La idea de que el Esequibo hace parte del conjunto del territorio nacional es un consenso político y social en Venezuela. Mucho se debate en la actualidad sobre cómo se llegó a esta situación crítica en la demanda histórica del Estado venezolano, si es reversible y qué formas de abordar el problema existen. Pero el asunto tiene en realidad muchas más dimensiones; o digámoslo así, hay muchos puntos ciegos sobre el tema Esequibo, elementos que parecen ni existir para la narrativa política dominante y el grueso de la opinión pública y que necesitan visibilizarse, al menos para preguntarnos desde qué paradigmas estamos pensando este asunto.
El conflicto entre Venezuela y Guyana por el Esequibo ha sido heredado del colonialismo, ciertamente; pero sobre él se mantiene una mirada colonial, hasta nuestros días. ¿Qué es el Esequibo para los venezolanos? ¿Cómo aparece en nuestros imaginarios, si no como un objeto en reclamación, un territorio a ser ‘reconquistado’, un área rayada, sin vida? No tiene, en general, rostros, no tiene paisajes; carece de vínculos de reconocimiento humano, y mucho menos ecológico.
Fuera de estas objetivaciones coloniales, el Esequibo es más que eso: es también uno de los ríos más caudalosos de América Latina; no es casual que el origen del término ‘Guyana’ signifique tierra de agua. Está entre los territorios más biodiversos del planeta, es parte de la región amazónica. Es territorio ancestral de pueblos Arawaks, Wai Wai, Caribes, Akawayos, Arecuna, Patamona, Wapixana, Macushi y Warao. Y es también tierra de resistencias cimarronas y luchas populares por derechos sociales y ambientales. Tiene su propia significación geo-histórica y cultural.
Pero eso que hoy llamamos Guyana ha sido configurada como territorio de conquista para españoles, holandeses, británicos, estos últimos introduciendo masivamente esclavos africanos para trabajar en las plantaciones costeras; para los Estados Unidos y sus actos de injerencia en el período post-independencia; pero también para la clase de los hacendados y los intereses azucareros nacionales, la burocracia estatal, las reformas neoliberales para facilitar y ampliar el extractivismo; hasta llegar a la actualidad para la Exxon Mobil, las redes transfronterizas corruptas que impulsan la minería ilegal, y los intereses extractivistas del gobierno guyanés, en alianza con el capital transnacional.
La Guyana en su conjunto, ha sido un territorio fundado siglos atrás por los imaginarios coloniales de El Dorado, lógica que encontró continuidad en los procesos de explotación de la naturaleza y la fuerza de trabajo para el mercado mundial, y que en la actualidad se está concibiendo y segmentando en lotes petroleros, reinsertándolo una y otra vez en la repartición capitalista.
¿Qué ha sido el Esequibo para el proyecto Republicano venezolano? Lamentablemente no dista mucho de esta visión colonizante. Una visión de incorporación de territorios en función de un modelo histórico extractivista, sobre el que se ha sostenido la eternamente incumplida promesa de progreso. Promesa que todavía muchos no se han atrevido siquiera a problematizar. En este sentido, el Esequibo tendríamos que pensarlo mirando al delta del Orinoco, región sumida en el abandono, notablemente contaminada con diversos desechos y con un pueblo warao entre los más afectados en todo el país. Tendríamos que observar a nuestro lago de Maracaibo, convertido en la triste cloaca de la Venezuela petrolera; a Yapacana y la cuenca del Atabapo, al Alto Orinoco, y la cuenca del Caroní, desgarrados por la corrupción, la desidia y la minería predatoria. Inclusive, podemos mirar la cuenca del Cuyuní, río que precisamente es tributario del río Esequibo, y una de las áreas más violentas y ambientalmente devastadas del país. Debemos mirarnos en esos espejos.
¿Qué sería hoy el Esequibo para el proyecto Republicano venezolano? ¿Una extensión del Arco Minero del Orinoco? ¿Nuevas áreas petroleras que ampliarían las ya enormes reservas de un país arruinado por su descomunal dependencia al petróleo? ¿Qué sería?
Cuando se dice que el Esequibo es “nuestro”, no parece que hablamos del hacer parte de una comunidad política nacional, sino de posesión. Esta idea del Esequibo como objeto vacío y apropiable es parte de la herencia colonial adquirida; así nos la han enseñado en escuelas y narrativas políticas, sin cuestionamiento alguno. Idea además atravesada por discursos nacionalistas que en realidad son muy contradictorios. Y lo son porque si hay algo clave en el orgullo patrio es precisamente el cuidado y la defensa de la vida en nuestros territorios, de nuestro acervo histórico-cultural. Un ideal nacionalista tendría que preguntarse primero qué hemos hecho en nuestro propio suelo, por qué se permitió y promovió la devastación histórica del lago de Maracaibo, el actual saqueo de recursos y desangramiento de la Amazonía; por qué se ha maltratado de esta manera a los pobladores originarios de nuestro territorio, básicamente nuestros mayores; por qué se ha impuesto un régimen de desfalco de las arcas públicas que dirige sus riquezas a Dubai, Madrid, Miami u otros, mientras millones de venezolanos buscan subsistir con ingresos de 20, 50 o 70$ por mes; o por qué como respuesta a la crisis, el Gobierno venezolano ha decidido entregar el país al capital extranjero con concesiones en extremo favorables y zonas económicas especiales. Curioso nacionalismo.
Así hemos tratado nuestra Casa grande, que es la tierra venezolana, que nos cobija y nos brinda sus frutos. Así nos hemos tratado a nosotros mismos, como país, algo que nos debe llamar mucho la atención si queremos también reflexionar sobre los orígenes de esta crisis histórica que estremece a Venezuela.
Pensar el Esequibo desde un proyecto republicano para la vida
Venezuela viene de experimentar una de las peores crisis de la historia mundial contemporánea. Crisis que, además de juzgar a gobernantes responsables, nos debería aproximar a un análisis de los paradigmas dominantes que han sostenido nuestro ideal de país. Un paradigma que ha sido profundamente predatorio, insostenible, empobrecedor de la vida, centrado además en la extracción de naturaleza y la captación centralizada y oligárquica de renta. La Cuarta República, la de la Venezuela rica en petróleo, moría dejándonos más de 80% de pobreza, casi todos los llanos centro-occidentales arrasados por la deforestación, con una industria petrolera que contaminó todo territorio donde se asentó, y un largo etcétera. La Quinta República, la del “Socialismo” y la Venezuela Potencia Energética Mundial, nos deja con cerca de 90% de pobreza, unos 8 millones de venezolanos migrando, y desastres socio-ambientales como el que impulsa el Arco Minero del Orinoco.
Claro que es del paradigma republicano de lo que hay que hablar, hablar de la necesidad de abandonar esta economía de muerte, obsesionada con indicadores macro-económicos o con aumentar exportaciones, mientras las condiciones básicas de vida social y ecológica se deprimen aceleradamente. Y esto lo tenemos que discutir en el marco de una crisis ambiental global muy seria, en este particular momento en que la crisis climática muestra preocupantes señales de avance, y nos obliga a cambios urgentes para mantener las condiciones mínimas de vida en el planeta. No es necesariamente una discusión “utópica” o sólo de ambientalistas, es profundamente política. Debate que ha propuesto el Presidente de Colombia Gustavo Petro, alarmas que hoy plantea el Secretario General de ONU António Guterres, el enorme grueso de la comunidad científica internacional, el Papa Francisco, entre otros.
Para Venezuela, se trata de una oportunidad para cambiar su modelo de sociedad hacia un paradigma republicano para la vida. Una reivindicación venezolana del Esequibo podría insertarse en un paradigma de las llamadas bio-economías o nuevas economías para la vida, que promueva iniciativas de cultivos autóctonos, ecoturismo o turismos sostenibles, pesca, silvicultura o propuestas forestales comunitarias, proyectos de conservación y restauración ecológicas, en consonancia con la lucha internacional contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Además debe insertarse en una estrategia para la Amazonía que cuente con una gestión regional bajo otros paradigmas de integración. La clase política venezolana, sea del chavismo o de las oposiciones, lamentablemente no están alineadas con estas discusiones y orientaciones, por lo que hay que reconocer que en Venezuela la lucha también es por un cambio cultural, un cambio de paradigmas y de actores políticos.
Reconocemos que el mundo hoy se debate entre dos caminos: uno, el de la guerra por los recursos y la (re)conquista de territorios. El otro, el de las luchas en defensa de la vida en el planeta, y de todo lo que se pueda hacer para preservarla. El Esequibo está también inscrito en ese contexto global. Guerras como las de Ucrania, Siria o Sudán, o el nuevamente agravado conflicto entre Israel-Palestina evidencian con mucha fuerza estas tendencias. La guerra en Ucrania ha generado extraordinarias presiones para incrementar la extracción de hidrocarburos en América Latina. No sólo en Venezuela, como ya hemos visto. La notable expansión petrolera de Guyana se monta también en esta ola energética, creando otro escenario en el conflicto por el Esequibo, pero metiendo también a Guyana en el laberinto de la dependencia petrolera y la devastación ambiental.
Por otro lado, la propuesta de dejar el petróleo en el subsuelo en el Yasuní (Ecuador), el proyecto de ‘descarbonización’ de la economía de Petro (Colombia) o las resistencias sociales a la expansión hidrocarburífera en Argentina (Mar del Plata), Bolivia (Tariquía), e incluso unas más pequeñas en la propia Guyana, junto a diversos actores que en el Norte y el conjunto del Sur Global luchan por detener la lógica de ampliación de los combustibles fósiles, nos muestran la contraparte, otro camino muy diferente para vivir en el planeta.
No es un escenario fácil, como vemos. Visiones alternativas se enfrentan a toda la crispación y la violencia del extractivismo, el apetito por recursos y la recolonización de los territorios. Pero se trata de una apuesta por la vida, en un mundo en el que se nos agota el tiempo y las opciones.
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