Julio Castillo Sagarzazu 28 de noviembre de 2022
@juliocasagar
La
nota de hoy no va de política, o quizás sí. La revancha a la que se refiere el título
es de un partido de ping pong que quedó pendiente.
Corrían
los finales de la década de los sesenta. La escena se desarrollaba en el
Seminario de Valencia en la Pastora. Cada domingo, iba la familia a visitar a
mi hermano Carlos que había decidido irse a estudiar para sacerdote. ¡Si! El
Nene Castillo, quería ser cura.
Una sala, con un par de mesas de ping pong, estaba emplazada en una zona techada del estacionamiento del edificio. Los seminaristas eran, casi todos, buenos jugadores, por lo que quienes íbamos una vez a la semana, estábamos en desventaja.
Uno de
esos jugadores era el curita Del Prette. Se movía bien y tenía un buen mate.
Casi nunca logre ganarle, pero el milagro (cosas de Dios) ocurrió un domingo:
le gane la partida. Desde entonces le rehuía a su pedido de revancha. Yo sabía
que la suerte no suele ser generosa con los marruñecos.
Esa
revancha pendiente fue siempre una complicidad maravillosa que nos permitió
comunicarnos por mucho tiempo. Una vez ordenado sacerdote, Reinaldo Del Prette
fue designado párroco de Naguanagua. Seguramente, en agradecimiento a aquella
experiencia, Reinaldo siempre presidio la misa de La Begoña, cada 15 de agosto.
Mientras fui alcalde y durante ocho años, después de los oficios, nos dábamos
cita en la Casa Parroquial para compartir un almuerzo que Sofia, la mandamás de
la cofradía y modista de la virgen, coordinaba junto con la parroquia.
Aquella
revancha siempre era el arranque de nuestra conversación. Incluso, cuando nos
veíamos de lejos, nos anunciábamos, como si dibujáramos un mate en el aire, que
el desafío estaba pendiente.
La
partida, como lo dice el título, jamás tuvo lugar, pero lo que siempre nos
cuidamos de mantener, fue una amistad cultivada con el afecto y la conversación
interesante, para lo que estaba especialmente dotado.
Entendía
bien la política y sabia conversar de ella. En una de esas cuitas descubrimos
que militamos juntos en la causa de formar una organización estudiantil de los
colegios católicos. Él estudiaba en la Salle y yo en el Calasanz. Los hermanos
Esteban y Gaspar de La Salle y el padre Cueto del Calasanz, nos estimularon a
participar en la construcción de la CEFEL (Centro de Estudiantes Federados de
la Educación Libre) El Comité Organizador de la primera asamblea, quedo
integrado por Orel Zambrano, Paquí Yanes y quien esto escribe. Reinaldo, tal
como recordamos en una agradable conversa, participo desde su curso y asistió a
la asamblea. Por cierto que con la partida de Reinaldo, antecedida por la de
Paqui y Orel, descubrimos que quedamos prácticamente sin nadie con quien
recordar aquellas jornadas.
Es
aquí, sin embargo, que vale la pena aventurar especular sobre el contexto en
que esta generación ha actuado en la región y sobre los eventuales impactos de
su presencia.
A
falta de mejor tipología, podríamos considerarnos miembros de la generación del
68. En efecto, fue en aquellos años finales de la década de los 60, cuando nos
tocó comenzar a participar de la vida activa de nuestra ciudad y nuestro
estado.
Es
importante anotar que ese periodo puede ser recordado como el de la más
importante disrupción juvenil de la contemporaneidad y en las que el
“aggiornamento”, se coló en todas las estructuras, incluyendo la Iglesia
católica que celebro su Concilio Vaticano II.
El año
68, París y Praga fueron testigos del cuestionamiento simultaneo de los dos mundos
salidos de la guerra fría. La huelga general francesa, que comienza con las
jornadas estudiantiles de la Sorbona y que culminan con la caída de De Gaulle y
la Primavera de Praga que obliga a los tanques del Pacto de Varsovia a masacrar
a los jóvenes checos, se convirtieron en hitos.
Ya
nada fue igual, el marxismo se replanteo el carácter revolucionario de la clase
obrera que, según Marcuse, se había aburguesado. El “Socialismo como problema”,
veía en Ian Palach, inmolado en la Plaza San Wenceslao, la cara trágica de
aquella mentira. Los jóvenes de Berkeley en California y los del Zócalo en
México, le pedían “un chance a la paz” y derrotaban la guerra de Vietnam.
La
misa comenzó a darse en lengua materna y de cara a los fieles; los viajes
espaciales nos hicieron sentir, por un momento que éramos el centro del
universo.
Aquí
en Carabobo, tomamos el rectorado de la Universidad y reclamamos la renovación
universitaria, con la mirada puesta en Paris, donde se “prohibía prohibir”, de
acuerdo con los decretos de los muros de piedra del viejo barrio latino.
Aquellas
jornadas, tan recordadas hace poco, en la presentación del libro sobre el
rector Ricardo Maldonado, otro hermano que se nos ha ido, dejaron huellas y
nostalgias. Tocará, a quienes vienen detrás, juzgarla. Reinaldo, en aquellos
días iniciaba sus estudios superiores y nosotros tratábamos de “tomar el cielo
por asalto”.
Por lo
pronto, me quedo con la imagen viral de nuestro pastor cantando el poema de
Antonio Machado, al alimón con Joan Manuel Serrat y agradeciendo a la
providencia que nos ha hecho caminantes del mismo camino.
¡Hasta
siempre querido amigo, la partida está pendiente!
Julio
Castillo Sagarzazu
@juliocasagar
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