ELÍAS PINO ITURRIETA 31 de marzo de 2024
@eliaspino
"El
príncipe", de Maquiavelo, no es un recetario de actualidad, es una
orientación que nos llega de otros tiempos: de mirar al pasado. Para el
análisis político es necesario conocer de historia, no basta con la
"celebridad" en las redes sociales
Maquiavelo dedica El
príncipe a Lorenzo de Médicis, quien era duque de Urbino y uno de los
mandatarios más importantes de su tiempo. Quiere hacerle un servicio, quiere
obsequiarle una merced de utilidad, y por eso escribe en la dedicatoria:
Deseando yo, pues, ofreceros una prueba de mi adhesión y respetuosa obediencia, he encontrado que la alhaja de más valor, y tal vez la única que poseo, es el conocimiento de lo que han hecho los grandes hombres; conocimiento que he adquirido con una larga experiencia de la política moderna, y una lectura continua de la que seguían los antiguos. De todo esto, meditado y examinado con detención escrupulosa, he formado un pequeño volumen que os envío, pues, aunque creo que mi obra es indigna de tamaño honor, sin embargo, confío en que será acogida con benevolencia, considerando que no puedo ofreceros mayor regalo que el conocimiento instantáneo de lo que tantos años y peligros me ha costado aprender.
Es
una obra redactada en 1513, después de haber ejercido de secretario del
gobierno de Florencia, su ciudad natal, y de dirigir misiones diplomáticas en
dominios vecinos y en los estados pontificios. Escribe desde su experiencia de
alto funcionario, pero advierte que sus conocimientos provienen del análisis de
una antigüedad a la que ha dedicado tiempos de meditación e
investigación.
No
escribe solamente desde la luz que podía ofrecer una rutina burocrática de
escala elevada, faro de valor cuando se trabaja para la utilidad de un
gobernante enfrentado a los desafíos propios de su oficio, sino también desde
la profundidad de sus conocimientos de la historia clásica. O más bien de los
historiadores clásicos, porque dedicó años a la investigación de uno de los
autores fundamentales para el entendimiento de los orígenes de la civilización
que, aunque en segmentos descoyuntados, cada uno a su aire, vivía el esplendor
renacentista.
El
Renacimiento Italiano impulsó técnicas desconocidas hasta entonces por la
investigación histórica, un tratamiento más riguroso de la documentación, un
cotejo de versiones susceptible de intentar una aproximación razonable a la
verdad de los hechos, o a su verosimilitud.
Maquiavelo
militó con fervor en esa escuela bajo la dirección de Francesco Gucciardini,
uno de los historiadores más célebres de entonces, maestro del claustro moderno
pero también personaje interesado en los trajines del poder de la época, laicos
y religiosos. De tal magisterio surgió una de las obras de mayor trascendencia
que produce la historiografía de la época: los Discursos sobre la
primera década de Tito Livio.
Partiendo
de las descripciones de Tito Livio, Maquiavelo quiso en los Discursos fijar
las fuentes de inspiración de los magistrados y los políticos de la república
romana. Como Livio no era dado a especulaciones sino a búsquedas fieles a
la realidad de un dominio que pretendía inspirar a su sociedad y a
sociedades parecidas, el secretario-historiador las rescató para beneficio de
la posteridad. Es lo que ofrece como brújula a Lorenzo de Médicis y lo que
concede excepcionalidad a El príncipe, que no es un recetario de
actualidad sino una orientación que viene de itinerario remoto, de pasos lejanos
sin cuya memoria no se superarían los vaivenes de una actualidad que solo es
manejable en apariencia si apenas se mira hacia el presente. «Nadie se
acercó tanto como él a los antiguos», afirmó Menéndez y Pelayo.
Maquiavelo
insiste en la orientación cuando escribe las Historias florentinas,
que es más filosofía de la historia que relación o descripción de unos sucesos.
Aquí reflexiona sobre hechos concretos para atreverse a conclusiones de
naturaleza genérica, a pensamientos capaces de distinguir el comportamiento de
su sociedad y de pronosticar conductas posteriores. Sin tales pensamientos no
se calibra la profundidad del librito que puso en las manos del Duque de
Urbino, ni el interés que continúa despertando.
Ni las
ganas que tenía yo de afirmarlo con todo el entusiasmo del mundo para poner en
su lugar a los analistas de moda, a los consejeros de redes sociales y a
mucho charlatán que pontifica sin haberse leído un solo volumen de
historia patria.
ELÍAS
PINO ITURRIETA
@eliaspino
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