San Josemaría 29 de junio de 2024
@sJosemaria
Ama y
practica la caridad, sin límites y sin discriminaciones, porque es la virtud
que nos caracteriza a los discípulos del Maestro. –Sin embargo, esa caridad no
puede llevarte –dejaría de ser virtud– a amortiguar la fe, a quitar las aristas
que la definen, a dulcificarla hasta convertirla, como algunos pretenden, en
algo amorfo que no tiene la fuerza y el poder de Dios. (Forja, 456)
El Señor tomó la iniciativa, viniendo a nuestro encuentro. Nos dio ese ejemplo, para que acudamos con Él a servir a los demás, para que -me gusta repetirlo- pongamos generosamente nuestro corazón en el suelo, de modo que los otros pisen en blando, y les resulte más amable su lucha. Debemos comportarnos así, porque hemos sido hechos hijos del mismo Padre, de ese Padre que no dudó en entregarnos a su Hijo muy amado.
La
caridad no la construimos nosotros; nos invade con la gracia de Dios: porque
Él nos amó primero. Conviene que nos empapemos bien de esta verdad
hermosísima: si podemos amar a Dios, es porque hemos sido amados por
Dios. Tú y yo estamos en condiciones de derrochar cariño con los que nos
rodean, porque hemos nacido a la fe, por el amor del Padre. Pedid con osadía al
Señor este tesoro, esta virtud sobrenatural de la caridad, para ejercitarla
hasta en el último detalle.
Con
frecuencia, los cristianos no hemos sabido corresponder a ese don; a veces lo
hemos rebajado, como si se limitase a una limosna, sin alma, fría; o lo hemos
reducido a una conducta de beneficencia más o menos formularia. Expresaba bien
esta aberración la resignada queja de una enferma: aquí me tratan con caridad,
pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del Corazón de Cristo no
puede dar lugar a esa clase de distinciones. (Amigos de Dios, nn.
228-229)
Tomado
de: https://opusdei.org/es/dailytext/
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