Fernando Mires 26 de septiembre de 2022
@FernandoMiresOl
En una
de las pocas referencias escritas sobre América Latina por Alexis de
Tocqueville en su clásico, La Democracia en América, podemos leer
las siguientes palabras: "La América del Sur es cristiana como nosotros;
tiene nuestras leyes y nuestros usos; encierra todos los gérmenes de
civilización que se desarrollaron en el seno de las naciones europeas y de sus
descendientes; América del Sur tiene, además, nuestro propio ejemplo: ¿por qué
habría de permanecer siempre atrasada?”.
¿Por
qué los buenos deseos de Tocqueville no han llegado a cumplirse? Para muchos,
Latinoamérica sigue siendo un subcontinente del desorden, patria de dictaduras,
paraíso de populistas, revoluciones con promesas nunca cumplidas. Continúa
también siendo otro Occidente, más geográfico que histórico. O más literario
que político. “El lejano Occidente” lo llamó Alain Rouquié.
ARQUEOLOGÍA
POLÍTICA
Tengo en mis manos un libro del sociólogo alemán Klaus Meschkat. Su título: La crisis de los regímenes progresistas y el legado del socialismo de Estado. Útil para intentar comprender una mitad de la política latinoamericana, me refiero a esa franja cubierta por la izquierda, a la que Meschkat llama, “progresismo”.
Bajo
el concepto amplio de “progresismo” entiende Meschkat a la llamada izquierda
revolucionaria, sobre todo cuando esta asume la forma de gobierno. Eso lo lleva
a dedicar gran parte de su trabajo a analizar el fenómeno chavista y en gran
medida a ese conjunto de gobiernos que formaron parte del llamado “socialismo
del siglo XXl”. Desde su perspectiva de izquierda democrática, esa versión
tardía del socialismo mundial no ha cumplido los objetivos trazados debido a
los que él llama “errores”. Si se trata de errores en la aplicación de una
política, o esa izquierda en sí misma es un error, es una tarea que deberá
dilucidar el lector. A mi juicio, Meschkat -puede que no haya sido su
intención- aporta ideas y datos suficientes para inclinarse hacia la segunda
opción.
Según
Meschkat, el llamado socialismo del siglo XXl ha seguido la misma ruta errada
que recorrió el comunismo ruso al postular en lugar de un socialismo
democrático, un socialismo de Estado. Desde esa perspectiva, Meschkat comparte
una tesis de Rudi Dutschke, a saber, que el socialismo marxista fue desvirtuado
en la URSS por el socialismo leninista. Y así fue: Partido, Estado, y líder,
terminaron en la URSS, en Europa del Este, y en América Latina, confundidos en
una sola unidad, relegando la revolución democrática a un segundo término, o
simplemente, dejándola de lado. Despotismo asiático, llamaba Dutschke al orden
comunista ruso siguiendo en ese punto los estudios sobre los regímenes de
estado “hidráulicos” de tipo asiático realizados por Karl August Witttvogel.
La
revolución rusa tuvo lugar en nombre de un proletariado inexistente en contra
de una burguesía que tampoco era tal. Desde esa perspectiva “arqueológica”,
Meschkat tiene, evidentemente, razón. El leninismo, en sus más diversas
versiones, ha sido (formalmente) la ideología dominante de la mayorías de las
izquierdas latinoamericanas sobre todo cuando han llegado a ser gobierno.
El potencial democrático social contenido en cada uno de esos gobiernos fue
superado por un estatismo autoritario. Visto así, Maduro no habría usurpado el
legado de Chávez, como piensan muchos ex-chavistas desilusionados, entre ellos
Edgardo Lander a quien Meschkat cita continuamente, sino su continuación
lógica, de la misma manera como para Dutschke el estalinismo fue la continuación
del leninismo y no su suplantación como intentaron hacernos creer algunos
teóricos del trotzkismo internacional.
Es
posible trazar algunos paralelos entre el socialismo del siglo XXl y el
socialismo soviético. Uno de ellos deriva del hecho de que, así como el
leninismo-estalinismo incorporó nociones propias a los despotismos asiáticos,
los gobiernos “progresistas” latinoamericanos introdujeron otras
correspondientes a tradiciones de movimientos que pese a su glorificación,
compartida a veces con las derechas, distan de ser ejemplos democráticos. El
socialismo castrista recurrió al legado de Martí, el venezolano al de Bolívar,
el de Nicaragua a la gesta antimperialissta de Sandino, Evo Morales al
indianismo pre-colonial, y así sucesivamente. El resultado ha sido una
mescolanza ideológica que, con el socialismo originario de Marx y Engels, e
incluso con la propia doctrina leninista, no tiene mucho que ver.
Podríamos
decir que así como Lenin diseccionó a Marx para adoptarlo a las condiciones
premodernas de la Rusia poszarista, los socialistas del siglo XXl han
diseccionado -en nombre del propio Lenin– a Lenin, despojándolo de los últimos
restos de marxismo que en él permanecían. La izquierda revolucionaria
latinoamericana llegó así a ser más estalinista que leninista. Hecho
que se deja ver en la adopción, no de la tesis del socialismo en un solo país,
sino en la del imperialismo en un solo país. Ese país es EE UU.
Mientras
para Lenin el antimperialismo fue una teoría anticapitalista proveniente de una
compleja teoría desarrollada por Rudolf Hilferding, para chavistas,
evomoralistas, orteguistas, etc., el antimperialismo ha llegado a ser un
sinónimo de anti-norteamericanismo. Tesis, repetimos, elaborada por Stalin
después de que el gobierno de Truman decidiera romper (1948) con la línea
amistosa de EE UU hacia la URSS iniciada durante la segunda guerra mundial,
ruptura que marcaría el comienzo de la Guerra Fría
El
socialismo ruso y después soviético no pudo ser democrático porque enclavó en
un espacio no democrático, ese mismo espacio que hoy reclama para sí, sin
marxismo ni leninismo, esa reedición fantasmal del antiguo zarismo que pretende
ser en Rusia, Vladimir Putin. El socialismo ruso pre- Putin, al aterrizar en
América Latina, culminaría su proceso de descomposición, al entrelazarse, como
en la Rusia de Putin, con tradiciones que, tanto o más que las rusas, son
profundamente antidemocráticas, más aún, antipolíticas.
Pero
el leninismo al menos –y esa es la diferencia entre leninismo y estalinismo–
nunca fue nacionalista (o rusista). Tampoco fue militarista. Bajo Stalin en la
URSS y después en los gobiernos latinoamericanos “progresistas”, sí lo fue. Por
lo tanto, la cosmovisión de la izquierda latinoamericana de nuestros
días no tiene nada que ver con el marxismo, algo con el leninismo, más con
el estalinismo y mucho con el actual putinismo. Razón esta última
que explica por qué los crímenes genocidas que hoy comete Putin en Ucrania no
incomodan a los izquierdistas latinoamericanos, algunos de cuyos líderes
(Maduro, Ortega, Díaz Canel, Evo Morales y el mismo Lula en concordancia con
Bolsonaro) no solo los justifican sino, además, los enaltecen.
Nacionalismo
y militarismo son adquisiciones exquisitamente estalinistas, cultivadas
por la mayoría de los gobiernos "del socialismo del siglo XXl", sobre
todo por algunos de sus máximos líderes, Fidel Castro y Hugo Chávez. El
socialismo revolucionario latinoamericano, desde esa perspectiva, ha sido tan
conservador, tan nacionalista y tan militarista, como las propias derechas a
las que ha imaginado combatir.
El
problema de la democracia entonces no solo reside en las izquierdas o en las
derechas, sino en el espacio antidemocrático que ocuparon las derechas e
izquierdas de la región. Aparte de Chile y sobre todo de Uruguay donde hay
segmentos de izquierda y de derecha a los que podríamos considerar sin problemas
como democráticos, en la mayoría de los países de la región, derechas e
izquierdas obedecen a patrones político-culturales radicalmente
anti-democráticos. Lo hemos visto recientemente en el desarrollo político de la
oposición venezolana cuyo comportamiento político no ha sido muy diferente al
de las fuerzas chavistas y maduristas.
EL
OCASO DE LA OPOSICIÓN VENEZOLANA
Al
igual que el chavismo, la oposición venezolana ha intentado acciones golpistas.
Al igual que el chavismo, está predispuesta a adorar a personalidades míticas,
hasta llegar al punto en que creyó encontrar durante un breve periodo, un
líder, en la figura de Juan Guaidó, un personaje que posee una concepción (es
la de su mentor, Leopoldo López) absolutamente irracional de la política. A esa
figura se plegaron incluso políticos que provenían de los eriales republicanos,
entre otros, el caudillo de Acción Democrática, Henry Ramos Allup. Y no por
último, al igual que el chavismo, su oposición tiene una visión “extractivista”
(petrolera) de la economía. El objetivo de ese “extractivismo”, así lo llama
Meschkat, más que económico es político. Quien controla el petróleo (así como
el gas en la Rusia de Putin) controla al Estado. Quien controla al Estado,
controla al poder.
En
algunos puntos, sobre todo en su anti-democratismo, esa oposición ha superado
al propio chavismo. Por ejemplo, ha rechazado durante un largo tiempo la vía
electoral en nombre de una insurrección popular que, para colmo, no sabía como
realizar. Hoy, habiendo pisado su propia trampa anti-electoral, antidemocrática
y anti-política, esa oposición no pasa de ser un conglomerado de mini-caudillos
disputándose entre sí la conducción de un proceso electoral que ellos mismos
arruinaron. Mientras tanto, Maduro, en nombre de Chávez, aplica sin ningún
pudor los programas neo-liberales de cuya denuncia la izquierda latinoamericana
ha hecho una bandera.
En
síntesis, ni en Venezuela, ni en la mayoría de los países latinoamericanos,
prima una cultura política democrática. Izquierdas y derechas comparten
paradigmas similares. El estatismo, el culto a la personalidad, el credo
nacionalista y el militarismo, son parte de una comunidad de valores propios a
la gran mayoría de la clase política, sea esta de izquierda o de derecha, o de
ambas a la vez.
LOS
CAMINOS TORCIDOS QUE LLEVAN A LA DEMOCRACIA
Los
“errores” que detecta Meschkat en las izquierdas “progresistas” no solo son
leninistas. Así lo visualizó el mismo autor al mencionar de modo indirecto a la
revolución mexicana de 1910, la que culminaría en el radical estatismo político
de la era del PRI. No deja de ser interesante observar que entre esa revolución
y la rusa de 1917 hay más de una analogía. En ambas, el principio democrático,
representado en México en el gobierno de Madero y en Rusia en el gobierno de
Kerenski, fue rápidamente liquidado en nombre del principio (jacobino) de
cambio social. Las revoluciones que surgen desde el hambre y la miseria
nunca han sido democráticas, destacó Alexis de Tocqqueville en sus notables
paralelos trazados entre la revolución norteamericana y la revolución francesa.
Menos en países en los que las raíces democráticas distan de ser profundas,
podríamos agregar.
Pero
no es necesario ir tan lejos para entender la presencia de la anti-democracia
en América Latina. Precisamente, el día en que comenzaba a escribir estas
líneas, el presidente Nayib Bukele de El Salvador, violando la Constitución de
su país, anuncia que irá a la reelección el 2024. Bukele es cualquier cosa
menos leninista. Pero al igual que los leninistas, ha sabido fundir su partido
con el Estado y con su persona en una sola e inseparable unidad.
Lo
escrito no significa que todos los caminos están cerrados para el desarrollo de
la democracia en América Latina. De hecho, aún con descarrilamientos anti-democráticos,
la mayoría de los países del continente, ya son democráticos. El problema es
que las democracias continúan siendo muy frágiles y, por lo mismo,
permanentemente amenazadas por antidemocracias exógenas y endógenas.
De
hecho, el trío anti-democrático de América Latina formado por Cuba, Nicaragua y
Venezuela, ya no es hegemónico como casi llegó a serlo el “socialismo del siglo
XXl”. Ninguno de los presidentes de esos tres países tiene la resonancia de un
Castro o de un Chávez. Más bien ocurre lo contrario. Los tres son usados como
ejemplos negativos por las derechas, en todas las elecciones que han tenido
lugar. Tanto Petro, Boric, Fernández, han debido distanciarse de sus homólogos
autócratas. Sin embargo, la posibilidad de las caídas regresivas, continúa
siendo un constante peligro continental.
El
hecho de que un régimen tan atroz como el de Putin no sea condenado con énfasis
por las democracias latinoamericanas, entrega la impresión de que diversos
gobiernos de América Latina, no solo de izquierda, mantienen todavía una
relación de parentesco con las anti-democracias extra continentales
por el solo hecho de que estas son anti-norteamericanas. Las venas
anti-democráticas de América Latina continúan abiertas.
No hay
democracia sin democratización. Eso significa que la
democracia no es “un modelo” al que hay que adoptar. Si América Latina pasa
definitivamente a través de las puertas que llevan a la democracia, será como
resultado de sus propias experiencias históricas. Momentos ciudadanos
de democratización, los llamaremos.
El
autor que aquí comentamos, Klaus Meschkat, creyó advertir en Venezuela uno de
esos momentos ciudadanos. Fue el año 2007 cuando la ciudadanía venezolana,
no solo la antichavista, sino también sectores que adherían al chavismo, se
negaron a cambiar la Constitución por otra que entregaba plenos poderes al
caudillo. En ese instante la división de la ciudadanía no fue de izquierda
contra derecha sino en defensa o en contra de una Constitución que, por lo
menos pro-forma, es todavía la que rige en el país. Que la oposición
venezolana, a partir del 2018, abandonara la ruta constitucional trazada el
2007, es una historia a la que ya nos hemos referido en otras ocasiones
Traigo
ese ejemplo porque hace muy poco tiempo Chile ha vivido un proceso similar al
de la Venezuela del 2007. Así como en Venezuela fue rechazada la Constitución
de Chávez, en Chile, septiembre de 2022, una impresionante mayoría rechazó una
Constitución refundacional, una Constitución de izquierda y de la izquierda,
pero que a su vez fue negada por amplios sectores de izquierda y de
centro-izquierda. Los electores chilenos demostraron así que no quieren
ni a una Constitución dictada por una dictadura, ni a una Constitución dictada
por una ideología. Quieren una Constitución para todos los ciudadanos, y
eso es muy distinto.
En
ese No rotundo a una Constitución ideológica ejercitado por
los venezolanos el 2007 y por los chilenos el 2022, anida un potencial
democrático al que hay que prestar atención. Uno que va más allá de los
partidos y sus supuestos líderes. Uno que traspasa incluso el muro
izquierda-derecha. Un deseo transversal por vivir en libertad, pero protegidos
constitucional e institucionalmente.
La
democracia, en fin, no llega de pronto sino en diversos episodios, entre otras
cosas porque la democracia no solo es un sistema de gobierno, sino una
forma política de ser en la vida.
Fernando
Mires
@FernandoMiresOl
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