El 13 de febrero de 1959 ha debido ser uno de los días más importantes en la vida política de Rómulo Betancourt. Ese día Betancourt culmina un ciclo de poco más de 30 años, desde los sucesos de la Semana del Estudiante de 1928. Era el día en que asumía la Presidencia de la República de Venezuela como lo había deseado siempre, a través del voto directo, universal y secreto de los venezolanos.
Betancourt reconoce al principio de su discurso de toma de posesión el sentimiento que le embarga. Dice: «He sentido muy dentro de mí mismo la trascendencia de este acto». El viaje ha sido largo, intenso, muchas veces accidentado. Ha debido recordar aquel acto en el Nuevo Circo, el 13 de septiembre de 1941, cuando se anuncia a la vida pública la fundación de Acción Democrática, y a él le correspondió dar el discurso sobre las tesis económicas del partido.
Ese discurso programático de Betancourt en 1941 es probablemente el más relevante en la historia de la democracia venezolana. Insuperado hasta el día de hoy. Betancourt presentó su visión del país para los siguientes 50 años. Dibujó con precisión las grandes dimensiones de la tarea que debía emprender Acción Democrática.
También ha debido recordar el 15 de febrero de 1948 cuando le había transferido el poder ejecutivo a Rómulo Gallegos, primer presidente electo por el voto directo, universal y secreto de los venezolanos. En ese momento Betancourt no había cumplido 40 años. En la alocución de Año Nuevo de 1947, Betancourt había expresado: «No hemos negado nunca que las vías de la asonada no son las que deba trajinar una nación civilizada para sustituir por otros a los equipos humanos que la gobiernan». Es obvio que Betancourt tenía en mente llegar nuevamente a la presidencia, no por la asonada sino esta vez por elecciones. La Constitución de 1947 le permitía aspirar a la presidencia en 1952. Es muy posible que lo estuviera considerando.
El golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948 cambió los planes de todos los actores. La primera democracia del país había fracasado. Ese fracaso se hubiera podido evitar. La clausura de la democracia ocasionó la desaparición de las libertades públicas, la clandestinidad de la vida política, y el exilio de muchos líderes, entre ellos Betancourt.
El fracaso de la democracia ocupó la reflexión de Betancourt durante los 10 años de dictadura. El mismo día de su regreso a Venezuela después del exilio, el 9 de febrero de 1958, expresó: «Nos hemos convencido todos de que el canibalismo político, la encendida pugnacidad en la lucha política, le barre el camino a la barbarie para que irrumpa y se apodere de la política». En agosto de 1958 calificó al trienio 1945-1948 como «guerra civil incruenta».
Es en este contexto que Betancourt aprovecha su discurso de toma de posesión del 13 de febrero de 1959 para proponer el patrón sobre el cual debería transcurrir la nueva posibilidad de democracia de Venezuela. Destaca que el país ha decidido superar la dictadura por medio de los «caminos pacíficos de la ley democrática». Esto es, a través del ejercicio del voto en las elecciones del 7 de diciembre de 1958, la fórmula que ya en 1947 enfatizaba Betancourt.
Si las elecciones eran la primera condición, se requería una segunda condición: un programa político común. Que debía ser lo más amplio posible, a diferencia del programa del 18 de octubre de 1945, compartido solamente por el Ejército y AD.
Por ello Betancourt pasa a explicar con detalle las manifestaciones de acuerdo que se dieron en Venezuela en el año 1958. Señala, en primer lugar, la «tregua interpartidista» y el «pacto de unidad nacional» sellado por los venezolanos para «preservar la libertad recién recobrada». Luego indica las «fórmulas de avenimiento» entre patronos y obreros, la sincronización del paso entre «la Federación de Cámaras y el Comité Sindical Unificado», la suscripción del pacto de los gremios de profesionales «para no prestar sus servicios a un régimen de usurpación», el estudiantado de las universidades, y las Fuerzas Armadas.
Luego de esta enumeración de actores y acuerdos, Betancourt describe el acuerdo entre los partidos AD, Copei y URD, conocido en la historia como Pacto de Puntofijo. Señala Betancourt que el pacto es un «esfuerzo coordinado para ofrecer a la Nación soluciones a sus problemas básicos, políticos, económicos, y sociales», con «compromisos concretos con la Nación». Critica el «no disimulado escepticismo», observado dentro y fuera del país, sobre este «compromiso acordado entre colectividades partidistas con programas propios y diferenciados».
Para que no quedara duda de la relevancia del pacto, Betancourt destaca que los partidos se comprometieron a «darle al debate electoral un sostenido y elevado tono principista, popularizar un programa común de gobierno y a que se gobernase luego dentro de un régimen de coalición». Nótese que Betancourt dice «programa común» y no «programa mínimo» como se había dado a conocer. Esta fue la forma enfática que encontró Betancourt para asumir el pacto. Su gestión se fundamentaría en el «programa común» y en un gobierno de «coalición». Que no quedara ninguna duda.
Acto seguido Betancourt señaló, quizás para enfrentar la incredulidad de muchos, que «faltaba la prueba de fuego», esto era: la estructuración del nuevo gobierno. Señala que «los suspicaces pensaban que, en ejercicio sin trabas de la facultad constitucional que me asiste de escoger libremente al Gabinete Ejecutivo, integraría éste con olvido de los compromisos contraídos con URD y con Copei».
Quizás mucho pensaron o quisieron que Betancourt, amparado en la alta votación que había obtenido, con una participación de 93% de electores, y amplia mayoría en ambas cámaras, se decidiera por no cumplir el pacto. La posición de Betancourt fue taxativa: asumiría el pacto y el programa común de gobierno. Para que no quedaran dudas expresó: «Fracasaron los cálculos alarmistas de los descreídos». Inmediatamente indica que ha alcanzado un acuerdo «para la integración de un gobierno de ancha base nacional, donde tienen los partidos adecuada representación, así como los sectores de la producción sin ubicación partidista y los grupos técnicos».
Llegado a este punto del discurso de toma de posesión, Betancourt ha seguido escrupulosamente la siguiente secuencia: fundamentar la democracia en las elecciones, demostrar la importancia de un acuerdo político y un programa de gobierno, y la composición compartida de la tarea de gobernar. Pasa inmediatamente al último punto de la secuencia: proponer las políticas públicas de su gobierno.
En una frase directa, Betancourt condensa los dos grandes objetivos de su gobierno. Dice: «Porque la unidad nacional que ayer contribuyó a erradicar la dictadura y a garantizar el tránsito hacia la constitucionalidad, se requiere ahora, con similar urgencia, para organizar el país sobre bases estables y duraderas». Es decir, unidad nacional para desarrollar la democracia y para implementar políticas públicas para el bienestar de los venezolanos.
En la última parte de su discurso de toma de posesión, Betancourt denota las políticas públicas que asume su gestión del gobierno. Abarcan desde la administración del erario público en «condiciones de estrechez» y la lucha contra el enriquecimiento ilícito, pasando por la «diversificación y venezolanización de la producción», el control estatal de la industria petroquímica y siderúrgica, el desarrollo de la infraestructura (carreteras de penetración, electrificación más acelerada, red de puertos y aeropuertos, obras de riego, sistema moderno de telecomunicaciones), política concertada de creación de fuentes permanentes de trabajo, reforma agraria, educación, vivienda, salud pública, y un «moderno modus vivendi» para regularizar las relaciones con la Iglesia Católica.
Ya al final del discurso Betancourt afirma que con recursos, voluntades y esfuerzos públicos y privados «podemos llevar adelante la empresa de estabilizar un régimen democrático en Venezuela, no sólo garantizador del ejercicio de las libertades ciudadanas sino también eficaz agente creador de riqueza, de cultura y de bienestar general». Nuevamente las dos dimensiones de la gestión: democracia y bienestar general.
Al terminar el discurso de toma de posesión de Betancourt estaban todas las piezas necesarias para comenzar la nueva etapa de democracia en Venezuela: la legitimidad derivada de elecciones realizadas en libertad, acuerdos políticos y sociales de multiplicidad de actores, la ratificación del Pacto de Puntofijo por el presidente de la República y su Gabinete, y los contenidos de las políticas públicas de la primera gestión.
La armonización de estas piezas favoreció que Venezuela entrara en una etapa de múltiples avances en las siguientes cuatro décadas, pero también de notables restricciones, especialmente en la segunda mitad de ese período. No todo funcionó como era deseable. De otra manera no se explica que luego de 65 años, Venezuela sea nuevamente una autocracia.
Las políticas públicas que se pusieron en marcha ese día marcaron, con sus altibajos, la vida de las siguientes generaciones de venezolanos. Todo indica que ese día había conciencia en el liderazgo del país que era fundamental tener éxito en las políticas públicas. Los acuerdos fueron el sustrato de la consolidación de la democracia. Es indispensable tenerlo siempre muy presente.
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