Por Simón García
¿Cuánto tiempo dedica la
élite dirigente a pensar sobre cómo avanzar hacia los cambios? Es una reflexión
escasa y cuando ocurre no se traduce en la pedagogía política que toda lucha
requiere para superar carencias y limitaciones.
Estamos concluyendo el año y
las fuertes esperanzas que levantó Guaidó se hundieron en invasiones
fantasiosas y apuestas perdidas sobre fracturar a la FANB. Errores como el 23f
y el 30a pasan sin debate. Hechos y argumentos justifican una revisión de la
ruta que es negada sin explicaciones.
El desarrollo del poder
dual, efectivo en el exterior, puertas adentro evidencia la naturaleza
simbólica de una estrategia que no se apoya en sus fortalezas internas y
se resiste a trabajar ámbitos donde la coalición dominante tiene sus mayores
debilidades. Un inmenso capital de descontento se inutiliza en desplantes
agresivos y blufeos, cuando pudiera canalizarse hacia una elección que permita
detonar la expropiación autocrática de la democracia.
Hay motivos para la
depresión. Pero muchos más para combatir el pesimismo, la resignación o la
normalización de un régimen que, carente de soluciones y sólo ocupado en
prolongarse, mata al país y condena a su gente a sobrevivir. Estamos pegados al
punto de partida del que con tanto entusiasmo arrancamos en enero. La falta de
avances ya no puede disimularse con una triste lista de logros que se deben
principalmente a actores externos.
Los dirigentes del g4, los
diputados de la AN y quienes meten su hombro a la estrategia de los tres pasos
no merecen el suicidio. Su fracaso es la derrota de la mayoría de la población
porque constituye una resolución del empate catastrófico a favor de los que
gobiernan en y a través de Miraflores.
A este abismo nos conduce la
resistencia a cambiar la estrategia fallida por una que le dé prioridad a la
solución de la crisis humanitaria, a la conquistar elecciones libres y a
reponer la vía del entendimiento nacional para acordar un proceso de
transición. Estas son tres rayas rojas a las que le huye Maduro.
Las ilusiones siempre
resucitan, pero si vuelven a dejarnos, no más allá del número de vidas de un
gato, se agotará irremediablemente la fe. Las montañas rusas emocionales, el
zarandeo constante del optimismo, los espejismos, las decepciones con sus
bajaditas del alma van pulverizando el sentido de los proyectos. Aparece en
escena, en detrimento de todos, la maquinita traga líderes.
Todos, con distintos tamaños
de palas, hemos puesto nuestro puñito de errores. Ahora hay que romper la
calcificación de la política transicional. Un nuevo tipo de pensamiento
político debe recomponer la estrategia, ampliar el liderazgo, bajarle volumen a
las peleas dentro de la oposición y subirlo a las iniciativas que atraigan a
quienes aún sustentan al régimen.
Hay que jugar para el país y
producir aciertos. Abandonar la ruta de Sísifo, dejar de repetir los ciclos de
euforia y frustración. En términos objetivos el cambio está en camino, pero los
factores subjetivos lo han extraviado. La política no es una trinchera ni una
cárcel, es, sobre todo, el arte de establecer puentes y túneles para construir
triunfos.
24-11-19
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