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martes, 20 de junio de 2017

INCERTIDUMBRE Y MILAGRO, por @Mibelis



Mibelis Acevedo 19 de junio de 2017

Los teóricos coinciden en que no existe fórmula única para prever las transiciones políticas: cada proceso tiene grados, rarezas, cadencias propias. Sólo la incertidumbre es el síntoma común que las enlaza. También en el caso venezolano, y asumiendo que en efecto la crisis del régimen está ofreciendo pistas de una ocasional mudanza, la ojeada al futuro se vuelve un desafío… ¿cómo escrutar exhaustivamente las señales que son vertiginosamente sustituidas por otras? ¿Cómo avanzar en un tablero donde las reglas del juego se tornan tan imprecisas? La tarea de análisis sugiere prudencia, en especial si se apuesta a que una eventual transición ocurra del modo menos traumático y no por obra de la brutal ruptura, un epílogo más afín al “parto violento de la historia” al que aludían las revoluciones socialistas del s.XX.

Pues bien: a contrapelo de la sospecha de que poco puede hacerse frente a un inescrupuloso adversario que no sea por la vía exclusiva de la confrontación, los estudios además señalan que la mayoría de las transiciones democráticas en el mundo apelaron al entendimiento, aun cuando pesaban ásperas distancias entre los bandos en conflicto. Suerte de “milagros políticos” que por efecto de la sabia activación de algún nervio no pulsado, de pronto cobran cuerpo: “la historia de la política y la diplomacia está llena de negociaciones imposibles”, recuerda Pedro Nikken. Así que incluso sabiendo que “en los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”; o considerando nuestra singular complejidad, la resbalosa naturaleza del régimen chavista, tan similar a otros autoritarismos y a la vez tan distinto; sus devaneos con la tarasca del Estado forajido y su afán por atornillarse en el poder apelando a un andamiaje legal ajustado a sus apetitos, no deja de ser útil repasar la experiencia ajena. Entender no sólo las claves de iniciativas como la Mesa Redonda en Polonia, por ejemplo, sino las de la ulterior política de “la raya gruesa” que el primer ministro Mazowiecki aplicó para separar el presente del pasado; e identificar en esos espejos las movidas que amén de desanudar atascos, permitieron asegurar la gobernabilidad una vez que el anhelado salto se produjo.

Sin desmerecer el calibre de la transición que se gesta “desde abajo” -las masivas, tenaces movilizaciones que revelan al mundo la voluntad de un pueblo empujado fuera de los límites del acostumbramiento, reclamando activamente la ineptitud del gobierno y desnudando su ilegitimidad- un giro decisivo en estos procesos es el choque dentro del régimen del ala de “duros” y “blandos”, el camino de encuentro con la oposición que los últimos inauguran, así como la posibilidad de que la discordia hacia lo interno del poder abra hendiduras tan graves como para poner en riesgo la estabilidad del sistema. En ese sentido y para sorpresa de muchos, un “ardid de la razón” cobra inopinado vuelo entre nosotros: hablamos, sí, de la postura cada vez más vigorosa del chavismo que sale en defensa de la Constitución, con Ortega Díaz a la cabeza. Concedamos acá, claro, que hay más plan que “providencialismo” alentando jugadas favorables a la transición gestada “desde arriba”; que por parte de la Fiscal se advierte la pericia de un buen ajedrecista, la maña -y la ventaja- de quien conoce bien las íntimas y turbias oscuridades de la bestia.  

Ventaja. Una palabra que en esta coyuntura -y con un rival que no sólo zapateó groseramente las demandas que azuzaron las protestas de calle, sino que se afana en reconducir la gresca al terreno de la peligrosa Constituyente- interesa mucho valorar. Al margen del recelo, a veces pueril, que pueda generar la contrición “tardía” de actores claves de la coalición dominante, en panorama extremo de medición de fuerzas como el que hoy se plantea -y que aparte de contrastar nociones como democracia y dictadura, institucionalidad y anomia, progreso y ruina, soberanía ciudadana y extinción de la República, también habla de vida o muerte, bien o mal- lo que toca apreciar son los alcances concretos de la acción, el envión que, en aras del bien común, procuran ciertas alianzas. Dispuestos a descubrir si hay o no tal Polifemo en el trayecto, conviene abrazar la realpolitik. Lo contrario, por más que intente pasar bajo la saya de la cínica erudición, es revivir el complejo que nos trajo a estos solares, asirse al invalidante blasón del resentimiento, abolir la solución política que nos salvaría de una aventura con destino hacia ninguna parte.

¿Cómo imaginar la transición, el milagro político, si insistimos en espantar al potencial aliado, usarlo para luego “pasarle por encima”, como aconseja un connotado académico que preconiza el valor del atajo? En medio de la ambigüedad sobre el porvenir, algo sí luce probable: reeditar la odiosa convicción “de que el mal está en otros, no en nosotros mismos” como dice la cineasta polaca Agnieszka Holland, sólo contribuiría a invocar la regresión autoritaria, la pesadilla, el monstrum horrendum.


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