Por Tulio Ramírez
De las primeras marchas que
se conocen en Venezuela quizás la migración a Oriente sea la más famosa. No era
una marcha para reclamar pago de pensiones, ni por aumentos salariales, mucho
menos para tumbar al gobierno. Todo lo contrario, era una marcha no para pedir
sino para evitar algo. La intención no era protestar sino dejar Caracas para
salvarse de las huestes de Boves. Estos paramilitares a caballo, cual
colectivos chavistas, venían a la capital para no dejar títere con cabeza y
defender las posesiones del imperio cubano, perdón, español.
La Campaña Admirable fue
otra marcha memorable. Fue la primera marcha sin retorno de nuestra Historia
patria. Devolverse a mitad del Páramo de Pisba después de atravesar llanos
inundados y escalar montañas nevadas en alpargatas y sin camisa, era una
soberana pendejada. “Pa’lante es pa’lla”, decía Bolívar, y la tropa mal vestida
y hambrienta respondía, “Pa’tras ni pa´cogé impulso, mi general”. A diferencia
de la Migración a Oriente, esa marcha, si era para tumbar el gobierno español
de la Nueva Granada. Afortunadamente los patriotas llevaban algo más que
banderitas y pitos, porque si no el ejército español en Boyacá, les hubieran
dado guataco por las orejas.
Desde 1830 al período
gomecista, no hubo marchas civiles de especial trascendencia, solo incursiones
de caudillos regionales con ejércitos particulares, guiados por la apetencia
del poder y el erario público. Según la historia rojita, todos eran escuálidos
menos Zamora que era chavista.
Los ropajes doctrinarios
eran disímiles, se presume que se usaban solo para llevarle la contraria al
caudillo de la competencia. Si unos eran liberales los otros conservadores, si
unos eran centralistas los otros eran federalistas, o viceversa. Al parecer en
esa época se dio inicio a la rivalidad entre caraquistas y magallaneros.
De Gómez a Pérez Jiménez las
marchas civiles desaparecieron, salvo la famosa marcha de los jesuitas en el
trienio adeco, reclamando igual trato para los estudiantes de las escuelas
privadas. Esa marcha que para más señas fue con retorno, hizo recular al
gobierno de Betancourt, quien echó para atrás el Decreto 321 que imponía a los
colegios privados un régimen de evaluación estudiantil discriminatorio con
respecto a los de las escuelas oficiales.
Con la llegada de la
democracia representativa, se pusieron de moda las marchas de trabajadores los
primerio de mayo de cada año. Marchaban obreros y empleados adecos, copeyanos,
urredistas y comunistas cantando todos el Himno Nacional, además de sus
consignas reivindicativistas. Eran marchas con retorno, pero no precisamente al
hogar, sino a la parrillada organizada en las casas sindicales.
Durante los 80 y 90 la
marcha como instrumento de reclamo se puso en boga. Aún recuerdo las marchas de
maestros por la firma de contratos colectivos y las universitarias por un
presupuesto justo. No siempre culminaban pacíficamente, es cierto, pero quedaba
la sensación de que tales demostraciones servían para dar señales de
fuerza y presionar conversaciones que despejaban caminos para solucionar los
conflictos de manera negociada. Las Tascas de La Candelaria fueron fieles
testigos del retorno de marchistas exhaustos en búsqueda de una fría para
refrescarse.
Con el chavismo la marcha se
transforma en un arma más política que reivindicativa. La marcha del 11 de
abril de 2002 se convirtió en una referencia para América Latina. Se consideró
como la más concurrida y la más cruelmente reprimida. El desenlace final no
estuvo determinado por la decisión de los ciudadanos, quienes retornaron a sus
casas confiados en que, con la intervención en cadena nacional del General
Lucas Rincón, el infierno chavista había acabado..
De ese momento a la fecha
las marchas no han cesado de salir. Las del gobierno cada vez más escuálidas
por las razones que todos conocemos (“si no hay leal no hay malcha”, reza el
refranero chino), mientras que las de los opositores se comportan como un
electrocardiograma, con picos altos de participación seguidos de picos bajos.
La diferencia con las etapas
anteriores es que ahora la participación en las marchas opositoras va a
depender si es con o sin retorno, no vaya a ser que alguien se sienta
“engañado”. Las convocatorias deben tener una advertencia al igual que los
refrescos. Una etiqueta visible que indique si tiene o no tiene azúcar.
Francamente.
25-11-19
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