En Venezuela existe la condición básica para acometer y lograr un triunfo electoral: hay una sociedad inconforme con el gobierno.
Pero nadie escucha a esa mayoría. Gobierno y oposición compiten en ponerse un tapón para no oír sus demandas. La lucha de poder, real y simbólica, es un aislante.
El gobierno debe suponer que lo hace de maravilla porque comienza a recuperar reconocimiento internacional y algunas de sus medidas soplan una leve mejora. Ciertos sectores de la economía se movieron del sótano 15 al 14.
Por su parte, en las oposiciones unos organizan la dispersión y otros la reglamentan. Necesitan pelear entre ellos, no importa el pretexto: si el gobierno es legal o no, si se debe reconocer a instituciones como el CNE o quitarles el saludo a todos los chavistas.
Hay aproximaciones por separado porque todas las oposiciones arribaron al fin a dos conclusiones comunes: participar en elecciones bajo la conducción del CNE y negociar con el gobierno para solucionar temas incorporados a una agenda. En ambos puntos hay un sector que mantiene el rechazo al entendimiento con Maduro.
La oposición puede hipotéticamente ganar las elecciones presidenciales. Le debe interesar crear alianzas y acuerdos para hacer respetar los resultados y asegurar estabilidad para gobernar.
La mayoría quiere cambios y paz, combinar la recuperación de la democracia con la creación de bienestar, un gobierno que actúe para la reconciliación y unión de todos los venezolanos. Sean perdedores o triunfadores esta exigencia engloba a dirigentes y militantes del PSUV si de verdad hay propósito de cambiar rumbos.
Pero las políticas extremistas abundan en los oficialistas y persisten en una franja opositora que se reduce.
La mayoría desea salir de la polarización, las exclusiones de oficio, las persecuciones por motivos políticos y las emocionalidades destructivas.
Revolotean dos espejismos sobre la oposición. Pensar la política como si existieran condiciones democráticas o calcularla como una ofensiva sin cuartel ignorando su debilidad organizativa, su división y el rechazo o la indiferencia de la población.
Los objetivos mínimos a alcanzar no son buenos deseos sino desafíos reales. Son sencillos de enumerar y complicados para realizar, pero no imposibles: 1) acordar con el gobierno un plan de atención a la emergencia humanitaria, los servicios y la recomposición económica; 2) que uno o varios partidos demuestren que les importa el futuro del país; 3) incluir el escenario de un candidato independiente con un programa de gobernabilidad y apoyos plurales.
Dificultades y riesgos hay. Pero es hora de enlazar voluntad de poder con el deseo mayoritario de vivir mejor. 20 años son demasiados para seguir perdiendo con el mismo contrincante o rendirse con un váyanse todos.
https://talcualdigital.com/quien-oye-a-la-mayoria-por-simon-garcia/
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