José Luis Farías 25 de junio de 2024
@fariasjoseluis
La
otra cara:
Vuelvo sobre una certeza, paradójicamente indiscutible en el mundo de la incertidumbre creado por el gobierno del presidente Nicolás Maduro: sólo la abstención salva a Nicolás Maduro de una aplastante derrota en la elección presidencial del próximo 28 de julio. El pueblo venezolano ha hecho suya la idea de Churchill: “El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.
Esta
convicción no le es ajena al propio Presidente ni a la rosca gobernante. Lo
saben. Le aparece en todos los escenarios que construyen en la sala situacional
de Miraflores y por eso pretende empujarnos por el abismo de la abstención e
incluso el de la violencia con sus inhabilitaciones aparatosas como las
aprobadas recientemente contra un nutrido grupo de valiosos alcaldes del estado
Trujillo o con las injustas detenciones de jóvenes dirigentes políticos de La
Guaira e incluso contra el comunicador social de este estado: el periodista
Luis López.
Maduro
ha erigido la desesperación como el espejo oscuro que revela la impotencia de
los individuos para alterar el destino inmutable de su propia historia. Siempre
mala consejera, la desesperación que domina todos sus actos es reveladora de
esa certidumbre: sabe que está derrotado. Y por supuesto, esto lo convierte en
una amenaza para el país, pero sobre todo para él mismo.
El presidente
debería dar descanso a su sed de perpetuidad en el poder, aceptar su inminente
derrota y reiniciar su camino en la política. Nunca es tarde para la
reformulación de planes. La política es, en esencia, el arte de lo posible, la
persistencia tozuda y artera en el error, sin embargo, solo asegura el perpetuo
desgaste y el colapso inevitable.
En el
horizonte de una Venezuela agobiada por las contradicciones y las penurias, el
liderazgo de Maduro se presenta como un callejón sin salida, una trampa de la cual
solo se puede escapar con la valentía de reconocer la propia derrota. Alexis de
Tocqueville, en su lúcido análisis de la democracia, advertía: “La grandeza de
América no reside en ser más iluminada que cualquier otra nación, sino en su
capacidad para reparar sus errores”. Este principio, universal en su alcance,
podría y debería ser una guía para cualquier nación, incluyendo a Venezuela.
Maduro,
en su afán de aferrarse al poder, ha olvidado que la grandeza de un líder
también reside en su capacidad para reconocer el momento de retirarse y
permitir el resurgimiento de una nación. La desesperación que impregna cada uno
de sus movimientos políticos no es más que la manifestación de un liderazgo que
ha perdido el norte, y que amenaza con arrastrar a todo un país a la deriva de
sus propias inseguridades.
La
abstención sería la peor respuesta a las provocaciones del autoritarismo. Esa
peligrosa estrategia de la resignación, es el último salvavidas de un régimen
que se tambalea. En un país donde la esperanza parece haberse convertido en un
lujo, el llamado es claro: participar, votar, ejercer el derecho ciudadano como
una forma de resistencia y transformación. La historia nos enseña que los
pueblos que se atreven a desafiar su destino, que se niegan a rendirse ante la
opresión, son los que finalmente encuentran la redención.
Es
imperativo que los venezolanos comprendan que su participación en las urnas es
más que un simple acto electoral; es una declaración de voluntad y un rechazo
al statu quo que ha sumido al país en una crisis sin precedentes. Sólo a través
de una movilización masiva y decidida se podrá desmantelar el engranaje de un
régimen que se sostiene, irónicamente, sobre la inacción y el desánimo de sus
ciudadanos.
La
historia está llena de ejemplos de regímenes autoritarios que cayeron cuando la
voluntad popular se impuso. En este sentido, la abstención no es solo un error
táctico, es una traición a la esperanza de cambio. Es hora de que Venezuela
mire hacia adelante, reconozca los errores del pasado y se una en un esfuerzo
colectivo para construir un futuro mejor. Porque, reinsustiendo con Churchill,
“El coraje es lo que se necesita para levantarse y hablar; el coraje es también
lo que se necesita para sentarse y escuchar”. Es tiempo de que los venezolanos
encuentren ese coraje y lo traduzcan en acción: en votos.
Llegó
la hora
Llegamos
a un punto en el que la persistencia en el error ha llevado a Nicolás Maduro a
sumergirse cada vez más en el abismo del autoritarismo. En medio de un poder
que se desgasta, un movimiento político fracturado por ambiciones individuales
y una crisis económica sin solución a la vista en sus manos, la desesperación
ha marcado su estrategia final: la amenaza y la represión como remedios para
mantenerse aferrado al poder. Como señala José Antonio Marina, “la
desesperación es la renuncia anticipada del cerebro a encontrar soluciones”
–una descripción precisa del actual gobierno venezolano, aferrado a la
violencia y al control como últimos recursos.
Isaiah
Berlin nos recuerda que “la libertad para ser dueño de nuestra propia vida y
nuestro destino es uno de los dones más preciosos de la humanidad”. En
Venezuela, este don ha sido secuestrado bajo la sombra del autoritarismo, donde
la voz del pueblo es sofocada y la represión se cierne sobre quienes osan
alzarla. En tiempos como estos, una advertencia de Voltaire resuena con
particular fuerza: “Es peligroso tener razón cuando el gobierno está
equivocado”. Sin embargo, como bien advirtió el pensador, también es peligroso
quedarse inmóvil y aceptar la sumisión como destino.
Los
venezolanos, conscientes de su legado democrático, no han sucumbido ante la
desesperanza. Con determinación y valentía, han optado por la ruta electoral
como instrumento para reclamar su voz y restaurar la dignidad nacional. Las
elecciones no solo son un acto de resistencia, sino un llamado colectivo a
restaurar la democracia y a recuperar el rumbo perdido.
En el
laberinto de la desesperación y la represión, es crucial recordar que ningún
régimen autoritario es invencible si el pueblo se une en la defensa de sus
derechos y en la búsqueda de un futuro común. Maduro puede amenazar, puede
reprimir, pero no puede sofocar la voluntad indomable de un pueblo que anhela
libertad y justicia. La historia nos enseña que incluso los momentos más
oscuros pueden ser iluminados por el poder de la resistencia y la esperanza.
Es
hora de que Venezuela mire hacia adelante con coraje y determinación. Es hora
de que los venezolanos rechacen el yugo del autoritarismo y abracen la libertad
como el principio rector de su destino. En las urnas, en la unidad nacional y
en la firmeza de sus convicciones, reside la fuerza para construir un futuro
donde la democracia florezca y los derechos humanos sean respetados. La
desesperación y la sumisión no son opciones válidas. El pueblo venezolano ha
elegido su camino, y ese camino es hacia la luz de la democracia y la dignidad:
con votos.
José
Luis Farías
@fariasjoseluis
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