Laureano Márquez
@laureanomar
Eso
de destapar tumbas se ha venido poniendo de moda de cierto tiempo a esta parte.
Uno de los pioneros fue -como en tantas cosas inexplicables- el intergaláctico,
aunque cuentan que lo suyo fue más bien un acto de nigromancia. Sobre ello se
ha especulado mucho dada la notable influencia de Cuba sobre el personaje en
cuestión. Entre las diversas prácticas religiosas existentes en la isla
caribeña, hay una (el palo mayombe, Congo o simplemente paleros) que usa
los huesos de los difuntos célebres para extraer de ellos su supuesta fuerza y
energía. No es descabellado pensar que, dada la profunda admiración del
“Eterno” por El Libertador, quisiera extraer de sus huesos su “potencia”. Eso
explicaría el extraño ritual ceremonial utilizado en una exhumación que tenía
-supuestamente- carácter meramente científico: se llevó a cabo al filo de la
medianoche (ya decía el profanado en vida “A la sombra del misterio no trabaja
sino el crimen”), los profanadores con vestimentas blancas, con los rostros
cubiertos, con el himno nacional sonado de fondo, etc.
La
protección de la dignidad de los cadáveres está contemplada en todas las
legislaciones. El habitual “descanse en paz” implica que no debe ser interrumpido
el descanso eterno de los sepulcros, salvo para cumplir últimas voluntades o
por indagaciones de tipo judicial. En el caso de Bolívar se argumentó esto
último. Se señaló que, casi con seguridad, había sido asesinado por
envenenamiento con arsénico y si se lograba probar el crimen, habría razones
para encarcelar a sus autores, colocando una reja alrededor de sus tumbas.
En
Venezuela hemos sido siempre respetuosos con el descanso eterno de la gente.
Seremos desorganizados en muchas cosas, pero a los muertos se les respetaba, al
menos antes de la cubanización del país. Uno iba al Cementerio General del Sur
y contemplaba intactas las tumbas artísticamente muy valiosas -dicho sea de
paso- de gente importante de nuestro pasado. Nunca se ha desenterrado a nadie
por retaliación política. Hasta Boves tiene su sepulcro en Urica, incluso con
epitafio: “gloria para las heroicas lanzas llaneras”. El general Juan Vicente
Gómez permanece sepultado en el mausoleo de estilo morisco que Antonio
Malausena construyó para él en la calle Mariño de Maracay, que sigue todavía
en pie, sin que a nadie se le haya ocurrido que debe ser sacado de allí, ni
demolido.
En
España, por ejemplo, es muy diferente: las rabietas españolas trascienden la
muerte. El presidente de allá Pedro Sánchez, ha convertido el traslado de los
restos del dictador Franco en un punto de honor, en una de las promesas
centrales de su acción de gobierno. Con esa forma de hablar tan castiza que
tienen los españoles, el intelectual Pérez-Reverte señaló sobre este
desentierro lo siguiente: “El problema de España son los hijos de puta vivos,
no los muertos”. Quien sabe si Sánchez quiere también hacerse un anillo con un
hueso del dictador para prolongar su mandato por 40 años, que ganas por lo que
parece es lo que le sobran.
Lo
que sí es casi indiscutible, desde los tiempos del descubrimiento de la tumba
de Tutankamón, es que la profanación de tumbas trae mala suerte. El
intergaláctico y su entorno también son testimonio de ello, claro está que todo
es según como se mire: la mala suerte de unos puede ser la buena suerte de
otros, aunque en nuestro caso la buena ha tardado demasiado en llegar.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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