Paulina Gamus 24 de octubre de 2023
«Lo único que nos enseña la historia, es que la historia
no nos ha enseñado nada».
George Friedrich Hegel.
Siempre
amé la historia, pero no solo la que aparece en los libros sino también los
relatos de mi familia tan relacionados con la masacre, pogrom, genocidio o como
se le quiera llamar, cometido por los terroristas de Hamás el 7 de octubre
último en el Estado de Israel. Mi mamá era una magnifica narradora de lo que
había visto y vivido, y yo la recopiladora.
Fijar el inicio del odio genocida del mundo árabe contra Israel por la creación del Estado judío el 14 de mayo de 1948, es ignorar que al terminar la primera guerra mundial Gran Bretaña y Francia se repartieron el Medio Oriente, una vez que fue derrotado y expulsado el Imperio Otomano. Los ingleses obtuvieron un mandato sobre Palestina que pretendieron mantener a toda costa. Veían con preocupación la inmigración judía proveniente de Europa oriental, especialmente de Rusia, Ucrania y Polonia, países en los que los continuos «pogroms» (revueltas con asesinatos masivos de judíos) obligaban a éstos a emigrar a América unos y a Palestina otros.
El
movimiento sionista creado por Teodoro Herzl tenía como propósito recuperar la
tierra que desde los tiempos bíblicos fue siempre judía. Filántropos judíos
compraban a precio de oro, a los habitantes árabes, tierras áridas, sin uso y
abandonadas para que fueran habitadas y cultivadas por inmigrantes judíos.
Los
gobernantes británicos, decididos a poner freno a la inmigración judía,
comenzaron a incitar a la población árabe para que se enfrentara a los judíos.
Así un viernes, día sagrado de los musulmanes –el 23-8- 1929– una horda de
éstos, a caballo, vestidos con sus chilabas blancas y blandiendo cimitarras,
cuchillos y machetes, bajaron por las colinas de Jerusalén asesinando a todos
los judíos que encontraban a su paso. Fueron 133 los asesinados en Hebrón,
entre ellos estudiantes de una Yeshivá o escuela religiosa.
Mi
mamá, de 17 años, su madre y su hermana, nacidas en Salónica, Grecia y
residentes en Jerusalén desde 1919, salvaron sus vidas por la explosión de una
granada de fabricación casera que hizo una inmigrante rusa. Mi familia materna
emigró ese mismo año a Venezuela. En 1935 esa matanza se repitió con peores
consecuencias.
Mi
papá, oriundo de Alepo, Siria, donde su familia vivió desde tiempos
inmemoriales, emigró a Venezuela con todo su grupo familiar, también en 1929.
En Alepo quedaron tíos y primos. Todos debieron salir expulsados en 1948 a raíz
de la creación del Estado de Israel, con la ropa que tenían encima. Atrás
quedaron para siempre sus hogares, sus vivencias, sus cementerios y sus
sinagogas.
La
guerra de independencia de Israel fue librada por ese naciente y desarmado país
atacado por el Ejército de liberación de Palestina, y por los ejércitos de
Transjordania, Irak, Egipto, Siria, Líbano, Arabia Saudita y Yemen. Israel ganó
la guerra. Alrededor de 700 mil palestinos abandonaron la tierra que les había
sido asignada por la resolución de partición de la ONU. Lo hicieron porque los
países árabes atacantes les prometieron que regresarían a ocupar todo el
territorio una vez que Israel fuera derrotado y desapareciera. Eso nunca
ocurrió.
Los
700 mil palestinos quedaron en Jordania, donde con los años se transformaron en
un Estado dentro del Estado, asesinaron al rey Abd Allah ibn Husayn, intentaron
hacerlo con su heredero el Rey Hussein quien terminó por liquidar a millares de
palestinos en septiembre de 1970, lo que fue conocido como «Septiembre
Negro» y daría lugar al nacimiento de un movimiento terrorista con ese
nombre. Hussein expulsó a los palestinos sobrevivientes hacia el Líbano
donde serían luego los causantes de la sangrienta guerra contra la población
cristiana.
Desde
entonces y hasta hoy existe lo que podríamos llamar el pobrecitismo palestino.
La victimización de un pueblo que ha sufrido durante 75 años el rechazo de sus
hermanos árabes y la condena a vivir como parias. Un alimento para el odio
antisemita de las izquierdas plañideras e hipócritas a las que pertenecen,
entre otros, Nicolas Maduro y Gustavo Petro.
Imaginemos
lo que habría sucedido con los judíos expulsados de los países musulmanes si
permanecieran como víctimas durante 75 años en campamentos de refugiados. Estas
son las cifras de judíos expulsados del mundo musulmán en 1948: Yemen 8.000,
Argelia, 140.000, Bareín 6.500, Egipto 80.000, Irak, 140.000, Líbano 20.000,
Libia 38.000, Marruecos, 265.000, Siria, 30.000, Túnez 45.000, Afganistán
5.000. Irán 140.000. Para un total de 917.500. ¿Dónde están esos judíos? Israel
absorbió una parte y el resto emigró a distintos países de Europa y de América.
Con
esa inmigración, con los sobrevivientes del Holocausto, con los palestinos que
decidieron quedarse y con quienes vinieron de otros lares, Israel se
convirtió en un país multicultural, la única democracia del Medio Oriente y un
país del primer mundo mientras los musulmanes siguen enfrascados en
sus odios mellizales, fanatismos religiosos y autodestructivos.
Deja
vu porque como siempre y desde siempre, una masacre de judíos. como la más
atroz y bárbara del conflicto palestino-israelí, cometida el 7- 10-2023 por
Hamás, causa el repudio de Occidente, los monumentos se cubren con la bandera
de Israel y la estrella de David y salen manifestaciones multitudinarias de
solidaridad con Israel. Pero llegan las represalias de Israel contra Gaza,
tierra de los esclavos y carne de cañón de Hamás, y se voltea la tortilla:
bombardeos selectivos, que no toquen a los niños, mujeres o ancianos, derechos
humanos, leyes internacionales y manifestaciones pro-palestinas con los mismos
izquierdistas plañideros y antisemitas de siempre.
Hasta
China pide que se respeten los derechos humanos en Gaza y no es un chiste.
Paulina
Gamus
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