Por Froilán Barrios
En el recién iniciado 2020
el tema de la diáspora ha sido muy citado, a medida que se multiplica la
incertidumbre de un desenlace certero a la aguda e irreversible crisis de
nuestro país. No en balde, casi 2/3 de la población tiene un familiar en el
exterior, circunstancia que origina una angustia adicional a cada hogar
venezolano, cuyos integrantes esparcidos en varias latitudes generan la
preocupación diaria en cada amanecer sobre el devenir de sus vidas.
Nadie se imaginaba a
comienzos del siglo XXI semejante tragedia, porque en nuestra historia el único
desplazamiento notorio de connacionales se originó en el campo académico. En
las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo fueron becados más de
30.000 estudiantes, inscritos en las mejores universidades del mundo. Nuestro
país, por el contrario, se convirtió en el reservorio de inmigrantes de todo el
planeta, cuyos gobiernos y pueblos en muchos casos han olvidado ingratamente
que algunas vez los acogimos y los integramos a nuestra sociedad.
Bueno, es verdad, muchos
dirán que esto es un tema manoseado, que no deja de agravarse al indicarse que
vamos a paso de caballo inglés hacia los 7.000.000 de migrantes. Algunas
consultoras y organismos internacionales, incluso, han anunciado que en el peor
de los casos para finales de 2020 la cifra pudiera enrumbarse hacia los
10.000.000, con lo que sería el éxodo más pronunciado de la historia universal
contemporánea.
Entre tantas aristas, la
diáspora ha dado a conocer la madera de la que estamos hechos los venezolanos,
capaces de integrarnos a cualquier país, como lo relata un estudio de la
profesora Elena Granell del IESA (1997) que demuestra una tolerancia a la
incertidumbre y la tendencia a presentar soluciones rápidas a los problemas,
con las respuestas que dan desde un bombero de gasolinera hasta un ingeniero,
en los que se reconoce la chispa y la inventiva criolla.
En ese sentido, en 1995,
José Ignacio Cabrujas destacaba en un foro sobre la cultura del trabajo la
actitud de “echaos pa’lante” y viveza criolla de nuestra venezolanidad, que es
notoria por no quedarse callados ante situaciones impredecibles, con el tono
improvisador del coplero del llano donde florecen los mitos y leyendas para
ilustrar nuestra idiosincrasia.
Somos de trato directo, sin
complejo alguno, proveniente de un mestizaje que arrojó una cultura en la que
la discriminación es tema de segunda mesa en Venezuela; entre tanto, en la
región andina, Perú, Ecuador, Bolivia, el cholo es cholo, el moreno se mantiene
en sus comunidades y el blanco europeo en las de él, no se mezclan entre sí. En
Venezuela desde la Conquista, la Colonia, como indica Herrera Luque
en Viajeros de Indias (1991), y luego en la etapa republicana se operó una
mixtura de razas en la que la alcurnia es ignorada con el saludo directo de
“mire chamo, qué es lo que desea”.
Es tarea obligada del
gobierno interino de Juan Guaidó atenderlos hoy en los países donde se
encuentren, lo que permitiría demostrar con creces cómo se ejerce realmente el
poder frente al régimen usurpador.
22-01-20
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