Humberto García Larralde 19 de junio de 2024
La
semana pasada se realizaron las elecciones en los países miembros para elegir
representantes ante el parlamento de la Unión Europea. Quedó dibujado un
espectro amplio de preferencias políticas, desde la extrema izquierda pasando
por el centro hasta la extrema derecha, algo crecida en algunos países, aunque
los analistas no dejan de señalar una escisión entre ellos a nivel europeo.
Pero, más allá de lo que puede significar este resultado para el futuro del viejo continente, sorprende la identificación de algunos sectores de la oposición venezolana con esta tendencia, por el simple hecho de que, entre sus partidos se encuentra el partido VOX de España, negador, in extremis, de todo lo que promueve el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), hoy gobernando ese país.
Parece
que bastara leer la palabra «socialista» para producir de forma automática la
alineación anteriormente referida. Sucede que ese «socialismo» que, desde la
experiencia venezolana, enciende señales de alarma, no es más que una expresión
particular del estado de bienestar europeo, compartido por la centroizquierda
socialdemócrata, la democracia cristiana de Úrsula von der Leyen como por el
centro liberal de Manuel Macron.
No es
este el lugar para comentar la política española –quizás, deplorar la elevada
recurrencia a descalificativos personales como arma de debate–, pero sí para
insistir en algunos rasgos de esa ultraderecha que algunos reivindican, que no
tienen nada que ver, en mi criterio, con las aspiraciones de cambio que
albergamos para Venezuela. Entre ellos podemos citar, la ojeriza a la
inmigración no europea, la negación del cambio climático, la negación de la
violencia de género como crimen particular a ser castigado, como de la
pertinencia de un movimiento feminista que reivindique sus derechos, el repudio
al de la comunidad LGBTI y –este es el elemento divisivo entre estas fuerzas en
Europa—el apoyo de algunos, como Viktor Orbán primer ministro de Hungría, a la
guerra imperialista librada por Putin contra Ucrania.
La
prosecución de tales objetivos los enfrenta, irremediablemente, a la cultura de
libertades, de protección social, de pluralidad de pensamientos y de igualdad
de derechos, tan centrales al proyecto europeo. Es decir, son, en el fondo –y
en muchos casos, en la superficie—contrarios al proyecto liberal de avanzada,
de economía social de mercado, que distingue a la Unión. El andamiaje
democrático del Estado de derecho está en la base del proyecto común europeo,
promovido y resguardado desde los órganos comunitarios en Bruselas, para evitar
su desdibujamiento hacia formas de autoritarismo. Nuevamente es Orbán ejemplo
de tal amenaza, desmantelando instituciones como la independencia judicial y la
libertad de los medios, bajo banderas populistas que esgrimen defender a los
suyos.
Choca
que, quienes en Venezuela se asemejan más a esta conducta antiliberal, el
régimen de Nicolas Maduro, exclamen por boca de éste, que «ganó el neofascismo»
en esas elecciones: el manoseado ejercicio de ocultar sus propias lacras, proyectándolas
en otros. Identificarse, desde Venezuela, con tales fuerzas del atraso, le hace
el juego a esta impostura chavo-madurista. En fin, nos topamos con los cables
cambiados, valiéndose de etiquetas atávicas, propias de la guerra fría del
siglo pasado.
Como
muestra de la estolidez implícita de declarar, cual acto reflejo para
descalificar al «enemigo», sin pensar, cabe la reciente vomitada de clichés del
canciller del (des)gobierno de Maduro, Yván Gil. Fue su respuesta a la
preocupación del G-7, reunido en Italia, por el retiro de la invitación a la
misión de la Unión Europea para observar las elecciones del 28-7 y por el
incumplimiento del régimen de lo acordado en Barbados:
«El
decadente imperialismo jamás había tenido tan pobre y ridículo liderazgo como
el que hoy exhibe el G7. Rechazados por sus propios pueblos, pretenden recurrir
a prácticas coloniales y meterse en asuntos que no le conciernen (..) Nuestra
democracia revolucionaria les dirá este 28 de julio, nuevamente, que somos
libres y soberanos y que sus lacayos –la oposición democrática– no volverán».
En
fin, un tirapiedras al frente de la diplomacia del país. ¡Qué vergüenza! Pero,
si a ver vamos, ese fue la conducta de quien es hoy su jefe, Nicolás Maduro,
cuando ocupó ese cargo bajo Hugo Chávez.
Peor
todavía es la alineación automática con quien, en EE.UU., ha manifestado
reiteradamente su disposición a pasar por encima de las instituciones de ese
país, y quien ha desconocido el veredicto de las elecciones presidenciales de
2020, amenazando vengarse de quienes lo pusieron en su sitio. Donald Trump,
felón convicto, a quien le esperan juicios en su contra por cargos graves que
ha logrado posponer con la esperanza de auto absolverse de resultar electo en
noviembre y quien más se parece a Hugo Chávez en ese país, no puede ser
referente para la democracia en Venezuela.
Estas
posturas en absoluto definen a la oposición democrática venezolana. Están lejos
de ser mayoría. Pero son muy activas e inundan las redes con sus destemplanzas.
En esta contienda tan decisiva en que está embarcada Venezuela, buscando hacer
realidad la voluntad mayoritaria por desalojar del poder a la mafia neofascista
que la destruyó, cuidémonos de regalarle argumentos con los cuales legitimarse
ante electores incautos, o que sirvan para justificar sus atropellos ante sus
antiguos aliados, «por enfrentar una contrarrevolución de ultraderechas». No
nos prestemos para que nos retraten así.
Lo que
está en juego en el país no tiene nada que ver con una contienda entre derecha
e izquierda, menos aún, entre capitalismo y socialismo. Nos jugamos «el derecho
a tener derechos» –hoy negados–, como dijera Hannah Arendt al analizar el
totalitarismo: vivir en libertad y elegir, sin coacciones, a representantes que
afiancen, con sus decisiones, el bienestar de los venezolanos.
Que
nos rindan cuentas y que podamos revocar con las previsiones del Estado
democrático, el auxilio de medios de comunicación libres y con un protagonismo
ciudadano activo y bien informado. Y que, en el marco de un
régimen que ampara la pluralidad de criterios y opiniones, la convivencia y el
respeto, podamos manifestar nuestras preferencias políticas y nuestros
intereses como individuos, gremios u otros colectivos sociales, amparados,
siempre, por el ordenamiento constitucional.
Ni
Maduro y compañía son de «izquierda», «progresista» ni nada por el estilo, ni
la derecha –y menos aún la ultraderecha antiliberal—puede erigirse como la
respuesta ante sus desmanes. No confundamos la
gimnasia con la magnesia. Derrotemos a este oprobioso régimen.
Humberto
García Larralde
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico