Humberto García Larralde 24 de noviembre de 2022
La mayor vaina que pudo echarle la oposición democrática a Maduro fue convertirlo en paria mundial al denunciar que usurpó su cargo realizando elecciones presidenciales fraudulentas en 2018 y erigiendo, como respuesta, una presidencia interina legitimada por el artículo 233 de la constitución, en la valiente figura de Juan Guaidó. Unos 60 gobiernos democráticos desconocieron la supuesta “reelección” de Maduro y optaron por reconocer a Guaidó. Las principales democracias de América Latina, afiliadas en el Grupo de Lima, denunciaron el carácter no democrático del régimen de Maduro, execrándolo de la comunidad regional. Quedó desnudo, no sólo por tramposo, sino porque atrajo la atención acerca de su salvaje violación de derechos humanos, con centenares de muertos en protestas, torturas y desaparecidos, y por su destrucción inmisericorde de los medios de vida de la población, condenando a la gran mayoría a niveles de pobreza y miseria nunca imaginados para un país petrolero.
Lamentablemente,
la dictadura fascista mostró ser, con apoyo de sus cómplices cubanos, de Putin,
de la teocracia criminal de Irán y de las mafias que cultivó como sostén, mucho
más resiliente de lo esperado y pudo capear el temporal. Nunca se presentó la
oportunidad de convocar a elecciones presidenciales a los 30 días de haberse
constituido el interinato, exigidas por el tercer párrafo del mencionado
artículo.
Impacientes,
las fuerzas opositoras se fueron desgastando. Primero fue el fracaso del
intento de introducir una caravana de ayuda humanitaria desde Cúcuta, frustrada
por fuerzas opresoras de la dictadura y, luego, de la parada tirada el 30 de
abril de 2019 frente al aeropuerto de La Carlota –en retrospectiva,
irresponsable, por no tener cómo asegurar su éxito—, pensando en que resquebrajaría
el apoyo militar a Maduro. En tal cuadro de ansiedad por plasmar una salida
inmediata, la fanfarronería de Trump desde la presidencia de EE.UU., alardeando
que “todas las opciones (para sacar a Maduro) estaban sobre la mesa” y dando a
entender que el mandato estaba hecho, que sólo era un problema de oportunidad,
fue muy perjudicial. Desarmó los intentos de articular una estrategia
coordinada entre las fuerzas democráticas para capitalizar la debilidad de
Maduro y provocar los cambios políticos anhelados. Poco a poco se fue
desinflando la energía opositora y, en su frustración, muchos echaron la culpa
a Guaidó por haber incumplido su anuncio de; “cesar de la usurpación, un
gobierno de transición y elecciones libres”, al aceptar su mandato. Hoy su aceptación
se ha desplomado a los niveles de Maduro y los partidos de oposición han
perdido la confianza de la gente, no obstante el amplio rechazo de aquél. Pero
a los venezolanos nos quedaba como consuelo su ostracismo y repudio en el
mundo.
¡Pero
he aquí que Maduro, tan campante, se aparece en la cumbre sobre el cambio
climático en Sharm el-Sheikh, a pesar de haberse ofrecido USD 15 millones por
su captura, con tres aviones de partidarios por si acaso alguien intentase
ponerle los ganchos –turistas “revolucionarios” que costaron a la nación unos
USD 14 millones! Una vez allá, cual carrito chocón, buscó tropezar con
cualquier líder despistado y sacarse una foto con él. John Kerry, Secretario de
Estado bajo Obama, fue uno de los inocentes, obligando a una aclaratoria del
portavoz del Departamento de Estado: “…Nicolás Maduro interrumpió lo que era
una reunión en curso de la COP27 para interactuar con el enviado especial
Kerry, y eso fue en gran medida una interacción no planificada”. Otro, aún más
cándido, el presidente francés, Emmanuel Macron, pensó que su encuentro
inesperado con Maduro le daba la oportunidad de convocar en Paris a un diálogo
para la paz, en la que otros habían fracasado, entre el régimen chavomadurista y
la oposición. Y hacia allá fue a reunirse, también con su cara de yo-no-fui,
Jorge Rodríguez, presidente de la asamblea madurista, para anunciar luego muy
orondo en presencia del presidente argentino y de un representante del de
Colombia, que las partes habían acordado buscar un acuerdo (¡!). ¡Muy exitosa
la reunión!
Luego
su hermana Delcy, vicepresidente de Maduro, quien creíamos tenía prohibida su
entrada a la Unión Europea, viaja a La Haya para reunirse con el fiscal adjunto
de la Corte Penal Internacional, supuestamente para contrarrestar el reclamo
interpuesto ahí por Guyana sobre el territorio esequibo, pero que aprovechó
para deslizar su oposición a que continuasen las investigaciones sobre crímenes
de lesa humanidad cometidos por el régimen.
En
fin, el mundo ha cambiado y las prioridades, para los poderosos, son otras.
¡Ahora el chavismo es presentable a nivel internacional, porque aquí no ha
pasado nada! Como Pedro por su casa, los jerarcas tantean hasta donde pueden
viajar para proyectar la “normalidad” que quieren aparentar en Venezuela. Con
una desfachatez que sólo exhibe quien no tenga remordimiento alguno por los
atropellos cometidos, Maduro, responsable de la devastación de la minería en
Guayana, denuncia al capitalismo por las tragedias del cambio climático y Delcy
reclama en La Haya que es el gobierno de EE.UU. el que viola los derechos
humanos de los venezolanos, al imponer sanciones al régimen. Y así se abre de
nuevo la temporada turística para que los personajes más detestables del
régimen se pavoneen en los destinos internacionales de su preferencia, junto a
una nutrida comparsa, con recursos de la nación.
Pero
la comedia no termina ahí. Sintiéndose envalentonado por los recientes triunfos
electorales de Petro y de Lula, Maduro convoca una reunión del Foro de Sao
Paulo en Caracas para sermonear sobre lo que debe ser una conducta de
izquierda, una que jamás debe criticar su desastrosa gestión. El mayor responsable
del atraso a que ha sumido el país, de los centenares de muertos en legítimas
protestas, de la entrega de recursos de la nación a bandas criminales, de la
destrucción de la educación, de la salud y de los servicios públicos en
general, de la ruina de los venezolanos y de su sometimiento a los atropellos
de militares traidores, de la violación descarada de derechos humanos,
¡pretende bañarse ahora en un aura de “progresisismo”, dictándole cátedra a
quienes, presumiblemente, son de avanzada! Pero la verdadera prueba para una
izquierda comprometida con la justicia y la libertad –como debe ser—, es
denunciar los atropellos de Maduro. No continuar reviviendo posturas enterradas
del socialismo “del siglo XXI” para justificar sus desmanes. Ahora Maduro pidió
a sus congéneres desempolvar el muerto del Estado Comunal, con sus leyes
disparatadas que, sin duda, terminarán por destruir, de aplicarse, lo poco
logrado con la dolarización y la liberación de precios. ¡A paso de vencedores,
pero para atrás!
Al
vencer el oprobioso régimen del apartheid en Sudáfrica, Nelson Mandela le
encomendó al arzobispo Desmond Tutu encabezar la Comisión para la verdad y la
reconciliación, con el fin de instaurar una justicia restaurativa que, no
obstante, no se basara en la revancha, sino que, más bien, dejara abierta la
posibilidad de sanear heridas. La base para ello era el sincero reconocimiento
y arrepentimiento por los crímenes cometidos y una profesión auténtica de
enmienda. “Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón”
fue la divisa del arzobispo. No fue ningún “borrón y cuenta nueva”. El
resultado de su misión, admirado por todos, es fuente de esperanza para superar
situaciones igualmente oprobiosas e inhumanas en otras naciones.
Sean
cuales fuesen las posibilidades de avanzar en la negociación con personeros del
régimen para hacer realidad unas elecciones con suficientes garantías como para
abrirle las puertas al país a la tan necesitada transformación política,
económica, social y cultural, el contexto de los acuerdos no puede soslayar la
búsqueda de una justicia restaurativa, en la onda de la de Sudáfrica. No puede
pretenderse “blanquear” al régimen, como si en el país no hubiese ocurrido nada.
¿Dónde están los propósitos de enmienda de Maduro, Padrino, Cabello y demás?
¿Sus compromisos con asumir la investigación de los crímenes cometidos y la
sanción a los culpables? ¿Cómo consolidar un proceso exitoso de transición si
no se terminan con los abusos de una oligarquía militar corrupta? Los crímenes
de lesa humanidad no proscriben, por lo que no es aceptable una amnistía
general, como tan irresponsablemente propuso el presidente Petro. Como señalara
el negociador Gerardo Blyde al salir de la reunión por la paz en Venezuela, no
se puede pactar una amnistía con violadores de derechos humanos.
Humberto
García Larralde
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