José María Ballester Esquivias 28 de mayo de 2024
El
presentador televisivo Marcel Granier y el profesor de Harvard Ricardo Hausmann
debatieron sobre el futuro económico del país caribeño. Sin dictadura, por
supuesto
Richard Hausmann fue ministro de Planificación de Venezuela a principios de los noventa durante el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez. Hoy en día, se desempeña como director del Centro para el Desarrollo Internacional y profesor de Economía del desarrollo en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. Por su parte, Marcel Granier era uno de los presentadores televisivos más influyentes de Venezuela hasta que Hugo Chávez cerró su canal, RCTV, en 2007.
Ambos
han dialogado en Madrid sobre los aspectos económicos de la
futura transición venezolana, sin prescindir de los políticos. Por eso Granier empezó
hablando sin tapujos: «[Nicolás] Maduro es un
usurpador, no le puedo llamar presidente, pero es quien ejerce la presidencia
de Venezuela y nos habla de un crecimiento del 8 %». Cifra
que, como se puede comprobar, no se corresponde con la realidad.
El
profesor Hausmann replicó diciendo que «en un país normal, hay
estadísticas, prensa libre y rendición de cuentas. En Venezuela, no.
Ni siquiera sabemos acerca del destrozo del sector público venezolano, ni de la
situación de su economía privada, por no hablar del problema de gobernabilidad,
sin olvidar las capacidades del Estado».
Por lo
tanto, el docente de Harvard abogó por la prudencia: «hay que
tallar el traje a la medida de la persona en el momento: no existen soluciones
mágicas y universales» e insistió en la importancia de una recogida de
información «para salir de la ignorancia sobre la economía».
Con
todo, Granier incidió en el hecho de que «cualquier país
envidia la estructura eléctrica de Venezuela», antes de destacar la
importancia, la de los liderazgos de Charles de Gaulle y Konrad
Adenauer en la recuperación de sus respectivos países después de
la Segunda Guerra Mundial. Se refirió, a título de ejemplo, al
programa del canciller alemán: «Seamos libres».
Hausmann se
abstuvo de decir nombres, si bien puso énfasis en decir que «en Venezuela hay
personas talentosas, que saben de agua, petróleo y electricidad». Lo que
resulta necesario, en su opinión es reunir «tres ingredientes», que hoy se
echan en falta: «dinero, tiempo y organizaciones capaces, que serán los que
determinen la recuperación».
Una
recuperación que precisará de un requisito: la ocupación del vasto territorio
de Venezuela y el control, democrático de las instituciones,
comparando el proceso al del Plan Marshall, «que funcionó mucho
mejor de lo que nadie esperaba, porque acaeció en plena ocupación americana
de Europa occidental; fue, además, una provisión muy grande de
divisas», condición sine qua non para poder producir e
importar.
Granier recogió
el guante de Estados Unidos y enlazó con dos problemas que
tiene ese país, las drogas y la inmigración, «íntimamente unidos a Venezuela.
Si quieren resolver el problema, tenemos que hacerles ver por qué Venezuela importa».
Un diagnóstico compartido por Haussmann, –confesó que hay grandes
debates sobre Venezuela dentro de la Administración estadounidense– que no dudó
en declarar que, «para poner a Venezuela en primer plano [de las
preocupaciones estadounidenses], hay que hacerles saber que hay un pueblo
movilizado» antes de añadir que «es más importante el retorno de la democracia
a que la gasolina baje tres céntimos».
Una
alusión educada a la necesidad de la unidad de la oposición para poder ganar
las elecciones de julio. Una temática que Granier enfocó con
algo más de franqueza: «uno de los problemas es la carencia de un mando
unificado», si bien «la solidez de María Corina [Machado]
ha terminado imponiéndose. Esa parte de la ecuación está resuelta». No tanto en
opinión de Hausmann: «la unidad no puede ser pactada, ha de
emerger. Los líderes hubieran sido mejores líderes si hubieran tenido el apoyo
de las bases».
Una
ecuación pendiente de resolver es el legado que deja el chavismo, siguiente
tema que abordó Granier, y al que Hausmann respondió
con claridad y poniendo los deberes: «una diáspora de 8 millones de personas,
exiliada, con mucho talento: este se debe expresar. Por lo tanto, lo más
importante es devolverle sus derechos a los treinta y pico millones de
venezolanos, los protagonistas de la reconstrucción». Esta no será posible «si
el Estado no recupera su capacidad», lo que cabe interpretar como un
llamamiento a superar, mientras dure la recuperación, el dilema entre intervencionismo
público y liberalismo.
Lo más
importante, según Hausmann, es el futuro: «No regresaremos al
pasado, no se trata de lo que fue Venezuela, sino de lo que puede
ser. Un país futuro es posible».
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