Trino Márquez 18 de noviembre de 2023
@trinomarquezc
Las
nuevas camadas de dirigentes empresariales que han asumido la conducción de los
distintos gremios y asociaciones en las que ese sector se organiza, han
establecido una clara línea de demarcación con la dirigencia protagonista de
los sucesos del 11 de abril de 2002 y del paro cívico de 2002-2003. Esta última
capa de líderes enfrentó sin ambigüedades los devaneos comunistas y
autocráticos de Hugo Chávez. Fue la época en la que el país entendió que la
‘refundación’ de la República a la cual el comandante se había referido durante
la campaña electoral de 1998, no era otra cosa que conducir el país por el
camino cubano y reproducir en Venezuela el mismo modelo totalitario impuesto
por Fidel Castro en la isla antillana.
Es compresible que los nuevos dirigentes empresariales se distancien de figuras como Pedro Carmona y Carlos Fernandes, entre otros líderes que intentaron cubrir, sin éxito, el vacío dejado, luego de su declinación, por Acción Democrática, Copei y, en mucho menor medida, por el Movimiento Al Socialismo y otras agrupaciones de izquierda.
La
sociedad venezolana de repente se encontró ante el proyecto hegemónico
concebido por Fidel Castro y Hugo Chávez, en ese orden. Para encararlo, echó
mano de los instrumentos más engranados disponibles: Fedecamaras y la
Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), las dos confederaciones más
poderosas de la nación. Esas organizaciones pasaron a ser las guardianas de la
democracia, de la propiedad privada –seriamente amenazada-, de la libre
iniciativa y de la libertad en el más amplio sentido de la expresión. El
fracaso de esa élite empresarial y sindical cuando desafió las pretensiones
dictatoriales de Castro y Chávez, no se debió tanto a que cometió un error en
el diagnóstico y el análisis de la situación, sino a que fue incapaz de medir
con suficiente claridad los límites de sus propias fuerzas. Se dejó dominar por
el pecado de la soberbia. Desechó los aportes que podían darle los dirigentes
más curtidos de los partidos que, a pesar de atravesar una crisis severa,
contaban con la suficiente experiencia y conocimiento para sortear las
dificultades que entrañaba oponerse a dos enemigos letales como el comandante
venezolano y el déspota cubano.
No
niego, entonces, que los actuales dirigentes gremiales deban andar con cuidado
cuando declaran o conceden entrevistas a los medios de comunicación. El terreno
en el cual se mueven está minado. La cultura antiempresarial de muchos jerarcas
del régimen sigue siendo arraigada. Se debaten entre el guevarismo y el
pragmatismo chino, que entendió con claridad que la actividad económica
mientras más libre sea, más riqueza crea. Al hablar en público, los empresarios
están obligados, en primer lugar, a defender los intereses de sus agremiados.
Ese espíritu realista es comprensible y plausible.
Lo que
no comparto es la zalamería de algunos dirigentes con el Gobierno y,
especialmente, su falta de compromiso con la democracia, la libertad en sentido
amplio y el Estado de derecho. Parecieran tenerle un miedo cerval al régimen.
No se atreven a hablar de las condiciones generales, contextuales, que requiere
un país para crecer de forma integral, sostenida e inclusiva. El miedo se
convierte en terror cuando se refieren al tema de las sanciones
internacionales. Ya muy poca gente está de acuerdo conque Estados Unidos y la
Unión Europea le apliquen penalizaciones al régimen, a pesar de todos los
desafueros que ha cometido y sigue cometiendo.
Sin
embargo, esos líderes deberían saber que siempre resulta útil acotar que las
inversiones se dirigen de forma preferente y masiva hacia los países donde
impera el Estado de derecho; los tribunales poseen autonomía; la sociedad, a
través de los medios de comunicación privados e independientes y de las
agrupaciones civiles, pueden denunciar los abusos del Gobierno y fiscalizar su
acción; se da la alternancia en el poder porque se convocan elecciones libres,
sin presiones ni exclusiones, cuyos resultados son acatados y respetados. En
esas naciones la actividad económica aumenta porque sus élites inspiran
confianza, factor esencial para que las sociedades prosperen, según demuestran
todos los indicadores e informaciones de los que se dispone en la actualidad.
A los
dirigentes empresariales –estoy refiriéndome a los verdaderos emprendedores, no
a los que han amasado su fortuna a la sombra del Estado chavista- no hay que
exigirles que se comporten como líderes políticos. Esto sería repetir el error
que hace dos décadas les costó muy caro a ellos y al país. Pero, tampoco se les
debe aceptar que actúen como si vivieran en Narnia y ellos fueran hobbits.
Venezuela
está atravesada de desequilibrios, falencias y déficits en todos los sentidos.
La claque que se empotró en Miraflores hace un cuarto de siglo, después de
haber destruido la economía y las instituciones del país, pretende seguir
gobernando eternamente en medio del deterioro generalizado. Los dirigentes
empresariales no pueden aislarse ni ignorar este contexto. Sin enfrentarse
abiertamente al Gobierno, sí deben abogar por cambios que conviertan a
Venezuela en una nación más amigable, equitativa y libre. La democracia debemos
defenderla todos.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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