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sábado, 5 de octubre de 2019

Jurungamuertos, por @laureanomar




Laureano Márquez
@laureanomar

Eso de destapar tumbas se ha venido poniendo de moda de cierto tiempo a esta parte. Uno de los pioneros fue -como en tantas cosas inexplicables- el intergaláctico, aunque cuentan que lo suyo fue más bien un acto de nigromancia. Sobre ello se ha especulado mucho dada la notable influencia de Cuba sobre el personaje en cuestión. Entre las diversas prácticas religiosas existentes en la isla caribeña, hay una (el palo mayombe, Congo o simplemente paleros) que usa los huesos de los difuntos célebres para extraer de ellos su supuesta fuerza y energía. No es descabellado pensar que, dada la profunda admiración del “Eterno” por El Libertador, quisiera extraer de sus huesos su “potencia”. Eso explicaría el extraño ritual ceremonial utilizado en una exhumación que tenía -supuestamente- carácter meramente científico: se llevó a cabo al filo de la medianoche (ya decía el profanado en vida “A la sombra del misterio no trabaja sino el crimen”), los profanadores con vestimentas blancas, con los rostros cubiertos, con el himno nacional sonado de fondo, etc.

La protección de la dignidad de los cadáveres está contemplada en todas las legislaciones. El habitual “descanse en paz” implica que no debe ser interrumpido el descanso eterno de los sepulcros, salvo para cumplir últimas voluntades o por indagaciones de tipo judicial. En el caso de Bolívar se argumentó esto último. Se señaló que, casi con seguridad, había sido asesinado por envenenamiento con arsénico y si se lograba probar el crimen, habría razones para encarcelar a sus autores, colocando una reja alrededor de sus tumbas.

En Venezuela hemos sido siempre respetuosos con el descanso eterno de la gente. Seremos desorganizados en muchas cosas, pero a los muertos se les respetaba, al menos antes de la cubanización del país. Uno iba al Cementerio General del Sur y contemplaba intactas las tumbas artísticamente muy valiosas -dicho sea de paso- de gente importante de nuestro pasado. Nunca se ha desenterrado a nadie por retaliación política. Hasta Boves tiene su sepulcro en Urica, incluso con epitafio: “gloria para las heroicas lanzas llaneras”. El general Juan Vicente Gómez permanece sepultado en el mausoleo de estilo morisco que Antonio Malausena construyó para él en la calle Mariño de Maracay, que sigue todavía en pie, sin que a nadie se le haya ocurrido que debe ser sacado de allí, ni demolido.

En España, por ejemplo, es muy diferente: las rabietas españolas trascienden la muerte. El presidente de allá Pedro Sánchez, ha convertido el traslado de los restos del dictador Franco en un punto de honor, en una de las promesas centrales de su acción de gobierno. Con esa forma de hablar tan castiza que tienen los españoles, el intelectual Pérez-Reverte señaló sobre este desentierro lo siguiente: “El problema de España son los hijos de puta vivos, no los muertos”. Quien sabe si Sánchez quiere también hacerse un anillo con un hueso del dictador para prolongar su mandato por 40 años, que ganas por lo que parece es lo que le sobran.

Lo que sí es casi indiscutible, desde los tiempos del descubrimiento de la tumba de Tutankamón, es que la profanación de tumbas trae mala suerte. El intergaláctico y su entorno también son testimonio de ello, claro está que todo es según como se mire: la mala suerte de unos puede ser la buena suerte de otros, aunque en nuestro caso la buena ha tardado demasiado en llegar.

Laureano Márquez
@laureanomar

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