Francisco Fernández-Carvajal 24 de enero de
2020
@hablarcondios
— En el camino de
Damasco.
— La figura de San
Pablo, ejemplo de esperanza. Correspondencia a la gracia.
— Afán de almas.
I. Sé
de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para
asegurar hasta el último día, en que vendrá como juez justo, el encargo que me
dio1.
Pablo, gran defensor de la Ley de Moisés, consideraba
a los cristianos como el mayor peligro para el judaísmo; por eso, dedicaba
todas sus energías al exterminio de la naciente Iglesia. La primera vez que
aparece en los Hechos de los Apóstoles, verdadera historia de la
primitiva cristiandad, lo vemos presenciando el martirio de San Esteban, el
protomártir cristiano2. San Agustín hace notar la eficacia de la oración de Esteban
sobre el joven perseguidor3. Más tarde, Pablo se dirige hacia Damasco, con poderes
para llevar detenidos a Jerusalén a quienes encontrara, hombres y mujeres,
seguidores del Camino4. El cristianismo se había extendido rápidamente, gracias a la
acción fecunda del Espíritu Santo y al intenso proselitismo que ejercían los
nuevos fieles, aun en las condiciones más adversas: los que se habían
dispersado iban de un lugar a otro anunciando la palabra del Evangelio5.
Pablo iba camino de Damasco, respirando
amenazas y muerte contra los discípulos del Señor; pero Dios tenía
otros planes para aquel hombre de gran corazón. Y estando ya cerca de la
ciudad, hacia el mediodía, de repente le envolvió de resplandor una luz
del cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué
me persigues? Respondió: ¿Quién eres tú, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues6. Y enseguida la pregunta fundamental de Saulo, que es ya fruto
de su conversión, de su fe, y que marca el camino de la entrega: ¿Señor,
qué quieres que haga?7. Pablo ya es otro hombre. En un momento lo ha visto todo
claro, y la fe, la conversión, le lleva a la entrega, a la disponibilidad
absoluta en las manos de Dios. ¿Qué tengo que hacer de ahora en adelante?, ¿qué
esperas de mí?
Muchas veces, quizá cuando más lejos estábamos, el
Señor ha querido meterse de nuevo hondamente en nuestra vida y nos ha manifestado
esos planes grandes y maravillosos que tiene sobre cada hombre, sobre cada
mujer. «¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión
sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer.
»Luego, proseguiste con serenidad: “Domine, quid me vis
facere?” -Señor, ¿qué quieres que haga?
»-Y tú mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por
encima de todo y de todos, cumpliré tu Santísima Voluntad: “serviam!” -¡te
serviré sin condiciones!»8. También ahora se lo repetimos una vez más. ¡Tantas veces se
lo hemos dicho ya, en tonos tan diversos! Serviam! Con tu
ayuda, te serviré siempre, Señor.
II. Vivo de
la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí9.
Siempre recordaremos esos instantes en que Jesús,
quizá inesperadamente, nos detuvo en nuestro camino para decirnos que se quiere
meter de lleno en nuestro corazón. Nunca olvidó San Pablo aquel momento único,
cuando tuvo lugar el encuentro personal con Cristo resucitado: en el
camino de Damasco..., indica a veces, como si dijera: allí comenzó todo. En
otras ocasiones señala que aquel fue el instante decisivo de su
existencia. Y en último lugar, como a un abortivo, se me apareció a mí
también...10.
La vida de San Pablo es una llamada a la esperanza,
pues «¿quién dirá, cargado con el peso de sus faltas, “Yo no puedo superarme”,
cuando (...) el perseguidor de los creyentes se transforma en propagador de su
doctrina?»11. Esta misma eficacia sigue operando hoy en los corazones.
Pero la voluntad del Señor de sanarnos y convertirnos en apóstoles en el lugar
donde trabajamos y donde vivimos necesita nuestra correspondencia; la gracia de
Dios es suficiente, pero es necesaria la colaboración del hombre, como en el
caso de Pablo, porque el Señor quiere contar con nuestra libertad. Comentando
las palabras del Apóstol -no yo, sino la gracia de Dios en mí señala
San Agustín: «Es decir, no solo yo, sino Dios conmigo; y por ello, ni la gracia
de Dios sola, ni él solo, sino la gracia de Dios con él»12.
Contar siempre con la gracia nos llevará a no
desanimarnos jamás, a pesar de que una y otra vez experimentemos la inclinación
al pecado, los defectos que no acaban de desaparecer, las flaquezas e incluso
las caídas. El Señor nos llama continuamente a una nueva conversión y hemos de
pedir con constancia la gracia de estar siempre comenzando, actitud
que lleva a recorrer con paz y alegría el camino que conduce a Dios –afianzados
en la filiación divina y que mantiene siempre la juventud del corazón. Pero es
necesario corresponder en esos momentos bien precisos en los que, como San
Pablo, le diremos a Jesús: Señor, ¿qué quieres que haga?, ¿en qué
debo luchar más?, ¿qué cosas debo cambiar? Jesús se nos hace encontradizo
muchas veces; entonces, «es menester sacar fuerzas de nuevo para servir
–escribe Santa Teresa y procurar no ser ingratos, porque en esa condición las
da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos
pone, nos los tornará a tomar y quedarnos hemos muy más pobres, y dará su
Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a otros»13.
Señor, ¿qué quieres que haga? Si se lo decimos de corazón -como una
jaculatoria muchas veces a lo largo del día, Jesús nos dará luces y nos
manifestará esos puntos en los que nuestro amor se ha detenido o no avanza como
Dios desea.
III. Sé
en quién he creído...
Estas palabras explican toda la vida posterior de
Pablo. Ha conocido a Cristo, y desde ese momento todo lo demás es como una
sombra, en comparación a esta inefable realidad. Nada tiene ya valor si no es
en Cristo y por Cristo. «La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo
demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era ser fiel a
su Señor y darlo a conocer a todas las gentes»14. Lo que deseamos nosotros; lo único que queremos.
Desde el momento de su encuentro con Jesús, Pablo se
convirtió a Dios de todo corazón. El mismo afán que le llevaba antes a
perseguir a los cristianos lo pone ahora, aumentado y fortalecido por la
gracia, en el servicio del ideal grandioso que acaba de descubrir. Hará suyo el
mensaje que recibieron los demás Apóstoles y que recoge el Evangelio de la
Misa: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación15. Pablo aceptó este compromiso e hizo de él, desde ese
momento, la razón de su vida. «Su conversión consiste precisamente en esto: en
haber aceptado que Cristo, al que encontró por el camino de Damasco, entrará en
su existencia y la orientará hacia un único fin: el anuncio del
Evangelio. Me debo tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los
sabios como a los ignorantes... Yo no me avergüenzo del Evangelio: es fuerza de
salvación para todos los que creen en él (Rom 1, 13-16)»16.
Sé en quién he creído... Por Cristo afrontará riesgos y peligros sin
cuento, se sobrepondrá continuamente a la fatiga, al cansancio, a los aparentes
fracasos de su misión, a los miedos, con tal de ganar almas para Dios. Cinco
veces recibí cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas; una
vez fui lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé náufrago en
alta mar; en mis frecuentes viajes sufrí peligros de ríos, peligros de
ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en
ciudades, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos
hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, en
frecuentes ayunos, con frío y desnudez; y además de otras cosas, mi
responsabilidad diaria: la solicitud por todas las iglesias. ¿Quién desfallece
sin que yo desfallezca? ¿Quién tiene un tropiezo sin que yo me abrase de dolor?17.
Pablo centró su vida en el Señor. Por eso, a pesar de
todo lo que padeció por Cristo, podrá decir al final de su vida, cuando se
encuentra casi solo y un tanto abandonado: Abundo y sobreabundo
de gozo en todas mis tribulaciones... La felicidad de Pablo, como la
nuestra, no estuvo en la ausencia de dificultades sino en haber encontrado a
Jesús y en haberle servido con todo el corazón y todas las fuerzas.
Terminamos esta meditación con una oración de la
liturgia de la Misa: Señor, Dios nuestro, Tú que has instruido a todos
los pueblos con la predicación del apóstol San Pablo, concédenos a cuantos
celebramos su conversión caminar hacia Ti, siguiendo su ejemplo, y ser ante el
mundo testigos de tu verdad18. A nuestra Madre Santa María le pedimos que no dejemos pasar
esas gracias bien concretas que nos da el Señor para que, a lo largo de la
vida, volvamos una y otra vez a recomenzar.
1 Antífona
de entrada. 2 Tim 1, 12; 4, 8. —
2 Cfr. Hech 7,
60. —
3 Cfr. San
Agustín, Sermón 315. —
4 Hech 9,
2. —
5 Hech 8,
4. —
6 Hech 9,
3-5. —
7 Hech 22,
10. —
8 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 238. —
9 Antífona
de comunión. Gal 2, 20. —
10 1
Cor 15, 8-10. —
11 San
Bernardo, Sermón 1º en la Conversión de San Pablo, 1.
—
12 San
Agustín, Sobre la gracia y el libre albedrío, 5, 12.
—
13 Santa
Teresa, Vida, 10. —
14 Liturgia
de las Horas, Segunda lectura; San Juan Crisóstomo, Homilía
2 sobre las alabanzas de San Pablo. —
15 Mc 16,
15. —
16 Juan
Pablo II, Homilía 25-I-1987. —
17 2
Cor 11, 24-29. —
18 Misal
Romano, Oración colecta de la Misa.
*Termina hoy el Octavario por la unidad de los
cristianos conmemorando la conversión del Apóstol de las gentes. La
gracia de Dios convierte a San Pablo de perseguidor de los cristianos en
mensajero de Cristo. Este hecho nos enseña que la fe tiene su origen en la
gracia y se apoya en la libre correspondencia humana, y que el mejor modo de
acelerar la unidad de los cristianos consiste en fomentar cada día la
conversión personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico