Por Carolina Gómez-Ávila
A diferencia de la muchedumbre,
no considero que Juan Guaidó sea el presidente encargado desde el 23 de enero
de 2019, cuando en la Avenida Francisco de Miranda en Caracas –en un emotivo
mitin– protagonizó un juramento colectivo más bien confuso, que fue
interpretado engañosamente por los medios como autoproclamación.
Me refiero a los mismos
medios que omiten, maliciosamente, que el 5 de febrero siguiente –apenas 2
semanas más tarde– un acto legislativo de la Asamblea Nacional sí le dio ese
cargo, disolviendo la importancia de cualquier discurso político en la misma
dirección.
En ese momento no todo el
mal estaba hecho, pero no hicieron nada para frenarlo. Estamos ante la tragedia
de profesionales de la prensa que asumen que una declaración política vale
tanto como una ley, porque crecieron a la sombra del felón de la patria que las
dictaba los domingos por televisión.
Luchar contra la
malentendida autoproclamación nos costó meses, mientras los medios fueron
descubriendo nuevas formas de restar auctoritas a Guaidó, que de paso
no se ayudaba mucho con su discurso guabinoso. Es verdad que lo hemos visto
mejorar a grandes pasos, pero sigue requiriendo atención permanente.
La falta de un aparato
comunicacional efectivo y leal sirvió para que fueran royendo la gestión de
Guaidó mientras estaban al acecho de eventos, fuera de su deseo o control, que
pudieran cargársele a la cuenta.
Bastaba un par de noticias
(medias verdades también sirven) a las cuales sacarles punta. Una aquí y otra
allá que, debidamente adobadas por un par de aceitadas maquinarias (las que
actúan en línea con los intereses de María Corina Machado y Henri Falcón), se
pudieran sumar a la ineficiencia del Centro de Comunicación Nacional que no es
pródigo en difusión de mensajes claros, distintos y oportunos para ir a la
ofensiva y así neutralizar esta guerra sucia contra las reputaciones.
Ahora estamos ante el
escándalo Calderón. Un despido filtrado a la prensa en lugar de ser publicado
por canales oficiales, dio palestra y micrófono al exembajador y, aunque no
dijo nada nuevo, supongo que será capitalizado desde la hora en que escribo
estas líneas (mediodía del viernes) hasta que sean publicadas en la mañana de
este sábado 30 de noviembre.
Eso sí, de todo lo que dijo
Calderón Berti, coincido con él en que el presidente debe revisar su entorno
(¡cómo si hubiera un presidente que no tuviera que hacerlo constantemente!).
Pero seguramente el entorno en el que pensaba Calderón no es el mismo que se me
ocurre a mí: el de sus comunicaciones.
Guaidó debe saber que no
todo el que le tiende una mano persigue el mismo resultado que él; debe saber
que, aunque algunos trechos de la lucha coinciden con aspiraciones del común de
sus colegas, otros son terrenos de competencia en los que no se retrocede ante
daños colaterales y, siendo así y estando tan cerca, no es difícil destrozar
las “capacidades” que le ha llevado casi un año construir.
Espero que Guaidó sepa que
la guerra sucia, a fin de cuentas, si no se evita es porque se trata de una
confrontación entre malvados e incompetentes.
30-11-19
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