Ismael Pérez Vigil 19 de noviembre de 2022
@Ismael_Perez
Emitir
opinión política no es un acto trivial, como algunos piensan o como otros lo
hacen de manera ligera; mucho más hoy que las redes sociales permiten que
cualquiera opine, sobre lo que sea, de la manera más profunda o ligera y que
cualquiera tenga acceso a esa información para replicarla, apoyarla o negarla.
De allí que opinar y cuidar lo que se dice es un tema a considerar.
Los
regímenes declaradamente hegemónicos, autoritarios, totalitarios o dictaduras,
ejercen la “censura” sin ningún tipo de disimulo; simplemente, nadie puede
estar diciendo y expresando públicamente, lo que le pase por la cabeza, sobre
todo, si se refiere al desempeño, la acción u omisión del régimen de turno y
quien lo haga recibe persecución, cárcel o exilio, en el mejor de los casos.
Pero, en ciertos regímenes, más disimulados, se ejerce la modalidad de la “autocensura”; la sociedad, especialmente la política, recibe “avisos” suficientemente claros −que en algunos casos se vuelven amenazas− que les indica a los interesados, lo que dijimos en el párrafo anterior: nadie puede estar diciendo y expresando públicamente, lo que le pase por la cabeza, con relación al gobierno de turno.
Cuando
se ejercen ciertas responsabilidades, que implican a una “colectividad” o grupo
de personas no se debe, por imprudencia, comprometer los objetivos de esa
actividad y se debe medir bien lo que se dice. Sobre todo, en países y culturas
en los que somos muy dados a la crítica fácil y palabras altisonantes y,
especialmente, a reclamar a otros para que sean ellos los que hagan esa
crítica. Se impone entonces un cauto silencio, un medir al extremo las palabras
para evitar que se comprometan los objetivos que se deben cumplir.
Siempre
hablando de política, ese comedimiento es también válido para hacer las críticas
al propio sector político al que se pertenece, pero en ese caso para evitar
desestimular, desanimar, ser injustos o simplemente hacerle el juego al
gobierno, demoliendo a las propias filas opositoras.
Pero
lo que no se puede aceptar es que se pretenda impedir que defendamos las
propias ideas sobre lo que debe ser la democracia, si las consideramos justas y
válidas; o no permitir que, por mal entendida prudencia, no difundamos mensajes
de esperanza, de estímulo, para infundir un ánimo que buena falta nos hace. Por
ejemplo, algunos denigran de la vía electoral para enfrentar los problemas
políticos del país, obviamente están en su derecho; pero pretenden que los que
creemos en esa vía, no digamos nada, no defendamos el voto como esencia y
principio fundamental de la democracia y hasta se ofenden si lo hacemos.
Se
impone expresar la validez de los que defienden el voto; de los que piden y
exigen elecciones libres, justas, supervisadas nacional e internacionalmente;
de los que reclaman, por ejemplo, que se abra el Registro Electoral, en
Venezuela y el exterior, para que todos aquellos que lo necesiten se puedan
inscribir o hacer las modificaciones pertinentes para ejercer su derecho; y
así, pudiera seguir listando las actividades que se deben defender para fortalecer
el voto o para evitar su conculcación.
Nadie
puede tampoco impedir que alentemos a mantener la esperanza; sí, esa esperanza
en que Venezuela tiene y se merece un futuro luminoso, importante, que nos
libre del oprobio y la ignominia en la que hoy vivimos. Después de más de dos
décadas, acumulando problemas, penurias y necesidades, ya somos muchos −y cada
vez más− los que aspiramos un cambio político en el país, que permita
recomponer su estructura institucional, social y económica. ¿Y cómo no desearlo
y querer hacerlo, después conocer las últimas cifras de Encovi2022, del
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica
Andrés Bello (UCAB)?
Las
cifras de esa encuesta o estudio deben alarmar, como para que nos sintamos en la
obligación de propugnar por ese cambio político y, en nuestro caso, hacerlo por
la vía que consideramos más sólida y segura en el largo plazo, la vía
electoral. Pero veamos que dice la encuesta.
En la
encuesta, más allá de algunos resultados que parecen favorables, se nos revela
que “…la pobreza por razones sociales aumenta de 31% en 2019 a 42% en
2022.” −un incremento del 35% −. Y que esa pobreza, cada vez tiene más
que ver con “…factores sociales y de infraestructura, como la vivienda,
educación y servicios…”, además de los económicos que ya conocemos.
La
encuesta nos advierte que, aunque se note una cierta mejora económica, en
general, en el país y en los indicadores de trabajo, la desigualdad no cede y
la brecha se hace más grande, pues “…las cifras demuestran que
Venezuela es el país más desigual del mundo… [y que]… la diferencia entre los
hogares más pobres y los más ricos es de 70 veces el salario…”, [pues] …en los
hogares con pobreza solo 45% está laborando”.
En
materia educativa es alarmante que más de “…1.500.000 niños no están en
el sistema escolar… [debido a]… la poca oferta educativa… que se agrava porque
el 73% de los hogares no cuentan con Internet y un 69% carece de dispositivos
de comunicación…” que serían factores o instrumentos que permitirían
aliviar en algo la situación.
El
informe señala que “…se redujo de 59 a 49% el porcentaje de migrantes
que envían ayudas a sus familiares en Venezuela, lo que indica que van dejando
de ser un complemento para los hogares venezolanos.”
No hay
excusa válida para cruzarnos de brazos con pesimismo, cuando las necesidades
del país, como nos muestra Encovi2022, son tan grandes. Frente a estas cifras
es necesario darnos un baño de optimismo y esperanza, en que las cosas, si las
hacemos bien y unidos pueden funcionar y ayudarnos a superar la situación.
Se nos
abre un período, desde ahora y una buena parte del año 2023, para realizar un
proceso de “elección primaria”, para escoger el candidato unitario de la
oposición que enfrentara al del gobierno en la elección presidencial de 2024.
Se abre un período para que los diferentes candidatos y aspirantes a ser
representante de la oposición democrática recorran el país de sur a norte y de
este a oeste, que se asomen a las entrañas de cada ciudad y pueblo importante, hasta
el último caserío o barrio, ellos o sus seguidores, para decirle a sus
habitantes que en el país sí hay futuro y animarlos a enfrentar la situación.
Pero esos candidatos deberán tomar en cuenta que, una buena parte de los
venezolanos no han conocido un sistema democrático como el que conocimos los
venezolanos de las generaciones políticas que nos levantamos en el país después
de 1958; y hay muchos que cuando se realizó la última elección primaria de la
oposición, en 2012, tenían apenas ocho o diez años de edad; de manera que
tampoco conocen lo que es escoger un candidato por una vía electoral y ahora
tendrán la primera oportunidad para hacerlo.
Cumplido
este proceso, le tocará a la oposición democrática enfrentar con ese candidato
unitario y un Programa Mínimo de Gobierno, acordado por todos los aspirantes y
los factores políticos del país, para lograr en la elección presidencial de
2024 una victoria como las obtenidas en 2007, en 2015 y en otras elecciones en
una buena cantidad de Estados y municipios importantes del país. Salgamos de
nuestra comodidad o desprendámonos del pesimismo y la desesperanza,
desempolvemos nuestros mejores ánimos y que los venezolanos recorran el país,
junto a esos candidatos de la oposición democrática, tras el que más les guste,
pero tras alguno de ellos. Rescatemos para nosotros, para nuestros hijos y
nuestros nietos, el valor del voto.
Ismael
Pérez Vigil
@Ismael_Perez
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