Trino Márquez 27 de noviembre de 2019
@trinomarquezc
El
llamado de Juan Guaidó a mantenerse a partir del 16 de noviembre en la calle
sin retorno, no tuvo éxito. La petición partió de una visión demasiado
voluntarista. La premisa fue más o menos la siguiente: Si hubiese un líder que
convocase, los venezolanos seguirían el ejemplo de los ecuatorianos, chilenos,
bolivianos y colombianos, pueblos que se han alzado con fuerza y furia por
distintas razones contra sus respectivos gobiernos. La ‘primavera suramericana’
podría extenderse a Venezuela, pues si en algún país existen razones para
indignarse y protestar, ese es el nuestro.
La
hipótesis resultó falsa. Los venezolanos, en efecto, tienen muchas razones para
movilizarse. El problema es que también poseen otro tanto para no hacerlo.
Estas han predominado. En el origen de la desmovilización -o el reflujo, como
se diría en el lenguaje más tradicional-, se encuentran el éxodo de millones de
venezolanos jóvenes, que podrían participar en las convocatorias de masas, la
rutinización de las marchas, y el fracaso de las movilizaciones masivas y
revueltas de 2014 y 2017, que dejaron un trágico saldo de estudiantes
acribillados, y dirigentes políticos detenidos o exiliados. El resultado
concreto de esas grandes manifestaciones fue magro. El régimen logró pulverizar
el referendo revocatorio que acabaría con el mandato de Nicolás Maduro. No se
firmó en Santo Domingo un acuerdo que permitiera resolver la crisis. Las
direcciones de los partidos políticos más importantes fueron desbaratadas. El
régimen impuso la Constituyente y, luego, las elecciones presidenciales de mayo
de 2018, cuando Maduro fue reelecto. Las movilizaciones en masa entre 2014 y
2018 no produjeron victorias, sino que propiciaron respuestas por parte del
gobierno que descalabraron a los opositores.
2019
despuntó con un esperanzador renacimiento del movimiento ciudadano. Juan Guaidó
logró reanimar a una oposición frustrada, desesperanzada y resignada a calarse
los siguientes seis años de Maduro. El Presidente de la Asamblea Nacional se
conectó con el malestar de millones de venezolanos maltratados por el régimen.
Propuso la famosa tríada, millones de veces repetida: cese de la usurpación,
gobierno de transición y elecciones libres. Por unos meses pareció que esta vez
las metas sí se alcanzarían y que una nueva etapa se abriría para la nación.
Finalizando el año, los objetivos no se han alcanzado y el gobierno se ve tan
robusto como siempre, a pesar de su impopularidad, de las calamidades que ha
desatado y del aislamiento internacional. Por supuesto, que la frustración ha
resurgido. La sensación de fracaso vuelve a apoderarse de la gente. Este
sentimiento conduce a la parálisis.
A
estos factores hay que agregar la política deliberada diseñada y ejecutada por
el gobierno, dirigida a desmovilizar a los ciudadanos y aterrorizarlos. El
instrumento fundamental de extorsión son las cajas Clap, para muchos habitantes
de los sectores más pobres, el único medio del cual disponen para proveerse de
ciertos alimentos y bienes, por precarios que estos sean. Más de 80% de los
pobladores de los barrios reciben, aunque de manera irregular, esas cajas. El
temor a dejar de recibirlas constituye un poderoso factor de inhibición. El
gobierno amenaza con los Clap.
El
otro componente de la tenaza es el Carnet de la Patria, vehículo para obtener
las pequeñas prebendas, limosnas, concedidas por Maduro. Retirarle, anularle o
no concederle el carnet a una persona, significa excluirlo de los Clap y del
sistema de reparto clientelar de dinero a través de la banca oficial, diseñado
por el régimen. La nación se encuentra en manos de unos señores que manejan el
presupuesto público para comprar lealtades y, cuando esto resulta insuficiente,
para intimidar a los ciudadanos.
La
combinación entre el fracaso, la decepción, la manipulación y el chantaje, han
creado esta realidad paradójica: el país se encuentra arruinado, la población
empobrecida, los motivos para manifestar abundan, pero la gente no acude a las
jornadas convocadas por la oposición. Las miles de protestas que ocurren en
todo el territorio nacional por la escasez de agua, luz, etc., se dan en una
escala tan reducida, que no afectan en nada la estabilidad del régimen.
La
dirigencia opositora no logra anular la acción del gobierno, ni puede
conectarse con el malestar de la ciudadanía y avivarlo. Ahora, toca recomponer
el liderazgo, dividido por numerosos conflictos internos, diseñar una nueva
estrategia que redefina los objetivos trazados al inicio de 2019, promover
metas alcanzables que no conduzcan al escepticismo. Anda en curso la
designación de un nuevo CNE. Pronto hay que definir la participación en las
parlamentarias. Ambos son temas de enorme importancia. Esperemos que se
recupere la sensatez y se eviten espectáculos tan deplorables como el que ha
girado en torno a Humberto Calderón Berti.
Volver
a movilizar los ciudadanos representa un reto colosal. Los venezolanos no se
han rendido. Las protestas cotidianas lo demuestran. El desafío reside en cómo
canalizarlas hacia el cambio del régimen. Las próximas elecciones
parlamentarías serán una excelente ocasión para reacoplarse con la gente.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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