Humberto García Larralde 15 de mayo de 2023
Venezuela padece desde hace varios años de una inflación entre las más altas del mundo, asociada al constante encarecimiento de la divisa. Suele atribuírsele esta inestabilidad a fuertes distorsiones económicas, cuya resolución requiere de políticas de ajuste que restablezcan los equilibrios entre los agregados macroeconómicos de demanda y de oferta para desinflar las presiones al alza en los precios. La respuesta del (des)gobierno de Maduro ha sido reducir aún más una demanda ya de por sí devastada, privar a la actividad económica de financiamiento, sobrevaluar el bolívar y acentuar la desocupación de recursos productivos. Mientras, intenta apaciguar los reclamos de mayor ingreso de los empleados públicos con bonos que no suman para sus prestaciones. Debe financiarlos, además, con emisión monetaria del BCV. Al haber destruido la base impositiva del fisco, no dispone de los ingresos para ello. Tales desaciertos han prolongado el estado de postración de la economía, con grandes costos a la población. Hacen muy cuesta arriba alcanzar condiciones de vida dignas para los venezolanos en las próximas décadas. El destrozo económico y el empobrecimiento resultante han sido demasiado.
Se
afianza entre muchos la convicción de que, sin un influjo significativo de
recursos externos, será muy difícil instrumentar el ajuste adecuado. Su impacto
sobre la reactivación de la economía no habrá de resultar de una respuesta
encadenada del aparato productivo ante un aumento súbito de la demanda. Dada la
inseguridad y la falta de garantías, la inestabilidad de precios y de tipo de
cambio, el deterioro de los servicios públicos, la destrucción del tejido
productivo nacional, la migración de mano de obra calificada y la desconfianza
e incertidumbre que provocan, tal capacidad de respuesta se encuentra, hoy día,
seriamente resentida. Es inelástica. Buena parte de los recursos que logren
captarse, por tanto, sólo se traducirá en mayor inflación y alzas en el precio
del dólar. El impacto deseado ocurrirá, más bien, por su capacidad de aliviar
las condiciones que merman la oferta doméstica.
¿Y de
dónde vendrán estos recursos? Fundamentalmente de la banca multilateral y de
las inversiones en la actividad petrolera. Obviamente vendrán condicionados a
cambios medulares en la conducción de los asuntos económicos, en procura de
asegurar los retornos esperados. Conlleva condiciones que son, precisamente,
las que habrán de destrabar la oferta productiva, es decir, el propósito
buscado. Por los intereses poderosos surgidos en torno a la expoliación de los
recursos de la nación, no parece que sea el régimen chavo-madurista el que
produzca tales cambios. En consecuencia, el meollo del problema es el de
siempre: cómo concertar la voluntad política mayoritaria capaz de llevarlos a
cabo.
Empecemos
por lo microeconómico, señalando las trabas a la actividad productiva a nivel
de empresa. Además del desincentivo que representa una demanda disminuida,
salta a la vista el costo que representa el deterioro de los servicios
públicos, de la infraestructura vial, de puertos y aeropuertos, la destrucción
del tejido industrial de proveedores, industrias complementarias, demandantes y
servicios especializados, y la emigración de mano de obra calificada y del
talento profesional. A ello debe sumarse la virtual desaparición del crédito de
la banca local, inducido por el Ejecutivo. Además, las empresas enfrentan un
marco institucional de leyes y reglamentos punitivos aplicados a discreción, y
el colapso de la capacidad de respuesta administrativa y de gestión del Estado
en múltiples áreas, y la corrupción.
Bajo
un gobierno de transición, deberán concertarse préstamos con el Banco Mundial,
el BID, la CAF, y/o agencias de cooperación diversas, para financiar la
recuperación de servicios, de infraestructura y para la capacitación de
recursos humanos. En muchos casos, ya se disponen, en sus formulaciones
básicas, de proyectos elaborados por venezolanos calificados que han trabajado
en estas áreas. La banca multilateral y las agencias de cooperación tienen, a
su vez, amplia experiencia, tanto técnica como de gestión, en este tipo de
proyectos. Estos empréstitos deben acompañarse de reformas que hagan atractiva
la inversión privada complementaria, así como para inducir la participación de
la banca extranjera, en asociación con la banca local, para fondear la rápida
ampliación de las posibilidades de financiamiento a los emprendimientos que
vayan surgiendo.
Un
objetivo central de estos recursos será el saneamiento de la administración
pública. Debe acabarse con las corruptelas y el desaguadero de empresas y
activos improductivos que paralizan al Estado. Aquellas que serán privatizadas
(o devueltas a sus legítimos dueños) deberán recuperarse y contar con un marco
jurídico propicio para un retorno satisfactorio, junto a condiciones para su
desenvolvimiento exitoso en manos privadas. Otras podrán requerir la
supervisión de agencias autónomas, con base en un marco regulatorio diseñado
para optimizar su desempeño. Preparar todo esto requerirá de un esfuerzo de
auditoría y de conciliación de cuentas que contribuyan con la transparencia
necesaria para tomar decisiones que sean acertadas. Debe retomarse y
profundizarse, asimismo, la descentralización de la gestión pública y su
rendición de cuentas. Donde sea posible, debe promoverse su cogestión con la
ciudadanía organizada. El aprovechamiento pleno de plataformas tecnológicas
integradas permitirá una gestión ágil, eficiente y abierta, en beneficio de la
población y de la recuperación económica.
En
fin, el Estado deberá concentrar sus esfuerzos en la producción adecuada de
bienes públicos y en la generación de las externalidades positivas que abaraten
las actividades de producción, comercialización y financiamiento de bienes y
servicios. Sobre esto es mucha la información disponible en la literatura
económica, por lo que no tiene sentido insistir en eso aquí. Junto a la
superación de los cuellos de botella que resultará de la inyección de recursos
mencionada arriba, habrá de incentivar el aprovechamiento acelerado de la
enorme capacidad de producción ociosa o subutilizada, dejada por la ruina
económica de Maduro. Deberá reactivar también a la inversión, como las compras
intermedias y las contrataciones, generando encadenamientos diversos que
profundicen y amplíen las transacciones económicas.
A
nivel macroeconómico, esto se traducirá en una mayor demanda de dinero,
permitiendo, en el marco de políticas fiscales, cambiarias y monetarias
adecuadas, la absorción de liquidez, vaciando su presión sobre los precios,
incluyendo el de la divisa. Esta remonetización de la economía, hoy en sus
niveles históricos más bajos, se expresará en la proliferación del crédito y de
medios de pago, esenciales para la recuperación económica. La concertación de
apoyo financiero del FMI, habrá de facilitar, además, la reestructuración de
nuestra agobiante deuda externa, proveyendo el respaldo para atraer inversiones
y créditos de la banca internacional, así como para una mayor integración del
intercambio comercial y financiero con el resto del mundo. Esto es
diametralmente opuesto al ajuste empobrecedor, de Maduro.
Todo
esto será posible, como se refirió al comienzo, si se logra contar con ingentes
recursos externos. Su concertación, además de sujetarse al saneamiento y
fortalecimiento profundo de las instituciones, deberá contar con expectativas
de su eventual reembolso o utilidad, conforme a las condiciones negociadas. El
único sector con la capacidad de generar ingresos suficientes como para avalar
un endeudamiento como el que se estima requerirá Venezuela, es el petrolero.
Por tanto, entre las condiciones básicas está el restablecimiento del
ordenamiento constitucional y de las garantías para un juego democrático
efectivo, lo cual redundará en el levantamiento de las sanciones que hoy lo
afectan. Pero, además, requerirá de una formulación y puesta al día de una
estrategia ambiciosa para la transición energética en que se ha embarcado el
globo, de tal forma de hacer de la industria local competitiva en ese nuevo
escenario, capaz de atraer las cuantiosas inversiones que se requerirán para
aprovechar parte de los enormes recursos que yacen en nuestro subsuelo.
Lamentablemente,
como en otras áreas, el (des)gobierno actual ha exhibido una negligencia
criminal al respecto, además de haber saqueado a PdVSA a fondo. Publicaciones
especializadas señalan que entre los países que menos han hecho en América
Latina, para prepararse para aprovechar las oportunidades de una transición a
fuentes energéticas menos contaminantes de carbón, está Venezuela.
Humberto
García Larralde
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