ANA TERESA TORRES 29 de mayo de 2024
«No es
difícil comprender la luz que ahora se ha encendido en Venezuela, casi perdida
ya la esperanza de recuperar al país»
Parafraseo
el título del filme ganador del último Oscar a la mejor película internacional
(Zona de interés, de Jonathan Glazer) porque quienes lo hayan visto
recordarán algunas escenas que, precisamente por el silencio y tranquilidad con
que transcurren, expresan la mayor violencia posible. La de quien la ha causado
y serenamente, como pensando en otra cosa, vive al lado de la desgracia que ha
perpetrado sin darse por enterado.
Así en Venezuela, la desgracia que ha sido descrita por muchos un montón de veces, cobra un mayor impacto cuando la escuchamos pronunciada por una joven de un pueblo de la Venezuela profunda, que en medio de una manifestación masiva pide cambio de gobierno, espera un cambio de gobierno para seguir creyendo en el futuro, porque no puede más con lo que le ha caído encima en sus pocos años, casi una niña pero ya madre, que dice varias veces ante la cámara: “no hay luz en la casa de nosotros”.
Esa
frase es una manera de expresarse que no viene de los memes, ni mucho menos de
los discursos, sino de allá adentro, de lejos y de antiguo. No sabe quizás esa
muchacha –que podría ser mi nieta, lo digo con orgullo porque ahora hay quien
se burla de los abuelos–, que lo expresado es mucho más que la denuncia por la
calamidad del servicio eléctrico. Dijo, para quien lo quiera oír, que en el
país se fue la luminosidad, que los que tomaron el poder hace veinticinco años,
cuando ella no había nacido, apagaron no una casa ni dos, sino el país entero.
Lograron apagar a Venezuela. Dejarla sin presente y sin futuro, y con ganas de
quitarle también el pasado al que le han arrancado unos cuantos pedazos. Por eso
es tan urgente la denuncia de esa joven: ‘cuando estaba embarazada no
había carne en mi casa y mi mamá se tuvo que ir a Colombia’, eso es lo que
les dijo a los que viven al lado, pero ni la ven ni la oyen, los que anunciaron
que el pueblo de Venezuela era su máximo interés, y que ellos reivindicarían a
los despreciados por las elites, y poco después de tomar el poder no quisieron
saber nada de la oscuridad que ellos mismos dejaron en el país que declararon
zona de desinterés.
Son
muchos sucesos los que marcan el entusiasmo de los últimos acontecimientos
ocurridos. Algunas son imágenes, por ejemplo, la de un pueblo en el que los
vecinos, a falta de alumbrado, encienden los celulares para reunirse alrededor
de la portadora de esa esperanza, María Corina Machado. Otra es
escuchar de quien próximamente será presidente de la República decir que aspira
a que el país vuelva a la normalidad. La normalidad de una sociedad en la que
el poder político hable sin vociferar insultos, de ciudadanos que puedan estar
en desacuerdo con el gobierno de turno sin ser sometidos a penas de prisión y
tortura, de funcionarios públicos que no se burlen de quienes se han convertido
en ‘zona de desinterés’, y han sido condenados a vivir sin agua, ni electricidad,
ni educación, ni salud, sin sus familias, sin empleos dignos, sin su tierra, en
fin, un país entero que no debería haber sufrido esta catástrofe y que quiere
ser de nuevo normal y que le ofrezcan el cumplimiento de metas posibles,
sin utopías ni disparates, como las que vimos y escuchamos los que hemos sido
testigos de todo este ciclo infausto que pareciera estar llegando a su final.
No es
difícil comprender la luz que ahora se ha encendido en Venezuela, casi perdida
ya la esperanza de recuperar al país. Por cierto, recuperar no significa volver
al punto inicial, como algunas mentes simples piensan, es bastante evidente que
el pasado es irreversible y cuando se habla de recuperación se quiere decir que
lo maltratado, lo destruido, lo devastado es susceptible, tiempo y trabajo
mediante, de recobrarse, restablecerse y reponerse de nuevo.
ANA
TERESA TORRES
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