco nosotros contamos con qué pagar la deuda inmensa que
hemos contraído por tantas bondades divinas, y que hemos acrecentado al son de
nuestros personales pecados. Aunque luchemos denodadamente, no lograremos
devolver con equidad lo mucho que el Señor nos ha perdonado. Pero, a la
impotencia de la justicia humana, suple con creces la misericordia divina. El
sí se puede dar por satisfecho, y remitirnos la deuda, simplemente porque es
bueno e infinita su misericordia”[2].
Ante
tanta generosidad por parte de Dios para con nosotros, ¿cómo no vamos a
perdonar a los demás? “Lejos de nuestra conducta, por tanto –sigue concretando
san Josemaría–, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las
humillaciones que hayamos padecido -por injustas, inciviles y toscas que hayan
sido-, porque es impropio de un hijo de Dios tener preparado un registro, para
presentar una lista de agravios. No podemos olvidar el ejemplo de Cristo”[3]. Con la mirada
puesta en Jesús es como podemos renunciar a todo rencor y mantener nuestro
corazón sano y limpio de toda enemistad.
Cuando
nos venga la tentación de no perdonar recordemos las palabras del señor
misericordioso a aquel siervo despiadado: “Siervo malvado, yo te he perdonado
toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú también tener compasión
de tu compañero, como yo la he tenido de ti?” (vv. 32-33). Al experimentar el
gozo, la serenidad y la tranquilidad interior que se siente al ser perdonado,
podemos con la ayuda de Dios abrirnos a la posibilidad de perdonar.
[1] Joseph
Ratzinger - Benedicto XVI, Jesús de Nazaret I (La Esfera de
los libros, Madrid: 2007), p. 195.
[2] San
Josemaría, Amigos de Dios, 168.
[3] San
Josemaría, Amigos de Dios, 309.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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