Opus Dei 26 de noviembre de 2022
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Comentario del 1.º domingo de Adviento
(Ciclo A). “Velad, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor”. El
Adviento es el tiempo de preparación para el nacimiento del Salvador; es el
tiempo para preparar una morada espiritual donde acogerlo y llenarnos de sus
dones.
Evangelio
(Mt 24,37-44)
Lo
mismo que en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Pues,
como en los días que precedieron al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o
marido hasta el día mismo en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta
sino cuando llegó el diluvio y los arrebató a todos, así será también la venida
del Hijo del Hombre. Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado y el
otro dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada y la
otra dejada.
Por
eso: velad, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Sabed esto: si el
dueño de la casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría
ciertamente velando y no dejaría que se horadase su casa. Por tanto, estad
también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo
del Hombre.
Comentario
Comenzamos
hoy el tiempo de Adviento, un tiempo de preparación para la venida del Señor.
La primera venida se realizó en la Encarnación y el nacimiento de Jesús en
Belén, y se prolongó durante toda su vida terrena hasta su gloriosa Ascensión a
los cielos. Pero todavía queda pendiente una nueva y última visita, que es la
que profesamos cada vez que recitamos en el Credo: “De nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y a muertos”.
En
este pasaje del Evangelio se nos habla de esa última visita suya, que sucederá
al final de los tiempos. “Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la
gloria es inminente –dice el Catecismo de la Iglesia Católica– aun cuando a
nosotros no nos ‘toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con
su autoridad’ (Hch 1,7). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en
cualquier momento”[1].
De ahí
la advertencia de Jesús para que estemos siempre preparados. No pretende
asustarnos, pero sí abrir nuestros caminos a un modo de vivir más grande que
relativiza los pequeños afanes de cada día a la vez que los dota de un valor
decisivo. La venida del Señor nos puede sorprender en cualquier momento, de
repente, mientras estamos en medio del trajín cotidiano: “como en los días que
precedieron al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o marido hasta el día
mismo en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta sino cuando llegó el
diluvio y los arrebató a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”
(vv. 38-39).
Las
palabras de Jesús constituyen una invitación a la vigilancia. Sabemos que Él
vendrá, pero no conocemos cuándo, así que nos conviene estar siempre
preparados, en todo momento, libres para ir a su encuentro, no atrapados en las
cosas de este mundo, sino gobernándolas para que sean camino de santificación.
Para
llamar la atención sobre la necesidad de la vigilancia, Jesús propone una breve
parábola, bien ambientada en las aldeas de Palestina: “si el dueño de la casa
supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría ciertamente
velando y no dejaría que se horadase su casa” (v. 43). La oscuridad de la noche
es más propicia para que los ladrones se acerquen sin ser vistos a unas casas,
que tenían de ordinario una techumbre de maderas y ramajes, y unas paredes de
adobe, fáciles de horadar y abrir un hueco por donde introducirse a robar. Por
eso, si el dueño supiese que iban llegar en algún momento, no estaría
despreocupado, sino atento a mantener la integridad de cuanto posee. ¡Cuánto
más un cristiano ha de permanecer vigilante para cuidar los tesoros de la fe y
de la gracia que ha recibido! “Tú, cristiano –recuerda san Josemaría—, y por
cristiano hijo de Dios, has de sentir la grave responsabilidad de corresponder
a las misericordias que has recibido del Señor, con una actitud de vigilante y
amorosa firmeza, para que nada ni nadie pueda desdibujar los rasgos peculiares
del Amor, que Él ha impreso en tu alma”[2].
San
Juan Pablo II iniciaba su Testamento tomándose muy en serio esta llamada de
atención realizada por el Maestro, bien consciente de que a cada uno nos
llegará el momento de responder acerca de nuestra vida ante el tribunal del
Señor: “ ‘Velad, porque no sabéis el día en que vendrá nuestro Señor’ (Mt 24,
42) – estas palabras me recuerdan la última llamada, que tendrá lugar en el
momento en que el Señor así lo quiera. Deseo seguirlo y deseo que todo aquello
que hace parte de mi vida terrena me prepare para este momento. No sé cuándo
sucederá, pero como todo, también en este momento me pongo en las manos de la
Madre de mi Maestro: Totus Tuus”[3]. Si estamos
bien preparados, como él, podemos aguardar confiados la venida del Señor con
esa misma serenidad y abandono en las manos de Virgen.
[1] Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 673.
[2] S.
Josemaría, Forja, 416.
[3] S.
Juan Pablo II, Testamento, Roma 6.III.1979.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2022-11-27/
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