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martes, 1 de agosto de 2017

Herméticos ante el derrumbe por @goyosalazar


Por Gregorio Salazar


En los recintos donde realiza su show televisivo el hombre del mazo no entra la crisis. Allí todo es emoción y alegría desbordante, joropo, merengue y pasodoble. Celebración de las hazañas épicas de la Guardia Nacional que asesina, hiere, ciega, patea, arrastra, detiene y tortura por igual a jóvenes y mayores rebeldes y gasea en sus propios hogares a las familias venezolanas. Los efectivos verde oliva, indiscutiblemente los favoritos, son invitados permanentes junto a grupos del funcionariado público para cantarle loas a los logros inconmensurables de la revolución, esos que en la voz del showman permanecen vigentes e imperecederos, pero sobre todo impermeables a la pavorosa realidad que los circunda.

Como contrapartida a la obra grandiosa de la revolución, a cada minuto recordada por los vídeos de Chávez en vociferante autoaclamación de sus victorias, está la representación de la disidencia, el retrato hablado de la dirigencia opositora, caricaturizada como homicida, traidora de la patria, vendida al imperio, gafa, drogadicta, despreciadora del pueblo, pervertidora de niños, financiadora de mercenarios. No hay entre ellos un solo demócrata, ninguno responsable, les importa un comino la suerte del país. Eso sí, cada quien con su remoquete. Su jefe es Trump y su único objetivo político es postrarse de hinojos ante el trono imperial, regalarle el petróleo y los recursos del país entero.

La construcción previa de esa visión es luego filón inagotable para las burlas y los chistes del conductor del programa, que ríe a mandíbula batiente y arranca aplausos a rabiar de la audiencia, siempre entusiasta y delirante, siempre dispuesta a corear el hashtag del día para impulsarlo al primer lugar del trending topic.


Es impresionante por anómala esa abstracción de la realidad, ese bloqueo tan hermético al derrumbe del proyecto de poder que apareció hace 25 años en la escena nacional, en medios de estruendos de morteros y ráfagas de ametralladoras. La destrucción del país, de sus instituciones y de su aparato productivo no cabe, por supuesto, en el disociado guión. Tampoco la pulverización de la moneda y del poder adquisitivo de la clase trabajadora. Ni el drama de los hospitales con sus niños muertos de mengua, sin medicinas, infectados, hacinados, ni los recién nacidos a los cuales esperan días sin leche, alimentos ni pañales. Mucho menos se habla de la creciente legión de menesterosos que sobrevive ingiriendo desperdicios.

Es una pasada de suitch magistral, una maratónica y dislocada performance cuyo fin de cada noche es ofrecer a todo trance una imagen de omnipotencia e invencibilidad. Los objetivos de la revolución fueron plenamente alcanzados y van a ser defendidos a costa de lo que sea, acompañados sus líderes por el agradecido fervor popular. Se lo merecen por heroicos, capaces, legítimos e invictos. Son 17 años de marcha triunfal. Toda derrota es pasajera y circunstancial. La victoria del otro será siempre una mierda. Ese no existe, no tiene los mismos derechos constitucionales. No volverá.

Bajo esa ensimismada perspectiva, imagina uno, pretenderá funcionar la fraudulenta asamblea nacional constituyente que escogerán este domingo. No importa cuántos voten, bastará una buena gráfica de un grupo de votantes agolpado a las puertas del Poliedro para que el mandado esté hecho. Lo importante es instalar el parapeto y que comience su tarea de persecución política y desmontaje de la constitución, el trazado de la nueva geometría del poder, para hacer la revolución irreversible.

Una cosa es que los autores de ese guión disociado no perciban que la tierra tiembla bajo sus pies. Otra que al irreductible empuje del pueblo venezolano no terminen por sucumbir, tragados por las grietas que ese pueblo va ensanchando con las luchas y el sacrificio de cada día en busca de la vida en libertad.

30-07-17




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