WALTER MOLINA GALDI 28 de noviembre de 2022
@WalterVMG
“Se da cuando dos lados opuestos de un
argumento se presentan como equivalentes cuando, en realidad, no lo son”. Las
redes sociales muestran el ejemplo más claro hoy en Venezuela para los que
opinan sobre política. ¿Es una “falsa equivalencia” concluir situaciones frente
a lo que significaría argumentar? Los líderes de la oposición “deben dar
explicaciones que no han ofrecido; y pedir disculpas que no han presentado”;
pero “lo que no puede ocurrir es igualar al chavomadurismo con aquellos que lo
han enfrentado”. ¿O no es suficiente diferencia el caso que se sigue en la
Corte Penal Internacional?
Las
comparaciones, que suelen ser odiosas, son parte fundamental de cualquier
conversación. Se comparan situaciones, personas, obras, etc. Lo hacemos en una
suerte de medición de las cosas, por diversión e incluso en análisis sobre
cualquier tema. Es lo normal en el ser humano y, a priori, no es
incorrecto, siempre y cuando dicha comparación no se convierta en una falacia.
Pero, ¿qué es una falacia? El filósofo español Javier Muguerza Carpintier la define como “aquellos argumentos que tienen la apariencia de ser correctos y esto mismo los convierte en temibles fuentes de confusión y engaño”. Es, entonces, un argumento falso vendido como correcto.
Las
falacias, por lo general, son elaboradas con la intención clara de confundir al
receptor del mensaje o por no tener una comprensión correcta del tema que se
está abordando. Ambas situaciones muy comunes en estos tiempos donde en un
segundo podemos enviar un texto a miles o millones de personas. Sí, gracias a
esa maravilla de nuestra época llamada: Redes Sociales.
“No
falta quien escriba ‘Guaidó y Maduro son lo mismo’, ‘la oposición es igual que
el chavismo’ (…) son comparaciones irreales, son equivalencias falsas que no
resisten el más mínimo análisis pero que se repiten cada día, mientras en
Miraflores sonríen”
Hasta
aquí hemos hablado de la falacia en general, pero no hay una sola. Son muchas.
Y en este caso creo pertinente, para la discusión en Venezuela, escribir sobre
la de falsa equivalencia. Esta se da cuando dos lados opuestos de un
argumento se presentan como equivalentes cuando, en realidad, no lo son. Es
decir, son hechos u opiniones puestos en la balanza (y pueden tener una
apariencia lógica), pero en la realidad no existe nivel de comparación.
Es
bastante recurrente en discusiones políticas, sociales e incluso científicas.
Un ejemplo político de falsa equivalencia se puede encontrar en argumentos que
tienden a equiparar a dos personajes políticos, por ejemplo, al excandidato
presidencial de Chile, José Antonio Kast con Augusto Pinochet,
como si los casos fueran equivalentes cuando, en realidad, no lo son.
En Venezuela,
esta práctica es constante entre aquellos que opinan de política,
principalmente en redes sociales. No hay que buscar mucho para encontrar una
falacia de falsa equivalencia en una discusión en Twitter e,
incluso, en hilos vendidos como análisis. Al final, los retweets y
los likes no necesitan de datos duros para llegar, siempre y
cuando lo escrito levante el ánimo (positivo o negativo) de los seguidores.
“Hoy
más que nunca es fundamental no hacer lo que, desde el poder, quieren que
hagamos, y usar la falsa equivalencia entre los opresores y los oprimidos”
Cuando
se comete este error, los beneficiados, usualmente, son aquellos que tienen 23
años en el poder, de los cuales al menos cuatro han sido por la fuerza, de
manera ilegítima e ilegal.
No
falta quien escriba que “Guaidó y Maduro son lo mismo”, que “la oposición es
igual que el chavismo”, o que “el Gobierno interino es igual de corrupto que
los Gobiernos de Chávez y Maduro”. Todas son comparaciones irreales, son equivalencias
falsas que no resisten el más mínimo análisis pero que se repiten cada
día, mientras en Miraflores y la sala situacional del poder, sonríen.
Esto
no significa que aquellos que han liderado -o intentado liderar- a la oposición
durante las últimas dos décadas no deban ser interpelados y criticados, no. Al
contrario. Cada uno, desde Manuel Rosales, Julio Borges y Henry Ramos
Allup, pasando por María Corina Machado, Henrique Capriles y Leopoldo
López hasta Juan Guaidó, Tomás Guanipa y compañía, deben dar
explicaciones que no han ofrecido; pedir disculpas que no han presentado y, en
algunos casos, dar un paso al costado del que se resisten a ceder por
diferentes motivos.
Lo que
no puede ocurrir es igualar al chavomadurismo con aquellos que lo han
enfrentado. Y no puede ocurrir, porque no hay comparación alguna. Hoy el
régimen de Nicolás Maduro está siendo investigado por Crímenes de Lesa
Humanidad en la Corte Penal Internacional, algo nunca visto en la región.
No hay comparación alguna entre eso y quienes han visto a sus compañeros de
lucha ser asesinados como sucedió con Fernando Albán, o secuestrados y
apresados por años, como Juan Carlos Requesens.
Hoy
más que nunca es fundamental no hacer lo que, desde el poder, quieren que hagamos,
y usar la falsa equivalencia entre los opresores y los oprimidos es algo que a
quien ocupa de facto la silla en Miraflores, le conviene. Es momento de
sensatez y no de falacias.
WALTER
MOLINA GALDI
@WalterVMG
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