Trino Márquez 23 de enero de 2020
@trinomarquezc
El
volumen de transacciones en dólares creció de forma exponencial durante 2019.
Al cerrar el año, más de 40% de los intercambios comerciales se realizaban con
la divisa norteamericana o con euros, la otra moneda en la que se han refugiado
los venezolanos para huir del escozor que les produce la tenencia de bolívares.
El modelo del socialismo del siglo XXI, tan promovido y celebrado por Hugo
Chávez y Nicolás Maduro, terminó por decapitar nuestro signo monetario, uno de
los más sólidos de la región y del planeta, cuando el Pacto de Punto Fijo
fijaba las fronteras de la gobernabilidad, y la democracia surgida el 23 de
enero de 1958 luchaba por derrotar a las facciones insurgentes que pretendían
trasladar a Venezuela el modelo fidelista impuesto en Cuba. Esos grupos, luego
de ser derrotados por Betancourt, Leoni, Caldera y Carlos Andrés Pérez,
terminaron llegando a Miraflores, gracias a la irresponsabilidad de un sector
de la élite, incapaz de percibir el peligro que representaba Chávez para la
libertad en todos los campos.
Durante
2020, el uso del dólar como medio de pago crecerá. Superará fácilmente 50% de
las operaciones. Ese aumento no será el resultado beneficioso de una economía
saludable, sino una expresión perversa de las enormes distorsiones que sufre el
aparato económico. La dolarización seguirá siendo salvaje y caótica. No será el
resultado de políticas macroeconómicas orientadas a estabilizar la economía,
atraer inversiones extranjeras, impulsar la expansión de la industria, la
agricultura, la agroindustria, el turismo y los servicios. Estos renglones se
mantendrán tan deprimidos como durante los últimos seis años. El Producto
Interno Bruto, tal como vaticinan los economistas y expertos más conocedores de
la materia, seguirá su marcha descendente. 2019 cerró con una economía reducida
a un tercio de lo que era en 2012. De acuerdo con Víctor Salmerón, uno de los
mejores periodistas del área económica, el tamaño de la economía venezolana,
medida por el PIB per cápita, se contrajo a niveles de 1944. El socialismo de
Maduro nos hizo retroceder 76 años. Una catástrofe nunca vista en los anales de
la historia latinoamericana.
Esa
involución no es uniforme. No afecta a todos los grupos sociales por igual. Las
capas más pobres de la población son las más afectadas. El disparatado esquema
de estatizaciones y controles aplicado, o mantenido, por Maduro, acompañado por
una reducción criminal del gasto público en áreas fundamentales, ha hecho que
la inversión en educación, salud, transporte público, electricidad, agua y, en
general, servicios para atender las necesidades de los ciudadanos, se hayan
reducido a cifras insignificantes.
Ya
no se trata sólo de que el gobierno no moderniza el Metro de Caracas, por
ejemplo. O que no repara los hospitales, las escuelas y las vías de
comunicación. La cosa es mucho peor. Es que no se ocupa de reparar las
escaleras mecánicas del Metro para que los discapacitados sufran un poco menos
el calvario que significa desplazarse en el medio de transporte que fue motivo
de orgullo de los caraqueños. Tampoco les coloca aire acondicionado a los quirófanos
para preservar las condiciones mínimas de asepsia que debe poseer un quirófano.
No es que abandonó la formación de los docentes o no dota de computadoras los
centros educativos; es que no refacciona las escuelas para evitar que el agua
de lluvia inunde los salones. Ni siquiera repara los semáforos de las avenidas.
Los niveles de incuria alcanzan cotas insospechadas.
Con
la dolarización anárquica auspiciada por el régimen, Venezuela se convirtió en
el país más caro para los pobres, y el más barato para los ricos. Los
desequilibrios se expresan en desigualdades abismales respecto a la capacidad
de consumo. Hay un reducido segmento, entre 10% y 15% de la población, con
posibilidades de acceder a los bodegones, convertidos en símbolos de la
opulencia socialista, adquirir productos importados de lujo y comprar cualquier
medicamento o acceder a la medicina privada. Frente a estas capas exclusivas,
se encuentra la inmensa mayoría de los venezolanos: los funcionarios públicos,
los maestros y profesores, los soldados, los pensionados del Seguro Social, los
docentes universitarios, los vigilantes privados, y toda la amplia gama de
personas que desempeñan algún oficio por el cual reciben bolívares o pequeñas
cantidades de dólares, utilizadas de inmediato para satisfacer necesidades
urgentes.
El
bolívar desaparece y el dólar se fortalece al mismo ritmo que la pobreza se
extiende. El abismo entre la nomenclatura oficialista y la plebe constituye un
rasgo típico de los modelos socialistas. Maduro lo que ha hecho es reproducir
en el siglo XXI lo que las miserables y oprimidas naciones comunistas vivieron
durante el siglo XX, y Cuba ha padecido desde hace sesenta años. La
dolarización forma un vínculo indisociable con la depauperación.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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