Juan Guerrero 28 de noviembre de 2019
@camilodeasis
Mi
esposa regresa a la casa después de estar en el Seguro Social donde fue a
buscar su reposo médico. –Después de todo, sentencia en su comentario, quien me
sirvió de terapia psiquiátrica fue la enfermera. –Y eso cómo fue. –Pues resulta
que esta mañana Xiomary estaba de las mil maravillas. –Y no va estar, le digo.
–Si le llevaste unos suspiros.
Hablamos
de repostería y además, terminamos desahogándonos de esta situación donde nos
encontramos. –Fíjate que hay unos que están peor que nosotros, los profesores
universitarios. Las enfermeras, como ella me dijo, hacen de tripas corazón para
poder sobrevivir.
Me
comenta mi esposa que Xiomary y la mayoría de las otras enfermeras van al
trabajo con los zapatos rotos. –Ellas se burlan de sí mismas y con las otras
compañeras y muestran sus zapatos con las suelas ahuecadas. –Es que tienen
ventanitas para ventilación. –O viene al consultorio con las pantaletas
amarradas que le presta su mamá, también con sus sostenes que ajusta porque son
de una talla más grande.
-Me
interesa aprender la técnica para hacer galletas, le comenta a mi esposa.
Porque de eso estoy viviendo en los últimos meses. Le confiesa que uno de esos
días salió desesperada del Seguro porque no tenía nada de comida para llevarle
a sus hijos. Se fue a una carnicería y le pidió al dueño que le verificara si
en su tarjeta tenía algo de dinero. Pero el carnicero se negó. Fue tanta la
súplica que el ayudante se apiadó y se le acercó. –No se preocupe, señora, yo
la ayudo.
Pesó
un kilo de pollo y se lo dio con todo y bolsa. –Usted me ayudó la vez que fui
al Seguro, ¿se acuerda? …-¡y ella que pensaba comprar apenas unas cuatro patas
de pollo!
Salió
apurada de la carnicería y en media calle el llanto no la dejó seguir. –Es que
ni me acordaba de ese muchacho que me ayudó. –Me da hasta vergüenza que un
desconocido venga y me ayude. –Así estaría de desesperada, le comenta a mi
esposa.
-Hace
tiempo dejé de comprar desodorante, pocas veces nos bañamos con jabón de olor y
hasta me han crecido los pelos de las axilas. –La otra vez me fui a ver con el
médico y me pidió que me desvistiera para hacerme una evaluación. Cuando fui a
quitarme la blusa, me acordé que tenía semanas sin afeitarme los sobacos.
–Doctor –le dije- es que me da pena que me vea así tan descuidada. -¡Ah,
caramba, mujer! Así andamos casi todos.
La
tragedia venezolana no ha mejorada en nada. Por el contrario, cada día las
historias del hambre se siguen escuchando y multiplicando. El rostro demacrado,
desolado, desesperado, hambriento de todo, inseguro, triste, incluso con un
olor distinto, es de este venezolano que habita en el socialismo-chavizta del
siglo XXI. Así también los espacios públicos: calles rotas, con aguas negras
que vierten la putrefacción continua, inmuebles abandonados, transporte urbano
con autobuses sucios, con los vidrios rotos y soltando al viento el humo negro
de sus motores.
Todo
muestra un sitio muy cercano a la tristeza y el llanto. Todo es un sobre
esfuerzo. Un inmenso y sobre humano trabajo donde la depresión te paraliza, te
hace pesado el cuerpo por las mañanas para levantarte.
Comentar
la cotidianidad, el día a día de un país, una sociedad que ha sido quebrada,
fracturada y evidentemente en proceso de desaparecer, resulta algo que es
difícil, casi imposible de creer. Por más que lo estés viviendo quienes residen
en otras sociedades te dirán que es falso. Pero el gris opaco y la tenue luz de
las calles al atardecer, van mostrando las siluetas silenciosas de quienes
vagan buscando en los basureros el alimento para sobrevivir. Y cada día la
muchedumbre aumenta su desesperación.
-Pero
hay que seguir adelante, aunque sea burlándose de uno mismo, -le comenta la
enfermera a mi esposa. –No queda de otra, -porque si me entrego a morir no
tengo quien vele por mis hijos.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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