Humberto García Larralde 30 de abril de 2024
En retrospectiva, es fácil describir al plan o proyecto inicial del chavismo. Amparado en una retórica redentora que invocaba las glorias de la gesta independentista y la necesidad de acabar con quienes, supuestamente, habían traicionado ese legado, Chávez se dispuso a desmantelar las instituciones de la democracia liberal. Su “revolución bolivariana”, se aderezó en el camino con categorías de la mitología comunista que proponían acabar con las reglas de juego que habían impedido al Pueblo el disfrute “justo” de la riqueza. Para ello, había que destruir, como fuese, a las fuerzas internas y externas que sostenían tal oprobio. El fin justifica los medios. Condujo, como sabemos, a la conculcación de libertades y derechos, al cierre de medios de comunicación libres, el acorralamiento de la economía de mercado, la confiscación de empresas, la discriminación política y a la transformación del Estado en un instrumento de dominio excluyente de una nueva oligarquía militar y civil, bajo su égida. Con ello, asumieron ser los dueños del país. En ausencia de controles y de la rendición de cuentas, devino en un régimen de expoliación que fue destruyendo a la economía. Añádase el ejercicio de la violencia contra opositores y tenemos al fascismo del siglo XXI. En resumen, su plan “A”, el único hasta la muerte de Chávez.
El
problema, como sabemos, es que, desaparecido Chávez con su carisma, así como la
dispendiosa renta petrolera de que disfrutó, se desnudó el empobrecimiento
masivo que trajo el modelo. La represión abierta fue la respuesta a la protesta
de su sucesor designado, Nicolás Maduro. Procedió a montar una
institucionalidad paralela a la de la constitución, bajo su control directo, y
a trampear las elecciones en 2018 para hacerse reelegir. Invitó, así, la imposición
de sanciones en su contra, aislándose en lo internacional y reduciendo su
margen de acción progresivamente. Accedió, por tanto, a un plan “B”.
Ese
plan “B” se inició en el plano económico, liberalizando los controles de precio
y de tipo de cambio, y permitiendo el uso de la divisa. Ante las enormes
distorsiones dejados por el “socialismo del siglo XXI”, que provocó uno de los
episodios más agudos de hiperinflación conocidos en América Latina, instrumentó
un severo ajuste neoliberal, recortando lo que quedaba de la capacidad
operativa del Estado, arruinando los servicios públicos y reduciendo la
remuneración de sus empleados a la miseria. Pero no fue suficiente. Había que
complementarlo en el plano político. Convino, entonces, en celebrar elecciones
confiables en 2024, a cambio del levantamiento de sanciones en su contra.
Buscaba ser relegitimado a nivel internacional y que ello le fuese retribuido
en financiamientos y posibles aliados.
El
riesgo de tal compromiso aparentaba ser bajo. La oposición, debilitada, se la
pasaba peleando entre sí. El truco, en todo caso, sería provocar la abstención
de los sectores más radicales con la inhabilitación de algunas candidaturas,
como con otros abusos, pero sin superar el umbral de la condena internacional.
Lo que
se le vino encima a partir de la primaria del 22 de octubre y el fracaso de su
movilización patriotera en torno al territorio esequibo, no estaba,
definitivamente, en sus cálculos. Menos todavía, la ascendencia creciente de la
candidatura de María Corina Machado, aún con su inhabilitación tramposa, y la
creciente unificación de las fuerzas democráticas detrás de su liderazgo. Ahora
el Plan B amenazaba con la pérdida del poder. El chavo-madurismo, entonces,
buscó intimidar, apresando a opositores con las más estúpidas acusaciones.
Pero, peor aún para Maduro, las fuerzas democráticas mostraron estar por encima
de la intriga y la provocación, comprometiéndose con forjar una candidatura
unitaria, así como con la salida electoral, a pesar de todos los chanchullos
con que intentó impedir que cuajara.
Como
confesión de que pateaba la mesa, el fascismo lanzó a Nicolás Maduro para ser
reelecto. No hay forma que candidatura tan mala triunfase bajo los acuerdos
firmados en Barbados. Por tanto, las trampas pasaron al orden del día, su plan
A de siempre. Si bien otros candidatos sacarían más votos –Lacava, Héctor
Rodríguez- Maduro era quien sostenía el tinglado de alianzas entre los grupos
mafiosos y acataba sin remilgos los consejos de la inteligencia cubana y rusa.
Se persistió, así, con triquiñuelas para evitar que el liderazgo de MCM quedara
representada por una candidatura aclamada por todos. La escogencia de Edmundo
Gonzáles Urrutia, embajador reconocido por su capacidad, experiencia y
solvencia profesional y ética, y su aceptación unánime por el liderazgo reunido
en la Plataforma Unitaria, terminó de dispararles las alarmas. El núcleo duro
decidió, por tanto, sabotear su nueva estrategia (su plan B), incitando al
restablecimiento de sanciones y al distanciamiento de quienes han sido sus
aliados.
El
chavo-madurismo se encuentra actualmente en 3 y 2, como se diría en jerga
beisbolera. Sopesa los costos de revertir su proceder al de siempre, represivo,
atropellador de derechos (su plan A), pero evitando con ello la derrota
electoral, o continuar con el plan B, minimizando sus daños y cosechando sus
potenciales beneficios: ser readmitido en el concierto internacional, con las
oportunidades que ello pudiera proveer. Por ejemplo, Bloomberg trae como
noticia el interés de Maduro en explorar vías para renegociar la deuda pública
externa, requisito para romper con su aislamiento financiero. Ahora se torna
imposible con la reimposición de sanciones. Su empeño en acentuar la represión
hace que los reales para contratar con Rothschild la aclaratoria de cuánto debe
y a quiénes, sean a saco perdido.
Empero,
con la complicidad de un tsj obsecuente y de una cúpula militar que traicionó
sus compromisos con la patria, Maduro puede asegurar su permanencia en el
poder. Podrá trampear el proceso electoral, cometer un fraude masivo o,
simplemente, posponer los comicios. ¿Pero a qué costo? El mundo está pendiente,
ansiosos muchos países de la región de que sea resuelta la situación y así
poder librarse del “problema Venezuela”, amparo de bandas criminales y del
tráfico de drogas, y fuente interminable de migrantes que ansían una vida más
digna, pero que aumentan –en algunos casos, significativamente—la
responsabilidad de proveer servicios públicos adecuados. Y, en lo interno, cada
atropello, cada trampa para torcer la voluntad popular en las venideras
elecciones, consigue aumentar el hastío de los venezolanos con el régimen y
fortalecer su convicción sobre el imperativo de un cambio político.
Cobra
sentido, en tal contexto, la iniciativa atribuida al presidente Petro,
secundada por Lula, de realizar un plebiscito el mismo 28 de julio, día de las
elecciones, buscando la aprobación de los venezolanos de que quienes resultasen
derrotados no fuesen perseguidos por su posición política. Implícitamente, se
aconseja al chavo-madurismo a prepararse para su derrota, pero asegurando
condiciones que reduzcan al mínimo sus costos de salida. Y es que prontuario de
quienes se han apoderado de la nación es, sencillamente, horroroso. Así lo
atestiguan los voluminosos expedientes recopilados por el Consejo de Derechos
Humano de la ONU, la CPI, la CIDH y por numerosas ONGs especializadas en la
defensa de derechos humanos. Y luego está el expolio y robo abierto de
recursos. Pero, para negociar los convenientes olvidos, el fascismo tendrá
todavía el sartén agarrado por el mango, aun perdiendo el 28 de julio.
Dispondrá hasta el cambio de gobierno (seis meses), del control del tsj, la
cúpula militar, la Asamblea oficialista, numerosas gobernaciones y alcaldías,
así como de otras instancias del poder público. Y, como sabemos, no tendrá
escrúpulo alguno para hacer desbarrancar el cambio decidido.
De ser
cierto que, ante los consejos de Petro y Lula, el chavo-madurismo ha empezado a
poner su mira más allá del 28-7, no por ello podemos confiarnos en que jugará
limpio. No hay garantía alguna de que respete la candidatura unitaria de EGU
hasta el final. Fiel a su naturaleza, ha continuado con sus atropellos,
apresando dirigentes populares democráticos, inhabilitando arbitraria e
ilegalmente a quienes podrán derrotar a sus candidatos en los comicios
regionales y locales del 2025, y confiscando Primero Justicia. Sin duda que,
para este trance, contar con Edmundo González, negociador versado, representa,
junto a Gerardo Blyde, un valioso activo. Pero siempre contando con la fuerza
que da el apoyo mayoritario de los venezolanos, movilizados y vigilantes en la
defensa de su conquista. El liderazgo de MCM y el apoyo internacional a una
transición pacífica serán decisivos en este empeño. Es demasiado lo que está en
juego para no asegurar que la negociación sea desde una posición de fuerza.
Humberto
García Larralde
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