Wilfredo Velásquez R. 30 de noviembre de 2020
A estas alturas del estrafalario proceso electoral
montado por el régimen, muchos de los candidatos a diputados, tanto del PSUV
como las voces blancas del coro, ya habrán tomado conciencia de que serán
electos —y que tendrán el cargo y un sueldo en dólares que, a lo mejor, les
garantiza un lustro de relativa tranquilidad económica—, pero que nunca tendrán
posibilidad de incidir en las decisiones que el régimen tome para construir el
socialismo, sea lo que sea que eso signifique.
Probablemente ya se olvidaron de lo que significa ser
diputado en una sociedad democrática, o han asumido como propio el modelo de
representación popular cubano, donde solo se vota el sí o sí propuesto por el
régimen sin posibilidades de disentir.
Los candidatos provenientes de la izquierda
tradicional venezolana saben que en el socialismo el disenso no es posible y
que cuando surge es perseguido.
Los candidatos tienen muy claro que serán parte
insignificante de una gran asamblea comunal cuya mayoría será escogida por el
régimen, dentro del modelo de la sociedad comunal, saben perfectamente que
tendrá carácter tumultuario y que funcionará dentro del más rancio asambleísmo
comunista.
Los diputados de la asamblea electa el fatídico 6 de
diciembre —que será recordado como el domingo negro de la democracia— saben que
con su participación están, si no enterrando, por lo menos limitando
severamente las posibilidades de recuperar la libertad en un país que ya sabe
lo que significa el socialismo en su propio pellejo, no tendrán excusas ante la
historia. Aquí ya no quedan inocentes.
Para nadie son secretas las intenciones, claramente
manifestadas por el régimen, de obviar la asamblea que pretenden elegir.
Primero se garantizan la mayoría desde antes de realizar el proceso, luego
dejan sin efecto la constitución y la función legislativa al aprobar una ley
antibloqueo supraconstitucional que barre el ordenamiento jurídico.
Ya aprobaron las leyes comunales, tienen la ley
antibloqueo y tendrán una asamblea complaciente que les permitirá instaurar la
sociedad comunal, lo que incluye las ciudades comunales, a partir de las cuales
conformarán la gran asamblea comunal donde se aprobarán, sin mucha discusión,
todas las propuestas del Ejecutivo.
En las asambleas socialistas, como la que elegirán el
domingo negro, se desvanecen los límites entre los poderes Legislativo y el
Ejecutivo.
La asamblea que elegirán mediante la farsa electoral
montada con sus cómplices y los diputados concebidos durante el ejercicio del
derecho de pernada chavista, solo servirán para validar las propuestas a las
que el régimen quiera o necesite darle tinte democrático. Ese será, quieran o
no, el papel de los diputados electos el 6 de diciembre del año de la pandemia.
Dentro de los que participan en esta mascarada
electoral están los que la impulsaron y saben —en su fuero interno y
públicamente— cual es el papel que van a jugar, son los supervivientes de la
política dispuestos a recoger las migajas del régimen, y están los otros, que
son los menos, que creen que pueden incidir en las decisiones para mitigar las
miserias del pueblo a cambio de hipotecar indefinidamente la democracia. Ni los
unos ni los otros escaparán al juicio histórico, todos los que se
presten a esta farsa serán responsables de la garantía extendida que le están
brindando al régimen.
Por otro lado, la oposición fragmentada por el sino de
las ambiciones presidenciales de sus dirigentes, acompañada de la sociedad
civil que no ha desmayado en sus luchas, propone la realización de una consulta
popular para denunciar y exigir ante el mundo la ayuda necesaria para restaurar
la democracia.
A muchos nos luce extemporáneo este grito de auxilio,
más si consideramos que no asumieron dignamente la responsabilidad que pusimos
en sus manos el 16 de julio del 2017 que, pese a la aprobación del acuerdo de
asistencia recíproca y el R2P, no han sabido desarrollar la labor diplomática
necesaria para lograr su implementación, pero que en cambio y en desmedro de lo
primordial, han podido realizar eficazmente las labores de protección de los
activos en el exterior, desempeñándose como una efectiva consultora
internacional.
Si este mismo empeño lo hubieran puesto en motivar a
nuestros aliados internacionales para implementar las medidas de aplicación de
los tratados internacionales, tanto de asistencia recíproca como la
responsabilidad de proteger, otra sería la situación del país.
Acostumbrados al mesianismo y el caudillismo, pusimos
nuestras esperanzas en un líder que no supo implementar la estrategia con la
que cautivó a un pueblo ansioso de libertad y que a estas alturas parece darle
más importancia a la lealtad con su mentor y a su partido que a su compromiso
con el país.
Ahora, ante el montaje electoral del régimen, la
sociedad civil apoyada por la Asamblea Nacional legítimamente electa, propone
una consulta popular para rechazar la farsa electoral, solicitar el cese del régimen
y para pedir el apoyo del mundo, consulta que muchos ven con escepticismo,
especialmente líderes como Capriles, María Corina Machado y Antonio Ledezma.
Ante esta postura, que no me corresponde calificar
pero que luce egoísta y mas determinada por sus ambiciones que por razones
lógicas, creo que los miembros de la sociedad civil responsables de la
organización de la consulta, deberían invitarlos a participar
públicamente, para que los venezolanos sepamos definitivamente si están
dispuestos a acompañarnos en el rescate de la democracia o si nos
van a sacar el cuerpo en esta difícil etapa de recuperación del ímpetu
y el espíritu de lucha por la libertad.
La consulta popular del 12 de diciembre podrá ser un
grito de auxilio mundial de una sociedad desesperada, un mensaje de náufrago
tirado en una botella, un mensaje a las estrellas o una cápsula del tiempo para
las generaciones del futuro, puede ser todo eso, pero hagámoslo, hagámoslo
todos juntos tomados de la mano y en un único grito de esperanza y rebeldía
contra la dictadura opresora.
Wilfredo
Velásquez R.
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