ELÍAS PINO ITURRIETA 24 de mayo de 2024
@eliaspino
El
chavismo no está solo en su desprecio por el pueblo venezolano, no ha sido el
primero en subestimarlo hasta extremos bíblicos
Hay una anécdota muy conocida de Guzmán Blanco, que ilustra sobre cómo ve el chavismo a la sociedad venezolana. En una ocasión, cuando hasta los miembros del congreso y los jefes del partido liberal se escandalizaron por un contrato que había celebrado con un aventurero francés, en el cual entregaba inmensas partes del territorio en un negocio que solo favorecía a sus suscriptores, ordenó a su padre que publicara en la prensa de Caracas una carta en la que afirmaba que le importaba un pepino lo que opinaran los venezolanos sobre sus decisiones. Llegó a decir, para que nadie se llamara a engaños: no me importa lo que opinen sobre mis decisiones, es como si lo dijera un indio del Caroní.
Lo
importante del asunto radica en el hecho de que hiciera público su desprecio
por los miembros de la colectividad. Nadie lo había manifestado con tanta
impudicia. Tal vez lo dijera en reuniones privadas, en el sigilo de las
complicidades de quienes lo acompañaban en el saqueo del erario, pero jamás en
letra de imprenta. Pero no pasó nada. Los escritores de la menguada oposición
guardaron silencio ante la afrenta, como si no estuvieran ante una afirmación
capaz de provocar reacciones enfáticas. El contrato que había provocado la
repulsa fue anulado, pero la afirmación de Guzmán no fue tocada ni con el
pétalo de una rosa. Nadie se dio por aludido ante el insulto y la política
continuó como si nada hubiera sucedido.
Solo
de una afirmación parecida queda memoria en las fuentes históricas, si
consideramos que el detalle divulgado por el historiador González Guinán
no es exagerado. Se trata de una frase de Boves cuando entra triunfal
a Caracas y las tropas lo aclaman en el atrio de la catedral. ¡Cómo lo quiere
el pueblo!, le dijo entonces su capellán después de conmoverse ante el
entusiasmo de las tropas. ¡Mire usted cómo lo vitorean! Pero Boves detuvo su
entusiasmo, según relató más tarde el capellán. De acuerdo con lo que
confió después al historiador, el caudillo hizo una afirmación categórica
sobre lo que estaba sucediendo. Algo así: no se anime tanto, padre, este pueblo
grita lo que le dicen. No fue tan despreciativo como el Guzmán del futuro,
porque solo habló con una persona de su intimidad en quien podía confiar, pero
no se quedó muy atrás en su entendimiento de las reacciones colectivas, en un
desdén escandaloso.
Cuando
sucede la Revolución de Octubre de 1945, a partir de la cual la
sociedad estrena situaciones tumultuarias de un pueblo que pocas veces se
había manifestado con especial entusiasmo en la parcela política, dos jóvenes
intelectuales hacen comentarios sobre la situación. Los dos serían célebres
unos años más tarde, por sus méritos de escritores y por el ejercicio de
posiciones como ministros y como profesionales destacados, pero en ese momento
solo están hablando a solas sobre lo que discurre frente a sus narices. ¿Cómo
te parece lo que está pasando?, pregunta uno de ellos. Esta fue la respuesta,
según aseguran sus descendientes que han recreado el episodio en
privado: «nos jodimos, caímos en manos de los venezolanos».
No
estamos ante un hecho recogido en los archivos, ni ante una conversación que un
testigo pueda corroborar, sino solo ante una confesión de algunos de sus
descendientes que se puede repetir sin soltar mayor prenda porque ahora, en
lugar de la identidad de los opinadores, solo interesa la recurrencia de una
opinión.
Pero
de una opinión con pergaminos, con hondas raíces en la historia, si recordamos
los rodeos del Congreso de 1811 sobre la igualdad de los venezolanos y la
desconfianza que sentía Bolívar por los pardos, pero ahora solo se
trata, sin entrar en zarzales, de afirmar que el chavismo no está solo en su
desprecio por el pueblo venezolano, de asegurar que no ha sido el primero en
subestimarlo hasta extremos bíblicos.
Parte
de antecedentes como los aludidos, pese a que su retórica se ha afanado y se afana
en afirmar lo contrario. Para ver el tamaño de su desprecio por el pueblo
llano, por ese con el que coqueteó el «comandante eterno» desde su aparición en
la vida pública, basta con echar una ojeada a las patrañas que Maduro repite
hoy para mendigar su apoyo, las chapucerías y las argucias que distribuye a
mansalva para que el soberano no lo deje abandonado en su desierto.
Superan los menosprecios del pasado debido a que solo
desembucha argumentos dirigidos a idiotas, anzuelos que solo un electorado
de mentecatos puede tragarse sin vomitar.
Si
usted los recuerda, amigo lector, sentirá cómo ni siquiera Guzmán Blanco
los pudo superar en temeridad o en desfachatez porque no pasó por aprietos
electorales.
ELÍAS
PINO ITURRIETA
@eliaspino
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