Todo evento electoral, al ser un fenómeno social y político en el que concurren muchos elementos, suele arrojar múltiples lecciones y enseñanzas. La elección primaria del pasado domingo 22 de octubre no es la excepción, y de los resultados y sus implicaciones se ha hablado y escrito profusamente. Pero hay una lección muy particular e importante a la que se ha prestado poca atención y que es necesario resaltar, especialmente de cara a los escenarios y acontecimientos por venir. Y es el triunfo del mecanismo democrático del voto, y el reencuentro de muchos venezolanos con él.
Los estudios sobre cultura política en nuestro país han encontrado desde hace tiempo que el voto es la forma preferida por los venezolanos para intentar solucionar los conflictos, y que esta preferencia es mucho más acentuada en los estratos socio-económicos más vulnerables de la población. Sin embargo, la recurrencia al voto y su percepción de eficacia política han sido víctimas del embate de dos sectores enfrentados. Por una parte el gobierno, el cual, conociendo el peligro para su permanencia en el poder que la población se organice y acuda masivamente a votar, ha desarrollado desde hace tiempo una inteligente campaña para desestimular el voto y convencer a la gente de la inutilidad de este mecanismo para lograr los cambios deseados, estrategia ésta que ha sido acompañada por el envilecimiento de las condiciones para una elección siquiera medianamente libre, y la recurrencia a la corrupción y la delincuencia electoral. La otra fuente de embate ha provenido en el pasado de algunos grupos radicalizados de la oposición, quienes ayudando al gobierno en su estrategia de sembrar constantemente desesperanza y desmotivación, repetían con frecuencia que el voto era una herramienta inútil.
Lo cierto es que la mayoría de la población ha inteligentemente desatendido en el pasado los llamados de algunos para apostar por soluciones voluntaristas o por atajos irresponsables y sin sentido de realidad. Los venezolanos parecen haber aprendido a no seguir ni embarcarse en iniciativas a las que no le ven sentido. Pero esa misma mayoría, cuando se le da la oportunidad de participar en algo que sí sienten que sirva para algo, no lo duda y lo hace de manera entusiasta. Esto fue lo que ocurrió el pasado 22 de octubre con el llamado a votar para escoger el abanderado presidencial de la oposición democrática. Era una invitación concreta, con un objetivo definido, y a través del mecanismo privilegiado de participación de los venezolanos que es el voto.
Ahora bien, esta invitación fue a participar en una elección sin el tutelaje interventor del Estado, sin militares complicando el proceso y organizada por un equipo de profesores universitarios y representantes de la sociedad civil que ciertamente generó confianza y credibilidad en la población. Pero la próxima elección presidencial no será así. El reto entonces será cómo preservar la fe en el poder transformador de la participación electoral a pesar de eso.
Es necesario insistir en que en regímenes autoritarios, precisamente por su naturaleza no democrática, el voto sólo alcanza su real poder y eficacia si va acompañado de un factor todavía débil en la actual ecuación política, que es la necesaria e imprescindible presión social cívica. Porque ciertamente el voto es un instrumento privilegiado de la lucha democrática. Pero en modelos autoritarios de dominación, dadas justamente las características de este tipo de modelo de explotación, ese instrumento carece de la suficiente eficacia si no va acompañado del respaldo de un tejido social activo y organizado, que sirva de factor disuasivo que se oponga a la esperable estrategia oficialista de escamotear la voluntad mayoritaria de la población.
El voto masivo del pasado domingo 22 es un reencuentro con la esperanza de que el cambio es posible. Ese es un primer gran paso, sobre todo desde el punto de vista simbólico y psicológico, en el sentido de una muy necesaria y masiva reactivación anímica. Pero es hasta ahora eso, un primer paso. Debe venir ahora el trabajo -a veces silencioso pero ineludible- de estimular el reencuentro, organización y movilización de la población, con el objetivo puesto en construir un tejido social que sirva para presionar la obtención de condiciones electorales mínimamente aceptables y para hacer valer la voluntad de la mayoría ante un régimen que -todos lo sabemos- va a jugar duro para desconocerla.
En una afirmación que destaca la importancia del voto en la lucha contra la injusticia y la discriminación, el expresidente norteamericano Lyndon Johnson decía que el voto “es el instrumento más poderoso jamás concebido por el hombre para derribar la injusticia y destruir las terribles paredes que encarcelan a las personas por ser diferentes de otras”. El reencuentro con el poder del voto en la pasada elección primaria por parte de muchos venezolanos puede ser el inicio de este proceso que conduzca a superar las terribles injusticias que nos han convertido hoy en el país social y económicamente más desigual del continente. Un inicio auspicioso, pero que espera ahora sepamos entre todos construir ese tejido social organizado y movilizado que le acompañe, y ante el cual ninguna fuerza opresiva ha tenido éxito en resistirse.
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