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domingo, 7 de febrero de 2010

#yo confieso


Por Daniel Esparza

1:07 de la mañana. Hoy no ha tocado racionamiento de luz en mi casa. Campaneo un whisky –de los que han sobrado de mi boda– y me ilumino sólo con la luz de la pantalla de la laptop sobre la mesa del comedor, quizá para irme acostumbrando a las dosis de electricidad que me serán garantizadas –en el mejor de los casos–, quizá por no estorbar la paz que, a pesar de todo, se respira en casa no sólo de madrugada, a Dios gracias.

A pesar de esta paz, de la calma, me arde el pecho con un Mea Culpa que, salvando todas las distancias del caso, me hace sentir un poco como un pequeño Karol Wojtyla a la hora de asumir que fueron un error las condenas de Giordano Bruno y Galileo Galilei –mea culpa: son sólo estos dos quienes vienen a mi memoria en este momento–. Me acuso de querer comprender infructuosamente el momento histórico del que me ha tocado ser responsable, como a otra millonada de compatriotas, acá y en el resto del mundo. Y creo que, por sorprendente que sea, mi culpabilidad privada puede hallar algún eco público. Gran pretensión la mía, lo sé, pero aún así me atrevo a hacer pública esta confesión –incompleta, fallida, a ratos vergonzosa–.

En principio, debo confesar que procedo –como tantos latinoamericanos– de una familia de acendrada raigambre izquierdista. De una familia que se indigna espontáneamente ante los abusos de poder lo mismo que ante cualquier tentación de ostentación de riquezas o autoridad, a pesar de que antaño logramos una holgada posición económica, hoy perdida por los desfalcos bancarios nacionales e internacionales. Al que me hable de Stanford o del Canarias le cae. Mi madre cuenta con orgullo cómo fue ella la única niña que no se agachó a recoger las monedas que un obispo arrojó, desde un balcón, al patio del internado criollo donde ella estudiaba, a una edad previa a los diez años. Mi hermano mayor me cuenta de cómo mi padre devolvía maletines con dólares destinados a intentar sobornarle durante los años en los que trabajó en la EdeC para desviar una licitación a favor de uno o de otro proveedor. El tipo nunca agarró un cobre que no procediese de su buen obrar como trabajador y punto. Crecimos así, tozudos, brutos, ajenos al vicio de la viveza criolla, empeñados en pelar bola a pesar de la tentación que siempre brillaba en los relojes y los carros de los panas. Y sobrevivimos bien. Más que bien. Fui a Disney de pequeño, recorrí toda América –de Oregon a la Patagonia por lo menos– y luego pude costear de mi propio bolsillo mis pocas incursiones a Europa: España, Holanda, Alemania, Austria, Suiza, Inglaterra. Nunca pude ir a Euzkadi a pesar de que somos vascos–. Nada que pueda encandilar a ningún clasemediero wannabe como yo.

Y sí, como tantos hijos de guerrilleros (mi madre tiene fotos posando junto a los luchadores de la Sierra Maestra, allá en los 60’s cuando ella se rehusaba a escuchar a los Beatles porque eran una máquina de dominación cultural a pesar de que Pedro Duno –Pana, Pedro Duno himself- le decía que no fuese tan rígida), voté por Chávez cuando tenía cerca de 18 años y estudiaba Artes en la UCV, y hasta carnet del MVR tuve. Coño, de verdad, no me podían pedir que hiciese otra cosa: estábamos leyendo a Barthes, a Foucault, a Saint-Simon, a los anarquistas, a Paulo Freire, a los teólogos de la Liberación. Y sí, tal vez, Mea Culpa, si lo vemos a la luz de los apagones de hoy día. Paradójica oscuridad que ilumina un pasado de desaciertos, al modo de la Noche Oscura del Alma de San Juan de La Cruz –y me perdonan el desvarío teológico de mi formación católica, otro Mea Culpa a los ojos de una masa crítica atea y postestructuralista. A propósito de ello, espero me perdonen: también me confieso un ávido lector de Derrida, Benjamin, Baudrillard y demás hijos, nietos y bisnietos de la Escuela de Frankfurt. Empecé en Hegel y terminé en Kojéve, y ahí me quedé con todo el gusto del mundo, hasta el día de hoy. Mi tesis de postgrado tiene por título “La noción de experiencia en Walter Benjamin”.

Y es hoy precisamente, a la sombra/luz de un racionamiento eléctrico que hallo inhumano –porque creo que negarle el derecho a la luz a la ciudadanía equivale a negarle el agua (de hecho, es así. De facto, de hecho, real, concreto, encarnado, no teórico ni mediático ¿Cómo me baño si la bomba no prende?)– cuando me pregunto si realmente es esta medida una consecuencia lógica, ética, consecuente, de nuestra postura ecologista en Copenhague, o el resultado evidente de una irresponsable/inmediatista política pública que ha preferido solventar problemas inmediatos –que, humanamente, a la vista de todo el mundo que tenga corazón y conciencia, es necesario resolver– a pesar de que en un futuro medianoplacista se convierta en un problema social más que funcione como catapulta para mil otras plagas sociales. Me duele pensar que mientras una ingente cantidad de recursos se destinó a solventar problemas de salud cuya atención resultaba imperiosa, descuidamos ciegamente –confiando en la paciencia de un pueblo que no se sabe si es noble o bolsa, a estas alturas del campeonato, acostumbrados como estamos a resolver y que, precisamente por ello, sigue mereciendo el calificativo de bravo (coño, pa’ bravos nosotros)– una bomba de tiempo que está destinada a estallarle en la cara a todos, Chávez in capite, aunque últimamente dé la cara mediáticamente (¿de qué otra manera?) en pases no oficiales, fuera de cadena. La oscurana le ha devuelto los espantos a Venezuela. Es preciso tenderle la alfombra roja a La Sayona, al Carretón, al Silbón. Nostalgia previa al bombillo, ahorrador o no, que se hace presencia patente.

Yo confieso que, con todo y el romanticismo propio de la época, no esperaba casarme en los albores del siglo XIX. Yo quería una luna de miel ajena a quiebras de bancos, racionamientos de luz y devaluaciones. Yo quería Grecia, París, una vaina bien. Mea culpa, pues, está bien. No me fui a ningún lado y optamos por mudarnos a un espacio más grande. No entiendo –Mea Culpa por no entender– cómo el Comandante habla hoy durante horas en La Hojilla –Mea culpa: me la calé hasta las 12:15 aproximadamente– haciéndose eco sólo del problema de la especulación de la cual, Mea culpa, aún no sé a quién carajo hacer del todo responsable. Porque, precisamente –y esto lo digo para chavistas y opositores– la realidad no es maniquea. Lo primero que uno aprende al intentar pensar por cabeza propia – tras pasar por sociólogos, por Freud, por dos o tres libros que más o menos valgan la pena– es que toda realidad –toda– es policausada. Me harta, me ofende, me dan ganas de llorar, ver al Comandante achacándole la culpa a los pluscuálidos tanto como me causa el mismo efecto ver a Ramos Allup haciéndose eco de una serie de clichés bien intencionados pero, a la larga, ingenuos. La cosa no es tan fácil. Parecen hermanitos chiquitos: “él me jaló el pelo, y por eso le mordí la oreja”. Un país, con el perdón, es mucho más que eso.

Coño, Mea Culpa, pues: soy burda de niní, soy periodista, trato de hacer filosofía contemporánea aunque leo burda a Aristóteles –sin ser copeyano (hasta eso hay que aclarar), quiero vivir bien en Venezuela (sin hacerme eco del consumismo demente criollo), quiero poder ir a bailar a Los Frailes con un poco de panas que tengo por allá sin temor a que le pase nada a mi esposa por el sólo hecho de que no soy de allá, quiero ir a El Maní sin que las chamas de Cara de Vidrio me miren con cara de que me están perdonando la vida porque ellas son burda de agudas y yo sigo sin ser revolucionario rodilla-en-tierra, quiero echarme palos con mis panas que viven en Paracotos –como cuando yo trabajaba en la esquina de Gradillas en el 98– en cualquier bar de la Baralt sin temer porque me vayan a bajar el carro, quiero poder amoblar mi casa con los corotos que aparecen en Ikea y no con los muebles que venden los árabes en la Avenida Sucre –y no, pana, no son necesidades creadas: el buen diseño hace buena la vida y hace a la gente más feliz y mejor. Mea culpa por creerme eso, y me perdona a quien le parezca lo contrario. Estoy abierto a la discusión de este tema aunque Schelling y la Bauhaus me avalen–.

En fin, son las 2:13, se me acaba la pila de la laptop y debería estar abrazado con mi esposa en la cama. Gracias por leer a todos los que llegaron hasta acá. Mi abrazo, mi gratitud y mi fidelidad con Venezuela –y con mi conciencia, aunque mal pague (de pana, paga burda de mal y digo esto sin esperanzas de patrocinio. Mosca, porque uno dice cualquier cosa y Mario lo destruye–. Me voy a dormir con mi esposa –bella, noble, hermosa, mi alegría, mi oasis (la chama es trabajadora pública en una escuela del Estado, hoy cuasi-desempleada por pendejeras políticas de remociones de cargos), mi arma para seguir teniendo fe en mí, en la vida, en que todo va a estar bien, como siempre nos decimos entre el amor y los arrumacos que hacen casi imposible que nos levantemos a tiempo para trabajar porque es una maravilla encontrarnos en las madrugadas, en las mañanas, uno junto al otro– esperando a que amanezca para darle esto como regalo de buenos días. Mañana cumplimos un mes de casados.

De pana, #yoconfieso que no extraño la cuarta, pero ansío una sexta. Mea culpa y todo.

Publicado por:
Codigo Venezuela

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