Antonio Ledezma 05 de noviembre de 2023
@alcaldeledezma
El zigzagueo de la diplomacia
chavomadurista ha sido fatal para los intereses de nuestro país
Una
contienda territorial comienza cuando «un Estado formaliza un reclamo por una
parte o la totalidad del territorio de otro Estado soberano; un
Estado cuestiona la ubicación de una frontera existente y solicita una revisión
de la frontera, o un Estado impugna el derecho de otro Estado para ejercer la
soberanía sobre ese territorio».
Leyendo un ensayo de la ciudadana argentina, Mariana Alejandra Altieri, especialista en Estrategia y Geopolítica, corroboramos que, «actualmente existen 71 disputas territoriales que están sin resolver, involucrando a 79 Estados. Esto significa que el 41 % de los Estados del mundo están involucrados en disputas territoriales con otros Estados, lo que puede provocar tensiones bilaterales, regionales e internacionales». La analista citada también afirma que, «para que una disputa territorial persista a lo largo del tiempo deben darse alguna de estas dos condiciones: o los Estados involucrados no han intentado resolver la disputa o los intentos de solución han fracasado».
Así
tenemos que en Europa continúan sin zanjarse rivalidades de
soberanía que involucran a países hispanoamericanos. Uno de esos pleitos por
espacios territoriales es el que atañe a la República de Argentina,
cuyos representantes insiste en reclamarle al Reino Unido de Gran
Bretaña e Irlanda del Norte, su soberanía sobre Las
Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur y
los espacios marítimos circundantes. Otra querella de vieja data es la que
involucra al Reino de España con el Reino Unido de
Gran Bretaña e Irlanda del Norte por el peñón
de Gibraltar. Sobre esos enfrentamientos han pasado decenas de años
acumulando mucho tiempo sobre unas confrontaciones dilatadas que parecieran
fluctuantes e interminables.
Otra,
no menos prolongada pugna en la que interactúo el Reino Unido de Gran
Bretaña tiene como contrincante a Venezuela. Se trata
del arrebato de parte de nuestro territorio conocido como Esequibo.
Desde que tenemos uso de razón, en las escuelas a las que asistimos desde
niños, los venezolanos comenzamos a descifrar los linderos que demarcan nuestro
ámbito territorial. Aprendimos, viendo nuestro mapa guindado en la pared de la
institución escolar, que la integridad territorial de nuestra Venezuela está
muy bien definida en el artículo 10 de la Carta Magna de 1999.
Ese
dispositivo actualizaba y retomaba con precisión lo dispuesto en ese mismo
sentido en las diferentes constituciones de Venezuela desde
1830. Desde que aprendíamos a leer y a escribir comenzamos a repetir una y otra
vez que «el territorio y demás espacios geográficos de la República son los que
correspondían a la Capitanía General de Venezuela antes de la
transformación política iniciada el 19 de abril de 1810, con las modificaciones
resultantes de los tratados y laudos arbitrales no viciados de nulidad».
La
responsabilidad de defender nuestros espacios territoriales se asumió plena y
cabalmente por los gobiernos democráticos. Desde que se produjo el asalto de
nuestra Guayana esequiba mediante el irregular Laudo de París en
1899, consecuencia de la indebida presión del Reino Unido de Gran
Bretaña, el Estado venezolano, patriótica y dignamente representado, fue
posible lograr que se suscribiera por las partes en discordia el Acuerdo
de Ginebra de 1966, como una estratégica y conveniente vía para Venezuela a
los efectos de superar el «atrincheramiento territorial» que se desprendía del
comportamiento de los portavoces de las autoridades guyanesas.
Lamentablemente,
esa estrategia que se reflejaba en todos los escenarios a los que acudían los
embajadores plenipotenciarios que actuaban por encargo de las autoridades
legítimas de la República de Venezuela, comenzó a desvariar a
partir de que el presidente Hugo Chávez Frias dejó de lado la
diplomacia de Estado, para poner en práctica una «diplomacia de amigos»,
ideologizada y supeditada a sus caprichosas relaciones con el régimen
castrista. Están registradas en medios de comunicación y vídeos que perviven en
las redes sociales, las versiones entreguistas, tanto de Chávez como
de su sucesor Nicolás Maduro. Retumban en nuestra memoria agraviada
las declaraciones de Chávez y de su canciller Roy
Chaderton, en las cuales «exoneraban de culpa a Guyana,
atribuyéndosela al imperialismo norteamericano». Ahora, de forma invertida e
irresponsable, copan la escena las descalificaciones subidas de tono, incluidas
amenazas absurdas en contra del actual mandatario de Guyana,
disparadas en un segundo capítulo de esta desastrosa defensa del territorio
venezolano por Maduro, en contra del Gobierno de David Granger.
Esa
conducta revanchista de Maduro le sirvió de pretexto al Gobierno
de Guyana para apartarse del esquema basado en conversaciones y
mecanismos de solución pacífica que había perdurado durante más de cinco
décadas, para emprender una táctica diferente que comenzó por solicitarle
al secretario general de la ONU que procediera a llevar el
caso ante la CIJ con base a la posibilidad de aplicar ese marco conforme a una
posibilidad contemplada en el mismo Acuerdo de Ginebra para resolver la situación.
El
zigzagueo de la diplomacia chavomadurista ha sido fatal para los intereses de
nuestro país. Recordemos que Guyana desde la presidencia
de Cheddi Jagan, pasó a ser una pieza sumisa e incondicional
de Cuba. Los vuelos de Cubana de Aviación, que transportaban tropas
cubanas a Angola, hacían escala en Guyana. Existen
vídeos de Hugo Chávez declarando las razones por las
cuales Venezuela abandonaba el reclamo del Esequibo.
Discurseaba sobre «los pueblos hermanos y su lucha contra el
internacionalismo», secundando los artificios de Fidel Castro,
orientados a sostener esa base estratégica para Cuba, en América
del Sur.
Después
de esta seguidilla de errores, o más bien actos traicioneros al interés de la
patria, Maduro inventa un referéndum absurdo y ridículo, en el
que pretende preguntarle a los venezolanos cosas obvias como que «si reconocen
que el caballo del Libertador Simón Bolívar era blanco». ¡Claro que el esequibo
es venezolano! No hace falta preguntarlo.
Ante
semejante disparate no puedo dejar de evocar aquella histórica decisión asumida
por el presidente Carlos Andrés Pérez el 21 de junio de 1974,
fecha en la que aparece publicada en gaceta Oficial número 30.430 la Ley por la
cual se crea la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores (CARE), órgano concebido
para «prestar colaboración al Gobierno Nacional en todos los ramos de la
política internacional». En la CARE se reunían los expresidentes de la
República, ex cancilleres, más dos representantes de la Cámara del Senado y dos
parlamentarios de la Cámara de Diputados del desaparecido Congreso Nacional.
Eso era hacer política exterior y diplomacia de Estado, con grandeza y con
espíritu de verdadero nacionalismo. No como ocurre ahora, con esa desfachatez
propia de caudillos atolondrados que no saben cómo se defiende lo que
históricamente nos pertenece.
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