Asdrúbal Aguiar 03 de mayo de 2024
El
fenómeno de la deconstrucción que invade en Occidente a los ámbitos de la
experiencia humana, sea la cultural como la religiosa y la política, es la
consecuencia de un «quiebre epocal» actuante. Antes que al cese de la
bipolaridad y del socialismo real a partir de 1989 – cuando se abre la Puerta
de Brandemburgo y comunican como extraños quienes antes fuesen hermanos – me
refiero a las revoluciones digital y de la IA o inteligencia artificial,
pasadas por alto al enjuiciarse los hechos de nuestro tiempo.
USA creyó vencer en la justa y miope redujo su prédica al Consenso de Washington como dogma de fe. Le bastaba asegurar la disciplina fiscal, eliminar subsidios, aumentar el ingreso, liberar las tasas de interés y los cambios, acelerar los flujos de inversión extranjera, privatizar las empresas del Estado y promover la competencia desregulando y asegurando la propiedad privada para que todo funcionase, exitosamente, en el Hemisferio. No fue así. Lo prueban los 30 años transcurridos hasta 2019, cuando nos invade el COVID y arrasa con vidas y sistemas de salud a escala universal.
Observadas
las cosas desde Venezuela se
insiste con miopía igual que fuimos víctimas de un traspié y la conjura de
fantasmas del pasado contra los tecnócratas de nuevo cuño. Es cierto que Cuba
monta el andamiaje necesario – el Foro de São Paulo – para sostener a su casino
de narco prostitución política tras el derrumbe de la URSS; tanto como que
algunos de sus seguidores, piezas de un museo antropológico, ahora intentan
deslindarse en busca de nichos mejor sincronizados con las agendas globales. Lo
veraz es que todos a uno se apalancan sobre verdades a medias, engañosas, y con
espíritu narcisista usan del “dataísmo” para sólo atizar las polaridades desde
sus trincheras. Entre tanto la IA se los engulle y cosifica, les vuelve insumos
para sus algoritmos y avanza en una gobernanza global en la que no cuentan sus
agotadas perspectivas.
Los
actores y las élites del siglo XX, incluidos los sobrevivientes y
causahabientes de ese mal llamado neoliberalismo – acuñado por los
sobrevivientes del comunismo como un mantra del que no pueden desligarse – aún
creen que llegará el momento de revertir el curso fatal de la historia que mal
protagonizan; al paso borran de sus memorias, en el caso de Venezuela, los
síntomas de la disolución social y deconstrucción ya presentes a raíz de El
Caracazo y luego, en 1992, cuando unos militares felones forjan una «logia
bolivariana»: adanes a quienes les avergonzaba representar a la institución de
las Fuerzas Armadas, como era lo propio del militarismo.
El
dato de la realidad es que se han neutralizado recíprocamente, unos a otros, y
se revelan incapaces de dar un golpe de timón que les saque del marasmo y al
Occidente de sus tormentas. Entienden a la sociedad de la información desde sus
andamiajes, para el control electoral y propalar Fake News. Ni Chávez ni Maduro
abandonaron el poder formal de la utilería republicana en la que quedó
transformado el Estado venezolano, una vez desmaterializado. Y quienes, desde
las franquicias partidarias, dicen oponérseles tampoco desaparecen, mientras
algunos se dejan ablandar por el agiotismo político.
Mal
han entendido, unos y otros, el hondo calado de la ruptura epistemológica que
aparejaran las grandes revoluciones tecnológicas y sus incidencias en la
configuración de una nueva realidad humana, formada por ciudadanos huérfanos de
Estado-nación y vueltos dígitos de un gobierno virtual que les penetra en sus
sentidos e impide razonar para escoger libremente, en lo individual y en lo
político. La cuestión de parcelar identidades al objeto de destruir los
fundamentos culturales judeocristianos, tal como se lo enseña Antonio Gramsci a
los herederos del marxismo, no pasa de ser un recurso táctico sin aliento. Ha
alimentado, sí, al fenómeno de la deconstrucción.
La
historia de los pueblos y del poder – he aquí lo central como vertebral –
ancla, desde la antigüedad más remota, sobre dos referencias invariables,
constantes e inseparables, el lugar y el tiempo. Conjugados han fijado el ritmo
de nuestras vidas y sus velocidades, más allá de que Francisco observe que el
tiempo importa más que el lugar. Éste aloja afectos y civilizaciones, mientras
que aquél macera hábitos y costumbres intergeneracionales para el desarrollo de
la personalidad por cada uno y se hacen leyes, patrones de comportamiento
universales o bien particulares. En lo adelante, desde hace tres décadas, al
lugar se le opone lo imaginario e inmaterial, inducido, y al tiempo se le opone
el no-tiempo, la instantaneidad y su fugacidad. Todo fluye como en un mar de
leva que destruye y deconstruye a su paso, sin dejar nada en pie al tratarse de
un deconstructivismo sin columnas. Y es este el ecosistema en el que nos
encontramos los venezolanos, sin Estado ni partidos, y la nación hecha
hilachas.
Los
náufragos del siglo XXI intentan salvarse a sí mismos y a través de las redes
vierten sus angustias tanto como sus delirios, a la manera de irrealidades que
chocan con la verdad objetiva; y atienden y responden de conjunto sólo al grito
de quien les ofrece comprensión y acompañamiento genuinos, entrega desprendida.
Acaso esperan que sus tragedias de huérfanos y desheredados derive en drama con
alternativas. No se embarazan con las profundidades, pero buscan afectos sobre
la superficie de las aguas encrespadas que les arrastran sin destino cierto.
Quienes
vienen de los finales del siglo XX y son testigos del siglo XXI se dirán
estoicos, realistas sin apriorismos morales para mejor entender al mundo de lo
sensible, de suyo se creerán mejor preparados para trillar con lo novedoso en
el metaverso; pero, tal como lo dirían los antiguos si nos mirasen desde sus
espejos, las generaciones globales son adictas al placer como los epicúreos.
Ven a los espacios vacíos y a sus átomos en movimiento indetenible, chocando al
azar e innovando en el marco de libertades negativas, en búsqueda de liberarse
de todo hado estoico.
Asdrúbal
Aguiar
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico