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domingo, 20 de agosto de 2017

Desastre ético por @perroalzao


Por Arnaldo Esté


Comúnmente los términos “ética” y “moral” se usan indistintamente para referirse a lo mismo. Aquí, como lo he hecho en otras oportunidades más académicas, usaré ética como la reflexión y práctica sobre los valores, dejando la palabra moral para la reflexión y práctica de los comportamientos. Entendiendo, por supuesto, que ambas cosas están muy ligadas.

Ética y valores son términos con los que se surfea y no se puede evitar su sabor eclesiástico. Suenan a consejo y sermón, a clase repetida. Cualquier cosa menos reto. Incluso algunos científicos y filósofos los evitan. Y tienen razón, tienen milenios baboseándose. Pero, como la nariz o los ojos, siguen estando aquí y en todo espacio o decisión.

Los valores son los grandes referentes, construidos socialmente hasta alcanzar un nivel de FE, desde donde funcionan para la toma de decisiones, el ejercicio de las competencias y los proyectos de vida. Son algo así como las líneas blancas que se pintan en los bordes de las carreteras para indicar que te debes mantener entre ellas para evitar un desastre. Si en una persona o nación no se logran, se oscurecen o desaparecen, lo que viene es el desastre.
Las culturas arrancan con los valores. Están en el ámbito de la religiosidad de la necesaria fe. Pero no son simples enunciados, no son recetas deseables. Tienen que estar instalados y vigentes en las personas, comunidades y nación. Lograr esa instalación, esa vigencia es la base de la necesaria construcción del país ahora necesaria. Más de medidas o modelos económicos, que también son necesarios, pero que deben corresponder a una imprescindible cohesión social.

Al dejar el surfismo intelectual y ante la imposición tiránica, uno tiene que dejarse de pendejadas. Hay que tomar el tema para tratar de darle sentido a una larga lucha con el bello propósito de construir una nación.


Eso de la dignidad o el ejercicio del propio ser, desde la propia diversidad, es cosa nueva que va más allá de la modernidad, de Occidente. La expansión de Occidente, que no excluye el insepulto marxismo, trae múltiples hibridaciones y mestizajes y con ellos la sustantivación de la diversidad.

Esa diversidad puede lograr una formalización política y estructural –económica, social– aquí.

Suena paradójico y lo es: ¿de qué manera se podría saltar en Venezuela, desde una caverna de desamparo e incertidumbre a un proyecto o realización que haga real esa diversidad necesaria?

No es simple descolonización, que es una de esas expresiones que nacen amarradas a lo que quieren negar, perdiendo así su posible profundidad. Traen un pecado original en sus términos.

No se trata de reivindicar una pretendida originalidad. Por lo contrario se trata de evidenciar su impureza, su condición mul-ata.

Esto es un gran reto que implica la inmediata interrogante sobre los líderes emergentes y su capacidad para comprender esa diversidad.

El marxismo como el liberalismo fueron emergencias teorizadas de Occidente y la Modernidad ya incubadas en la Florencia de los Médici cuando la justicia se amarró a los niveles sociales, proponiendo la búsqueda de una igualdad ante la ley que ignoraba la diversidad. Era mucho pedirle a una emergencia de valores atados al feudalismo. Pero allí se cocinó la democracia occidental.

Pero ahora, que tenemos que hablar de profundizar la democracia, hay que incorporarle el valor de la diversidad, lo que implica que la democracia supone participación desde la diversidad y que esa condición de la participación implica también el cuido de la dignidad.

¿Es mucho pedir?

En Venezuela la ruptura ética es el desastre, y salir de él es construir la nación, es cohesionar a un pueblo. Es mucho más complejo y difícil que asumir modelos o medidas económicas. Esa construcción supone cambios políticos importantes, pero, además de ellos, una concitación una convergencia de todos hacia esa tarea, en un proceso en el que, simultáneamente, se van sembrando, macerando y logrando valores.

El cultivo de la petrofilia, como recurso para lograr y mantener el poder, no solo impidió lo que debería ser un proceso de formación y logro de valores, sino que pervirtió, al punto de dañar ese que tal vez sea el mayor y más importante de los valores, la dignidad.

Contrariamente a ello, lo que se presenta y ve son unos gobernantes que modelan la mentira y el irrespeto como manera de ser. No es solo el fracaso de un proyecto político, es el fracaso de los gobernantes como personas.

El actuar y el discursear de los jefes autoriza los delitos mayores y menores que, de tan frecuentes, dejan de ser noticias. Tal como esa masacre de la cárcel de Amazonas que duplica en muertes el doloroso crimen de Barcelona. Tal como las retaliaciones y venganzas que ocupan a los funcionarios de nombramientos trajinados, que ignoran el hambre y la miseria creciente.

Hoy el reflujo de la acción social es comprensible ante ese ejercicio descarado violento y de un poder saturado de complicidades.

El largo trabajo de construcción ética tuvo, sin embargo, un inicio de muy buen auspicio: el 16 de julio, la consulta de voluntades. Fue una práctica social de valores, que es como ellos se propician: dignidad ante el temor, autogestión, solidaridad. Nos dice que es posible y que hay que hacerlo.


19-08-17




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