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martes, 22 de agosto de 2017

Mireya Vargas: El país está inmerso en un mar de emociones contradictorias por @prodavinci


Por Hugo Prieto


La sociedad venezolana ha sido sometida a un proceso de destrucción a gran escala y en ese desandar pareciera que no hay fin. ¿Por qué no reaccionamos? La gran pregunta es si estamos condenados a ser una sociedad estancada. Para atisbar el futuro sólo tendríamos que ver el reflejo de Cuba. Seríamos, como alguna vez lo dijo el general Raúl Castro, “la misma cosa”. Los venezolanos hemos demostrado capacidad de respuesta, pero ha sido insuficiente, entre otras cosas, porque no ha habido una reflexión que nos haga tomar conciencia del momento que vivimos y del reto que nos ha impuesto la Historia.

Estamos en una encrucijada, en una disyuntiva, inapelable y desconocida. “Es un momento muy confuso. Vivimos en un vaivén de emociones al límite que compromete nuestra capacidad de aprendizaje”, dice Mireya Vargas al otro lado de la línea telefónica. Socióloga, con maestría en Economía y formación en psicología profunda, mitología y psicología arquetipal, Vargas, además de docente en varias universidades venezolanas, es Directora del Centro Lyra, que atiende a Latinoamérica en temas relacionados al bienestar y el desarrollo sustentable.

Le he pedido a Vargas que defina dos conceptos. Se trata de “proceso regresivo” y la noción de progreso, ambos, entendidos en su acepción psicológica. “Regresión se refiere al fenómeno psíquico que hace que la psique vuelva a un momento anterior como para retomar aspectos atascados o desconocidos y poder moverse de nuevo o recuperarse. Progreso se refiere más al movimiento de la psique a nuevos niveles de conciencia, conexión emocional y conocimiento de las propias complejidades”.

A simple vista, “progreso” es lo que nos hace falta a los venezolanos.


A cuatro meses de protesta sigue una aparente pasividad, un desencanto, enfrentamos un momento muy contradictorio. ¿Qué balance haría usted de esas emociones de signo contrario?

Yo partiría de la noción del proceso regresivo que estamos viviendo. Eso nos ubica claramente en un momento psíquico, en el cual, efectivamente, estamos en esa etapa de volver a atrás para tomar fuerzas y hacer conciencia de todas las complejidades que atañen, necesariamente, a ese proceso regresivo, caracterizado por los sube y baja, por todo este vaivén, en los que se van dando resoluciones parciales, sin que necesariamente se produzca la solución esperada. Todos los venezolanos vivimos las marchas y contramarchas durante estos cuatro meses, todos los días en las calles, en un activismo enorme y poniendo a prueba, de alguna manera, fuerzas y capacidades. Pero lo curioso es que siempre esperamos que eso traiga una solución definitiva. Lo que resulta evidente es que esto es “un proceso” y como tal tiene todas estas emociones en juego: excitación, depresión, ansiedad, que transitamos a diario. Diría, en definitiva, que lo que siempre está en juego para el venezolano es la resolución inmediata como una psicología del Caribe, donde el sol sale y se oculta brillante en un día… y donde todo se resuelve en un día.
A estas alturas deberíamos tomar distancia, dudar, digamos, del inmediatismo. No existe tal cosa en medio de un “proceso”, tal como lo estamos enfrentamos en Venezuela.

Nos toca, en medio de todo este sufrimiento, aprender que los procesos toman su tiempo y en el ínterin aprender de las posibilidades que van surgiendo, que van sumando en el largo plazo. Previsible era que después de toda la exaltación de las protestas, iba a venir una depresión. Resulta insostenible mantener un estado de excitación indefinidamente sin que ocurra una compensación de la psique en el sentido de la depresión. Ojalá sea en la posibilidad de hacer conciencia y de aprender a no vivir en esta zozobra y no saber cuál es el camino, cuál es la respuesta acertada, cuál es la acción conveniente. Yo creo que son todas, tal como está ocurriendo, aunque por supuesto eso nos genere una ansiedad tremenda, ante el riesgo permanente de quedarnos pegados en esta regresión.

Esa ha sido la característica principal de estos tiempos, buscar una solución inmediata, encontrar un remedio a nuestros males que nos permita superar la crisis. Aparentemente, hay un estadio —que sería la política— para buscar ese arreglo. Pero creo que no está funcionando. ¿Entonces, estamos condenados a la regresión?

Diría varias cosas. En primer lugar, creo que la respuesta es individual. Buscamos en la política, buscamos en la protesta colectiva, la posibilidad de solución a todo el drama que estamos viviendo, pero es ahí, precisamente, donde radica el desfase de la respuesta que estamos dando. Si bien hay respuestas que son institucionales o que se deben dar desde la institucionalidad, lo más importante, insisto, es la respuesta individual, la que cada uno de nosotros puede dar. Allí es donde está el trabajo más duro de hacer, porque precisamente en las respuestas individuales es que vemos los mayores desplazamientos y con razón, porque el reto es demasiado grande para cualquiera de nosotros, por ponerlo en contexto. Diría, igualmente, que estamos aturdidos, vapuleados por el destino y, de alguna manera, sometidos a una fuerza que supera cualquier capacidad. Pero más allá de la magnitud de ese reto, hay que ensayar respuestas. Sí, ponerlas en el ámbito institucional es un camino, pero debería haber allí una transformación individual. Es ahí donde creo que aún estamos en un proceso regresivo. Lo digo porque las respuestas individuales están muy circunscritas a la sobrevivencia, todo se lo lleva las colas para comprar alimentos o medicinas. Estamos sometidos a una presión tan grande que la posibilidad de ir más allá de la conveniencia es muy limitada. En ese sentido, la capacidad de reflexión, la capacidad de hacer conciencia sobre mis oportunidades, se hacen cada vez más cuesta arriba. Hay que retomar, de alguna manera, una reflexión sobre las propias decisiones, sobre los propios procesos, de lo contrario vamos a estar sumidos en una dura y pura sobrevivencia, incapaces de ayudarnos a ver las situaciones de una manera distinta.

                                Mireya Vargas retratada por Clara Toro

Si bien en la respuesta que estamos dando hay una dimensión individual, que cada vez es más determinante, el ser humano necesita del otro. Uno no es nada sin el otro, ¿no? Yo creo que al liderazgo político le falta una conexión con la psiquis de la gente y con las esferas que plantea esa respuesta individual. No veo propuestas que podrían sacarnos de la regresión que vivimos. Lo que vemos es un poco de ensayo y error, pero sin mucha capacidad de aprendizaje. ¿Usted qué cree?

Creo que hay una necesidad de volver al inicio; en ese sentido, a la expresión de las necesidades con sus demandas específicas de tener una vida digna, de tener un desarrollo político, moral, espiritual. Creo que en la medida en que la oferta política, social y económica tome en cuenta esas necesidades, en esa misma medida será más acertada. Sin duda, en medio de unas presiones colectivas que se lo llevan todo. Creo que hace falta centrarse y entender las dinámicas psicosociales para construir desde ahí una oferta. Sin duda, es una exigencia enorme, gigantesca dentro de lo que estamos viviendo, que es un proceso de destrucción de una sociedad, de unas formas sociales, pero es la única manera que demos una respuesta al reto que nos está poniendo la historia en este momento. La respuesta que estamos dando carece de una reflexión crítica sobre lo que está ocurriendo. Es cierto lo que planteas. Es como llorar y vestir al muerto. Tenemos que seguir haciendo, pero con una capacidad de reflexión sobre las demandas de los individuos, en relación con su propia vida. Yo creo que si se imponen esas demandas, nos van a ayudar mucho a entender las contradicciones, porque el país no es monolítico y la variedad, la gama de necesidades es tan grande que realmente sobrepasa cualquier capacidad de entendimiento y acción, pero es lo que toca en este momento. Básicamente hacer un alto y entender esas demandas para centrarnos mucho mejor en cuáles son las prioridades de atención. Sé que es mucho pedir, pero solo desde allí es que vamos a tener posibilidades como colectividad, como individuos agregados, como sujetos de una sociedad.

Diría que como le estamos escurriendo el bulto al desafío que nos está planteando el momento histórico —y aquí la responsabilidad de la dirigencia política es crucial—, tratamos de simplificar las cosas. Tratamos de elaborar un plan A, acompañado de un plan B, que consiste en profundizar el plan A. De modo que nos hemos pasado dos décadas, quizás más, sin resultados, digamos, en la esfera política, en la esfera social, en la esfera de la convivencia ciudadana. 

No diría sin resultados. Los resultados son lo que son. Para bien o para mal son los que vamos alcanzando. Pero yo sí creo que el reto sobrepasa las capacidades. Y, precisamente, por eso, debería haber una reflexión mayor de organizarnos alrededor de propuestas más acertadas. Ese puede ser un camino. Sin duda, la acumulación de todos estos años ha traído liderazgos y capacidades que no tuvimos en el pasado, liderazgo que, en alguna medida, se corresponde con este momento. Ahora son momentos muy confusos, son momentos de muchas presiones y de enorme agotamiento, que también nos toca encararlos de manera diferente. Lo que uno observa es que la regresión tiene dos posibilidades. O das un paso atrás para retomar un proceso que está estancado o simplemente te quedas ahí. Hoy se habla de las sociedades estancadas, que no han podido con el reto que les plantea la Historia, tienden a desaparecer o al inmovilismo, es el caso de la sociedad cubana, por ejemplo. Yo confío en que nosotros estamos dando el paso atrás para dar el paso hacia adelante. De alguna manera, como país hemos tenido capacidad de respuesta. Pero sin duda corremos el riesgo de quedarnos girando alrededor de un mismo eje, sin posibilidades de futuro.

De movilizaciones, marchas y enfrentamientos en las calles pasamos a un momento en el que cohabita —para unos— la depresión y la confusión y —para otros—, la paz y la alegría, en un escenario virtual construido por la hegemonía comunicacional del gobierno. No veo, por ningún lado, conexión con las necesidades, las demandas de la gente.

El país está inmerso en un mar de emociones contradictorias, que conviven casi al mismo tiempo. En un abrir y cerrar de ojos vamos de la euforia a la depresión, en ese sube y baja interminable en el que estamos metidos, ¿no? Yo diría que esas emociones son necesarias. Solo que, de alguna manera, se viven muy inconscientemente. Yo estoy deprimida porque se enfrió la calle, pero al día siguiente se reanuda la protesta y bueno… soy feliz de nuevo. O yo soy seguidora del gobierno y esto es el mar de la felicidad. Yo creo que esas emociones se corresponden, precisamente, al momento actual, en el que tenemos poca o nula conexión con lo que nos ha tocado vivir. Parte del trabajo pendiente es el reconocimiento de esa batería, de esa gama de emociones. De alguna manera tenemos que aprender a reconocernos en esta realidad que vivimos. Pero sin duda el venezolano está sometido a un estrés emocional límite y eso, además de agotamiento, produce una incapacidad manifiesta de aprender.

                                Mireya Vargas retratada por Clara Toro

La protesta en la calle no logró cambiar la posición del gobierno, ¿no sería el momento de reconocer el fracaso, la derrota y plantear otras alternativas, otras formas de impulsar la lucha política?

Yo no haría esa generalización. Yo lo que veo es un momento muy confuso, muy heterogéneo, en el que la gente actúa en algún sentido. No quiero dejar de reconocer el papel que ha jugado la dirigencia política, con todas sus dificultades. Creo que hay una acción que funciona con todas sus precariedades. Eso es posible. Pero sí creo que esto es parte del proceso que estamos viviendo, justamente, en sus contradicciones y de las distintas maneras de atender las demandas de la gente.

Lo digo por lo siguiente. No creo que frente a la Constituyente que tenemos, que va enrumbada a la dictadura, la respuesta sea unas primarias para escoger candidatos a la elección de gobernadores. ¿No es este el momento de plantarse frente a esa realidad política y mostrar coherencia y liderazgo. ¿Acaso este es un momento de “normalidad”? No creo que el país viva, propiamente, en democracia. Aquí hay cosas muy contradictorias. ¿Se ha entendido la dimensión del problema?

Básicamente, tiene que ver con este momento de reflexión, donde las contradicciones están sobre la mesa que, de alguna manera, se expresan en esas paralizaciones, en esa falta de coherencia, en las actuaciones de los individuos y de la sociedad toda.

¿Llegó la hora de enfrentar los conflictos sociales sin la ayuda del petróleo? ¿Sin la ayuda del Estado mágico? ¿Sin apelar a la idea de que nosotros somos chéveres porque hay un mestizaje? ¿O al expediente de que el venezolano es sensual porque es caribeño? ¿Se esfumó la fantasía y nos toca asumir nuestras propias complejidades? ¿Usted qué piensa?

Esa es la pregunta de las 40.000 lochas. De verdad que aquí se centra todo el conflicto que estamos viviendo. Tener la capacidad de dar respuesta al reto que nos pone la Historia, esa es la pregunta, ¿no? Mi corazón venezolano se inclina a pensar que sí, que de alguna manera toda esta crisis, todo este momento tan lleno de contradicciones, lo que va a producir es una respuesta distinta a ese reto. Ojalá logremos salir de esta etapa tan oscura, tan difícil que nos ha tocado. Esa es mi esperanza como venezolana. Creo que el país, de muchas maneras, tiene capacidad de respuesta en la fuerza de su pueblo. Pero también corremos el riesgo de quedarnos estancados, de quedarnos en una conflictividad, en una desazón, en un abatimiento, en nuevas situaciones de deterioro, lo que vendría sería un estancamiento o la destrucción de la vida física, estoy hablando en términos psicológicos, ¿no? Este sufrimiento, si ha servido de algo, es para que seamos capaces de ver lo otro y tener conciencia sobre lo que somos, sobre nuestras realidades. Yo espero que sí.

20-08-17




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