Marta de La Vega 20 de mayo de 2024
El incumplimiento de las promesas, la demagogia y la conducta inconsistente entre la retórica y la realidad, entre la teoría y la práctica por parte de los políticos hacia sus electores con frecuencia pone de manifiesto la falta de compromiso en la conducta de estos. Al anteponer al bien común el interés propio como norma suprema, ya sea de agentes económicos, partidos políticos, instituciones, solo para beneficiar sus intereses particulares o a su clientela como si fueran los mandatarios únicamente de su electorado inmediato, se falsea la función de la política. Esta consiste en encauzar razonablemente los conflictos sociales y conciliar intereses naturalmente divergentes en medio de una gran incertidumbre, en medio de la pluralidad de valores y preferencias estimativas, como ocurre en sociedades democráticas estables.
Si los
políticos no tienen claro que la esencia del ejercicio de la política es el uso
limitado del poder social, con lo que debería ser la búsqueda de unos
objetivos realizables en colaboración con los otros; si se pretende conseguir
objetivos diseñados sin atender a las circunstancias reales, sin tener en
cuenta a los demás, incluso a quienes no los comparten, o fuera de la lógica
institucional, -mero voluntarismo- no solo la política deja de cumplir su
misión civilizatoria, que se logra cuando se entiende como compromiso, pacto o
acuerdo, sino que, en lugar de pacificación, la incapacidad para el acuerdo,
para transigir, para la adaptabilidad siempre se paga con un precio
demasiado alto.
No se
trata de conseguir un consenso absoluto; este solo podría darse mediante la
violencia impositiva, como precisa Daniel Innerarity, o porque lo que se
plantea es demasiado obvio o trivial para discrepar.
La
política es lo contrario de la guerra, de la violencia; es un instrumento de
paz. Sin embargo, fracasa cuando los grupos rivales pretenden objetivos que
según ellos no admiten concesiones y se consideran totalmente incompatibles. Es
el fanatismo, contrapuesto a la posibilidad de persuasión política, al diálogo,
a la incapacidad de escuchar y aceptar como plausibles los argumentos de la
otra parte.
Por
eso, la acción política implica transigir. Así lo afirma Daniel Innerarity.
Esas limitaciones significan reconocer que otros intereses sociales u otros
poderes de grupos tienen tanto derecho como los de uno mismo para alcanzar la
concreción de esos objetivos. Así: “Quien habla continuamente el lenguaje de
los principios, de lo irrenunciable y del combate se condena a la frustración o
al autoritarismo”. Lo opuesto a la política es la intransigencia. Por
eso, agrega Innerarity: “El hombre de las reivindicaciones absolutas es incapaz
de negociar y termina no obteniendo nada”.
La
política como compromiso es el título de uno de los capítulos de la primera
parte, “El concepto de lo político”, del libro de Daniel Innerarity, La
transformación de la política (2002). Es indispensable,
para pensar la función de la política en el siglo XXI, entenderla como
compromiso; es un reto que se plantea hoy de modo crucial a los políticos
profesionales y a la dirigencia, para que no se produzcan el desinterés,
decepción y desafección de los ciudadanos con respecto a las instituciones
democráticas mediante las cuales se organizan las necesidades y demandas
sociales. Ellas sirven de correas de transmisión entre los individuos y el
Estado y se convierten en instrumentos para la toma de decisiones, acciones y
discusiones en función del bien común. Son las reglas de juego que rigen las
relaciones de poder y la distribución de las cargas sociales.
Ulrich
Beck ha sostenido en su libro Antídotos. Irresponsabilidad organizada,
que la política es cambiar la disyunción por la adición: “La buena política
transforma el ‘esto o aquello’ en ‘esto y aquello’; sustituye la dicotomía
amigo-enemigo por relaciones de cooperación.” Lo contrario de la política es la
violencia. En cambio, siguiendo a Innerarity, “La política es la resistencia…
contra la imposición, la confrontación y la exclusión, el empeño por resolver
los problemas sociales en términos de integración, un combate contra la
incompatibilidad”. En este sentido, el análisis teórico de Daniel Innerarity
nos deja una gran lección para el presente y el futuro que deseamos construir
juntos.
Las
tareas fundamentales de la política son, dice, “la mediación, la convergencia,
la cooperación y el acuerdo”. Como no se puede complacer a todo el mundo, ni
hacer valer los intereses de todos, lo que importa ante la inevitable
parcialidad de una decisión es el que haya “estado precedida por un momento
deliberativo en el que no ha dejado de ser tomado en consideración ningún
interés legítimo”. Subrayamos el término “legítimo”. Es lo que hoy corresponde
hacer y está en juego con la candidatura presidencial de Edmundo González y el
liderazgo de María Corina Machado para impulsar y hacer crecer las fuerzas
democráticas a favor de un cambio estructural en Venezuela.
Marta
de La Vega
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