Por Simón García
Es innecesario insistir en
lo que todos percibimos: el clima emocional del país y de la oposición es
distinto al renacer de esperanzas que se vivió en enero de 2019.
Maquillar los motivos de ese
desplome anímico es negarse a oír lo que la realidad nos grita. Vivir es una
proeza que desplaza la preocupación por la política y que exige a la mayoría
que ocupe más tiempo en asegurar su sobrevivir. Es inocultable que el desafío,
que le movió el piso al gobierno, formulado por Guaidó hace un año, ha perdido
impulso y tiende a convertirse en una actitud sostenida por una minoría de
políticos, descalificándose y destruyéndose entre sí, divorciados de la
dinámica real de la sociedad.
El fanatismo ciega a los que
quieren perder. La sustitución de la realidad por nuestros deseos nos hace ver
todo al revés: proclamamos que Maduro está débil, pero él despacha en
Miraflores, mientras impide a fuerza de represión que la Asamblea Nacional
sesione en el Palacio Federal. Resistió la acometida de las sanciones
internacionales y se sostuvo frente a intentos internos para derrocarlo.
La oposición no puso ningún
empeño y más bien algunos de sus dirigentes parecieron estimular el desinterés
para evitar que el régimen impusiera el poder dual en el único espacio
institucional dirigido por demócratas. Disminuye la identificación con los
partidos que se reducen a un juego de sombras por tener poder sin justificación
social ni verdadero programa político alternativo. Frente a los déficits de la
oposición, surgen las preguntas. ¿Quién perdió con que ahora el país
tenga dos Asambleas legislativas y que la legítima mayoría parlamentaria
encabezada por Guaidó sea puesta en duda y en disputa?
Es un error invertir el
problema: no se trata de cambiar a la dirección de la oposición sino de que la
oposición cambie el rumbo de su dirección... Si existe consenso sobre el
fracaso de la estrategia en el 2019, ¿por qué se insiste en ratificarla de
hecho en el 2020? Cambiar la estrategia no puede reducirse sólo a modificar el
orden del mantra.
No avanzaremos hacia el
restablecimiento de los derechos dependiendo exclusivamente de sanciones y
amenazas en manos de la comunidad internacional y aceptando pasivamente que la
crisis de gobernabilidad de nuestro país sea en adelante una pieza en el
tablero geopolítico mundial. Esta alteración de la condición dominantemente
nacional de la lucha por el cambio trae como dura consecuencia una pérdida de
decisión sobre nuestro propio destino.
El tema no es cambiar a
Guaidó sino lograr que el dirigente con más apoyo interno e internacional sea
quien efectivamente encabece una estrategia supere tanto la visión extremista
de la lucha como la equivocada pretensión de que la unidad es compatible con la
hegemonía y la exclusión sobre otros sectores opositores.
Trabajar por victorias es
hacer lucha social con la gente y una política útil para contrarrestar las
calamidades sociales. Lograr una victoria exige convencer al país de la
importancia de ganarle al régimen unas elecciones y convertir ese triunfo en el
acto político que obligue al régimen a aceptar la apertura de una transición
pacífica y conducida por las fuerzas que hoy están en conflicto.
26-01-20
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