Francisco Fernández-Carvajal 29 de mayo de 2024
@hablarcondios
— La
oración de Bartimeo supera todos los obstáculos. Dificultades de quienes
pretenden acercarse más a Cristo, que pasa cerca de sus vidas.
— Fe y
desprendimiento para seguir al Señor. Nuestra oración también ha de ser
personal, directa, sin anonimato, como la de Bartimeo.
—
Seguir a Cristo en el camino, también en los momentos de oscuridad. Confesión
externa de la fe.
I.
Relata San Marcos en el Evangelio de la Misa de hoy1 que
Jesús, al salir de Jericó en su camino hacia Jerusalén, pasó cerca de un ciego,
Bartimeo, el hijo de Timeo, que estaba sentado junto al camino pidiendo
limosna.
Bartimeo «es un hombre que vive a oscuras, un hombre que vive en la noche. Él no puede, como otros enfermos, llegar hasta Jesús para ser curado. Y ha oído noticias de que hay un profeta de Nazaret que devuelve la vista a los ciegos»2. También nosotros, comenta San Agustín, «tenemos cerrados los ojos del corazón y pasa Jesús para que clamemos»3.
El
ciego, al sentir el tropel de gente, preguntó qué era aquello; «seguramente,
tiene costumbre de distinguir los ruidos: los ruidos de las gentes que van a
las faenas del campo, los ruidos de las caravanas que viajan hasta tierras
lejanas. Pero un día (...) se enteró de que era Jesús de Nazaret el que pasaba.
Bartimeo oyó ruidos a una hora quizá desacostumbrada y preguntó –porque no eran
los ruidos con los que tenía una cierta familiaridad, eran los ruidos de una
muchedumbre diferente–: “¿Qué pasa?”»4.
Y le dicen: Es Jesús de Nazaret.
Al oír
este nombre se llenó de fe su corazón. Jesús era la gran oportunidad de su
vida. Y comenzó a gritar con todas sus fuerzas: ¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí! En su alma, la fe se hace oración. «Como a ti,
cuando has sospechado que Jesús pasaba a tu vera. Se aceleró el latir de tu
pecho y comenzaste también a clamar, removido por una íntima inquietud»5.
Las
dificultades comienzan muy pronto para aquel hombre que busca en su oscuridad a
Cristo, que pasa cerca de su vida. Quienes le rodeaban le reprendían
para que callase. San Agustín comenta esta frase del Evangelio haciendo
notar que cuando un alma se decide a clamar al Señor, o a seguirle, con
frecuencia encuentra obstáculos en las personas que le rodean. Le
reprendían para que callase: «Cuando haya comenzado a realizar estas cosas,
mis parientes, vecinos y amigos comenzarán a bullir. Los que aman el sigilo se
me ponen enfrente. ¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los
demás no son cristianos? Esto es una tontería, es una locura. Y cosas tales
clama la turba para que no clamemos los ciegos»6.
«Y amigos, costumbres, comodidad, ambiente, todos te aconsejaron: ¡cállate, no
des voces! ¿Por qué has de llamar a Jesús? ¡No le molestes!»7.
Bartimeo
no les hace el menor caso. Jesús es su gran esperanza, y no sabe si volverá a
pasar de nuevo cerca de su vida. Y, en vez de callar, clama más fuerte: Hijo
de David, ten compasión de mí. «¿Por qué has de obedecer los reproches de
la turba y no caminar sobre las huellas de Jesús que pasa? Os insultarán, os
morderán, os echarán atrás, pero tú clama hasta que lleguen tus clamores a los
oídos de Jesús, pues quien fuere constante en lo que el Señor mandó, sin
atender los pareceres de las turbas y sin hacer gran caso de los que siguen
aparentemente a Cristo, antes prefiere la vista que Cristo ha de darle al
estrépito de los que vocean, no habrá poder que le retenga, y Jesús se detendrá
y le sanará»8.
Y,
efectivamente, «cuando insistimos fervorosamente en nuestra oración, detenemos
a Jesús que va de paso»9.
La oración del ciego es escuchada. Ha logrado su propósito, a pesar de las
dificultades externas, de la presión del ambiente que le rodea y de su propia
ceguera, que le impedía saber con exactitud dónde se encontraba Jesús, que
permanecía en silencio, sin atender, aparentemente, su petición.
«¿No
te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino,
de ese camino de la vida, que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti,
que necesitas más gracias para decidirte a buscar la santidad? ¿No sientes la
urgencia de clamar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué
hermosa jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!»10.
II. «El
Señor, que le oyó desde el principio, le dejó perseverar en su oración. Lo
mismo que a ti. Jesús percibe la primera invocación de nuestra alma, pero
espera. Quiere que nos convenzamos de que le necesitamos; quiere que le
roguemos, que seamos tozudos, como aquel ciego que estaba junto al camino que
salía de Jericó»11.
La
comitiva se detiene y Jesús manda llamar a Bartimeo: ¡Ánimo!,
levántate, te llama. Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
«¡Tirando su capa! No sé si tú habrás estado en la guerra. Hace ya muchos
años, yo pude pisar alguna vez el campo de batalla, después de algunas horas de
haber acabado la pelea; y allí había, abandonados por el suelo, mantas,
cantimploras y macutos llenos de recuerdos de familia: cartas, fotografías de
personas amadas... ¡Y no eran de los derrotados; eran de los victoriosos!
Aquello, todo aquello les sobraba, para correr más aprisa y saltar el parapeto
enemigo. Como a Bartimeo, para correr detrás de Cristo.
»No
olvides que, para llegar hasta Cristo, se precisa el sacrificio; tirar todo lo
que estorbe: manta, macuto, cantimplora»12.
Está
ahora Bartimeo delante de Jesús. La multitud los rodea y contempla la escena.
El Señor le pregunta: ¿Qué quieres que te haga? Él, que podía
restituir la vista, ¿ignoraba acaso lo que quería el ciego? Jesús desea que le
pidamos. Conoce de antemano nuestras necesidades y quiere remediarlas.
«El
ciego contestó enseguida: Señor, que vea. No pide al Señor oro,
sino vista. Poco le importa todo, fuera de ver, porque aunque un ciego puede
tener otras muchas cosas, sin la vista no puede ver lo que tiene.
»Imitemos,
pues, al que acabamos de oír»13.
Imitémosle en su fe grande, en su oración perseverante, en su fortaleza para no
rendirse ante el ambiente adverso en el que se inician sus primeros pasos hacia
Cristo. «Ojalá que, dándonos cuenta de nuestra ceguera, sentados junto al
camino de las Escrituras y oyendo que Jesús pasa, le hagamos detenerse junto a
nosotros con la fuerza de nuestra oración»14,
que debe ser como la de Bartimeo: personal, directa, sin anonimato. A Jesús le
llamamos por su nombre y le tratamos de modo directo y concreto.
III. La
historia de Bartimeo es nuestra propia historia, pues también nosotros estamos
ciegos para muchas cosas, y Jesús está pasando junto a nuestra vida. Quizá ha
llegado ya el momento de dejar la cuneta del camino y acompañar a Jesús.
Las
palabras de Bartimeo: Señor, que vea, nos pueden servir como una
jaculatoria sencilla para repetirla muchas veces, y de modo particular cuando
nos falten luces en el apostolado, en cuestiones que no sabemos resolver; pero
sobre todo en materias relacionadas con la fe y la vocación. «Cuando se está a
oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz.
Repite, grita, insiste con más fuerza. “Domine, ut videam!” —¡Señor, que
vea!... Y se hará el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él
te concederá»15. En esos momentos de oscuridad, cuando quizá ya no nos
acompaña el entusiasmo sensible de los primeros tiempos en que seguimos al
Señor; cuando la oración se hace costosa y la fe parece debilitarse; cuando no
vemos con tanta claridad el sentido de una pequeña mortificación y se ocultan
los frutos del esfuerzo en el apostolado, precisamente entonces es cuando más
necesitamos de la oración. En vez de recortar o abandonar el trato con Dios,
por el mayor esfuerzo que nos supone, es el momento de mostrar nuestra lealtad,
nuestra fidelidad, redoblando el empeño por agradarle.
Jesús
le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista.
Lo primero que ve Bartimeo en este mundo es el rostro de Cristo. No lo
olvidaría jamás. Y le seguía en el camino.
Es lo
único que conocemos de Bartimeo: que le seguía por el camino. A
través de San Lucas sabemos que le seguía glorificando a Dios. Y todo
el pueblo, al presenciarlo, alabó a Dios16.
Durante toda su vida recordaría Bartimeo la misericordia de Jesús. Muchos se
convertirían a la fe por su testimonio.
Muchas
gracias hemos recibido también nosotros. Tan grandes o mayores que la del ciego
de Jericó. Y también espera el Señor que nuestra vida y nuestra conducta sirvan
a muchos para que encuentren a Jesús presente en nuestro tiempo.
Y le
seguía por el camino, glorificando a Dios. Es también un resumen
de lo que puede llegar a ser nuestra propia vida si tenemos esa fe viva
y operativa, como Bartimeo.
Con
palabras del himno Adoro te devote acabamos nuestra oración:
Iesu,
quem velatum nunc aspicio, // oro, fiat illud quod tam sitio; // ut te revelata
cernens facie, // visu sim beatus tuae gloriae. Amen.
Jesús,
a quien ahora veo escondido, // te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: //
que al mirar tu rostro ya no oculto, // sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.
1 Mc 10,
46-52. —
2 A.
Gª Dorronsoro, Tiempo para creer, Rialp, Madrid 1972, p.
89. —
3 San
Agustín, Sermón 88, 9. —
4 A.
Gª Dorronsoro, loc. cit. —
5 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 195. —
6 San
Agustín. o. c., 13. —
7 San
Josemaría Escrivá, loc. cit. —
8 San
Agustín, loc. cit. —
9 San
Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 2, 5.
—
10 San
Josemaría Escrivá, loc. cit. —
11 Ibídem.
—
12 Ibídem,
196. —
13 San
Gregorio Magno, o. c., 2, 7. —
14 Orígenes, Homilías
sobre San Mateo, 12, 20. —
15 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 862. —
16 Lc 18,
43.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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