Por Mercedes Malavé González
“En términos generales,
nuestras normas contemplan la segregación de los grupos y subgrupos étnicos más
importantes, que al mantenerse dentro de sus respectivas zonas podrán
convertirse en unidades capaces de bastarse a sí mismas. Apoyamos el principio
general de segregación territorial de los bantúes y los blancos, y los
primeros, de encontrarse en las zonas urbanas, tendrían que ser considerados
como ciudadanos migratorios, sin derechos políticos o sociales iguales a los de
los blancos. Había que detener, igualmente, el proceso de disgregación de las
tribus”. Así rezaba la declaración formal del apartheid hecha por el
Partido Nacionalista en 1948, donde consagra su propósito de proteger y
fortalecer la supremacía blanca.
No ha transcurrido un
siglo y el horror del apartheid parece ya cosa del pasado más lejano.
Cientos de leyes y miles de decretos de segregación racial fueron abolidos por
blancos y negros sudafricanos, sin venganzas, ni retaliaciones. No hubo guerra,
ni invasiones, ni golpes militares.
Nelson Mandela, modelo
del hombre con ideales y vocación política, fue capaz de orientar toda la
fuerza humana y social, política y cultural de una nación hacia la superación
del horror en paz.
La sonrisa de Mandela,
que describe Carlin, es el signo de una resiliencia política a prueba de balas.
Resistir en los ideales no quiere decir ira ni inflexibilidad: Nelson Mandela
sonreía. El temple de un hombre maduro que supo llevar sobre sus hombros todo
el dolor de su pueblo. Fue el catalizador virtuoso de una fuerza justa pero
amenazada de precipitarse en sangre cuando sus partidarios le pedían armas y no
paz, pues la paz era sinónimo de cohabitar con el agresor. Las alternativas
eran aparentemente dos: sangre o cohabitación. Ninguna merecía los esfuerzos de
un líder. Entonces, Mandela comprendió que había una tercera vía:
convertirse en el líder de todos para que todo cambiara.
Aunque de magnitudes
incomparables, aquí vivimos nuestro propio horror nacional. La política sigue
extraviada porque pretende orientarse mediante una lógica que no le pertenece.
Mandela comprendió que derramamiento de sangre y cohabitación eran exactamente
lo mismo: continuar en la destrucción. El continuismo no requería liderazgo
sino ausencia de liderazgo. Sus ideales estaban por sucumbir por eso
abandonó la violencia y escogió la resiliencia política, hasta convertirse en
el líder de todos.
No ha transcurrido ni
un siglo de la génesis, apogeo y muerte del apartheid. Y nadie puede negar
la resiliencia heroica por décadas frente a las más tremendas violaciones de
derechos humanos de una mayoría segregada en su misma tierra. Ese dato
contrastante entre “ni un siglo ha pasado” y “gracias a la larga resistencia”
me hace constatar que la resiliencia política es la vía más corta.
Mercedes Malavé es
Político. Doctora en Comunicación Institucional (UCAB/PUSC) y profesora en la
UMA.
30-11-20
https://talcualdigital.com/resiliencia-politica-por-mercedes-malave-gonzalez/
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