San Josemaría 23 de noviembre de 2019
Antes
de empezar a trabajar, pon sobre tu mesa o junto a los útiles de tu labor, un
crucifijo. De cuando en cuando, échale una mirada... Cuando llegue la fatiga,
los ojos se te irán hacia Jesús, y hallarás nueva fuerza para proseguir en tu
empeño. Porque ese crucifijo es más que el retrato de una persona querida –los
padres, los hijos, la mujer, la novia...–; El es todo: tu Padre, tu Hermano, tu
Amigo, tu Dios, y el Amor de tus amores. (Via Crucis, Estación XI. n. 5)
Suelo
decir con frecuencia que, en estos ratos de conversación con Jesús, que nos ve
y nos escucha desde el Sagrario, no podemos caer en una oración impersonal; y
comento que, para meditar de modo que se instaure enseguida un diálogo con el
Señor -no se precisa el ruido de palabras-, hemos de salir del anonimato,
ponernos en su presencia tal como somos, sin emboscarnos en la muchedumbre que
llena la iglesia, ni diluirnos en una retahíla de palabrería hueca, que no
brota del corazón, sino todo lo más de una costumbre despojada de contenido.
Pues
ahora añado que también el trabajo tuyo debe ser oración personal, ha de
convertirse en una gran conversación con Nuestro Padre del Cielo. Si buscas la
santificación en y a través de tu actividad profesional, necesariamente tendrás
que esforzarte en que se convierta en una oración sin anonimato. Tampoco estos
afanes tuyos pueden caer en la oscuridad anodina de una tarea rutinaria,
impersonal, porque en ese mismo instante habría muerto el aliciente divino que
anima tu quehacer cotidiano. (Amigos de Dios, n. 64)
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